Parece que todos queremos vivir una buena vida y ser felices. Pero lo que no está claro es lo que entendemos por buena vida y menos aún qué nos hace felices. Y muchas veces creemos que tener mucho dinero es el sinónimo de esas realidades. Y si mezclamos con la necesidad de tener poder, el coctel es peligroso y explosivo. Mesa servida para la corrupción pegajosa, atractiva como un imán.

Quizás uno de los descubrimientos más claros de toda la trama de corrupción que nos afecta es constatar que se trata de un sistema de coimas, padrinazgos, secretos, silencios y complicidades, paraísos fiscales, e inestabilidad. Y que se necesita cambiar las reglas del juego para hacer esta conducta y realidad más difícil.

La corrupción actualmente es tema de conversación cotidiana y de análisis de choferes y pasajeros, compañeros de trabajo, amigos, familiares, estudiantes, empresarios, políticos, religiosos, catedráticos y alumnos…

Lo positivo es que se ha logrado democratizar la discusión de lo que es un hecho irrefutable, pero que se interpreta de diferentes maneras según el lugar donde trabajamos, el barrio donde vivimos, el estrato social al que pertenecemos, las simpatías o adhesiones políticas, nuestras propias corrupciones, los canales de TV que se ven, los periódicos que se leen y las radios que se escuchan, los años de vida, el mayor o menor involucramiento en el mundo que nos rodea.

Me alegra mucho que compañeros de viaje en la metro conversen sobre lo que pasa en Brasil y lo comparen con nuestra sociedad. La mirada más global permite comprender la profundidad del daño y verse en el espejo. Las redes sociales, privilegio de minorías en cuanto al uso pero no en cuanto a la repercusión, son actoras notables en el espectáculo del que todos somos parte como espectadores y actores a la vez, pues las noticias y las interpretaciones saltan de las redes a las conversaciones cotidianas, ampliadas, deformadas, multiplicadas.

Y cuando alguien dice que está decepcionado porque todos son corruptos, que ahora es todo contra todos, sin querer está diciendo que él también es un corrupto porque no hay todos sin inclusión personal.

Cada vez más la pregunta es: ¿Cómo hemos llegado a este estado de descomposición política y ética?

No podemos echarle la culpa solo a los demás, a los otros, porque de alguna manera todos somos corresponsables, porque a nuestra pequeña o gran medida, permitimos, callamos o somos parte de esta trama que amenaza con envolvernos, asfixiarnos y adormecer nuestra conciencia con el eslogan si otros lo hacen, por qué no lo voy a hacer yo. No podemos ir por el mundo como justicieros… Mejor callar… sobrevivir… aguantar. Los que han denunciado la corrupción mire cómo están: Fernando Villavicencio, Cléber Jiménez, Martha Roldós, la Comisión Nacional Anticorrupción...

Y volvemos a la aspiración de una buena vida. Si la corrupción es un sistema en el que muchos aceptan y promueven ser parte, la honestidad, la felicidad también son colectivas y su base es la educación.

El bien hacer es responsabilidad de todos. El derrumbe de la corrupción es tarea de todos y cada uno allí donde está, vive, ama, se relaciona. Es nuestro trabajo común convertirnos en lo que somos. Un pueblo ético, alegre, solidario, trabajador y hospitalario. (O)