En el programa del curso que debía dictar en el colegio San José La Salle, para una adecuada preparación, que incluyera la comprensión y el respeto, para celebrar y vivir adecuadamente el sacramento del matrimonio, no podía faltar el tema del diálogo y, como uno de sus cimientos fundamentales, el culto a la verdad.

Ya tenía la experiencia de varios años de participar, ora como miembro del equipo de organizador, ora como expositor, siempre con Alicia, en los cursos de preparación para la recepción de dicho sacramento, que se iniciaron luego que, en aplicación de las nuevas actividades pastorales generadas por el Concilio Vaticano II, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana encargó esa tarea al Movimiento Familiar Cristiano (MFC), del cual formábamos parte (1964).

Si el diálogo es la esencia misma de la comunicación que permite a la pareja conocerse y, por tanto, entenderse, comprenderse y entonces, solamente entonces, aceptarse mutuamente con todas sus virtudes y defectos, para amarse y ser felices… no cabe duda, el diálogo ha de ser sincero.

No cabe engaño en una pareja.

¿Se puede afirmar que el ser “engañoso” tiende a confundir, pues su esencia misma, su razón de ser, es producir una impresión falsa, diferente de la realidad, en otra persona?

Hacía notar a mis alumnos que a la enamorada, a la novia o la esposa, respecto de cualquier tema, se puede decir toda la verdad, parte de la verdad, callar la verdad o cambiar la verdad.

Luego, con ejemplos, para apreciar la consecuencia de cada una de esas acciones despejábamos las dudas y contrargumentos que surgían en el aula.

Por supuesto, como el tema no podía quedar inconcluso, les hacía reflexionar sobre una de las consecuencias que suele producirse en cada persona que siente haber sido engañada por una mentira o una omisión consciente de parte del ser amado.

La pregunta de rigor era entonces: ¿Qué se pierde en esos casos en la relación de pareja? La respuesta era en coro: ¡La confianza!

Lo siguiente era llevar el tema al extremo, preguntando: ¿Se puede recuperar la confianza? Entonces había que tener paciencia hasta que cada uno se sosegara repensando sus propios argumentos, seguramente generados en su experiencia personal.

Y así ocurre en la vida: hay quienes sí pueden recuperar la confianza en las personas que las han engañado y otras no. Son incapaces de comprender, perdonar y continuar, aun habiendo amor.

La impresión que me quedaba era liberadora, creía haber puesto a disposición de muchos jóvenes horizontes de honradez, capacidad de reflexión y libertad de elección, conociendo las consecuencias de su accionar.

¿Cuánta verdad hay en lo que expresamos cotidianamente? ¿Tomamos riesgos relacionados con la verdad que puedan llevar a equivocarse, cometer errores a otras personas? ¿Las ponemos en riesgo de hacer o hacerse daño?

¿Es fiable, como debe ser, nuestra palabra para quienes nos escuchan o leen? ¿Cuál debe ser nuestro proceder respecto de la verdad? ¿Cuánta verdad debemos manifestar? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)