Los ambientalistas definen con la sugestiva frase titular de este artículo a grupos humanos que no tendrían otra alternativa que abandonar sus hogares y sitios de trabajo por los impactos del cambio climático, ya sea inundaciones, sequías con altas temperaturas, aumento del nivel del mar, desertificación, culminando con falta de alimentos y empleo. El presidente de la Comisión Europea, en una reciente intervención en el Parlamento de la Unión, aseveró que para el año 2050 existiría un desplazamiento poblacional climático de 250 millones de personas, en su gran mayoría pobres, vaticinio que cobra fuerza cuando varios países suscriptores del Acuerdo de París incumplen sus ofertas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y el más importante, Estados Unidos, se aleja de él.

La gran paradoja radica en que el mayor caudal de movilizados sería de países paupérrimos o de menor desarrollo, que exhiben reducidos índices de contaminación (se les atribuye solo 7% de las emisiones planetarias de CO2), pero en cambio sufren las peores consecuencias de un fenómeno generado por las naciones más poderosas. El líder europeo aprecia que no debe cesar la lucha contra el cambio climático, acompañada con un decidido apoyo de las naciones desarrolladas a los núcleos más vulnerables, lo contrario sería estimular una crisis de incalculables proporciones, superior a la vivida en los últimos tiempos en Europa por la incontrolable presión migratoria, proclive a la inestabilidad política y social del mundo.

Si las afirmaciones del dirigente de la Unión Europea causan perplejidad, mucho más desconcertante es lo que expresa Charles Geisler, profesor de Sociología de Desarrollo de la Universidad de Cornell, autor de un estudio que concluye advirtiendo que el aumento del nivel del mar, acompañado por oleajes y marejadas, provocaría destrucción de regiones fértiles costeras y deltas fluviales, empujando a millones de personas a buscar lugares interiores altos para eludir el efecto de inundaciones marinas, que reducen las superficies bajo cultivo necesarias para el abastecimiento de alimentos, cumpliéndose la arraigada creencia de que los océanos recuperarán espacios terrestres que antes les pertenecían.

En otra arista, el calentamiento atmosférico, compañero inseparable del cambio climático, tornará más vulnerables a las plantas frente a plagas y enfermedades, especialmente a las grandes extensiones de monocultivo, razón para que el investigador brasileño Miguel Ditta presagie que de llegar a infectar el hongo Fusarium, raza tropical 4, las plantaciones latinoamericanas de banano y plátano, con devastación total incluida, provocaría desplazamientos migratorios hacia las naciones desarrolladas de 12 millones de personas que laboran directamente en esos cultivos.

En tanto, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ratifica que el nivel del mar sigue subiendo a una tasa de tres milímetros por año, mientras en las áreas tropicales tal elevación sería 20% superior, lo cual es una seria alerta para las poblaciones ecuatorianas en riesgo, cercanas a ríos y esteros con influencia marina. Un gran paso ha dado la Municipalidad de Guayaquil al concluir estudios de identificación de los sitios vulnerables a las inundaciones, deslizamientos de tierra y las “islas de calor urbanas”, precautelando que su territorio y población sufran lo menos posible los embates del cambio climático. (O)