Cuando se acerca un cambio de gobierno hay esperanza, alegría, novedad, incertidumbre, pero también angustia, crispación y desánimo.

Sobre todo cuando el silencio del presidente entrante es solo superado por los interminables monólogos del presidente saliente, que llena todos los espacios, habla de sus logros, deja una hoja de ruta para quien lo reemplazará con todo indicado para no equivocar el camino que él trazó, no precisamente lo que la ciudadanía quiere, como si se fuera sin irse o quisiera seguir gobernando a control remoto.

En ese escenario que parece ser una camisa de fuerza, un corsé que impide la libertad de acción, sobre todo cuando la Asamblea saliente aprobó en tiempo récord leyes que comprometen aspectos cruciales en la salud y la seguridad en el país, la expectativa por al fin oír las propuestas que el presidente electo pondrá en práctica, no como promesa sino como hechos verificables, en el corto, mediano y largo plazo, crece y se expande.

Quien está agazapado en el silencio ¿espera mejores oportunidades para decir lo que quiere decir sin que lo recriminen, no tiene nada que decir, no sabe qué decir, tiene miedo de decirlo o está preparando su palabra, la de él, no el eco de los que se van?

Habrá que esperar la toma de posesión para despejar la incertidumbre.

En un país dividido, los efectos de la palabra del recién estrenado presidente serán múltiples. Y aunque no lo quiera tendrán los efectos de las olas, cuando una parece engendrar otra hasta el infinito. Quienes lo eligieron y también los que no lo hicieron, porque se convertirá en el presidente de los ecuatorianos, no de un grupo por grande que sea, esperan que gobierne él y no sea sombra ni eco de nadie.

Quieren, queremos, que trabaje por un país donde la diferencia sea bienvenida y no penada con cárcel, donde se respete y se cumpla la división de poderes necesarios para gobernar un país, la opinión sea un derecho, se sepa elegido por un periodo de cinco años (y no heredero real). Se considere un eslabón de la cadena de 44 presidentes constitucionales que ha tenido Ecuador, parte de la historia (parte, no todo), transparente la realidad en que se encuentra el país, económica, socialmente, y llame a reconstruirlo entre todos, porque de eso se trata, de reconstruir. Es mejor saber que habrá que hacer sacrificios a esperar que la realidad reviente la burbuja en la que estamos sumergidos. La población ha demostrado ser valiente y saber enfrentar los problemas cuando se une frente a acontecimientos que la superan y demandan el esfuerzo de todos. La Guerra del Cenepa, el reciente terremoto, por solo hablar de momentos culminantes, han demostrado la valentía de la ciudadanía y su capacidad de resiliencia. Pero el pilar que hace eso posible es la verdad sin aspavientos, la verdad pura y simple, “La verdad los hará libres” dijo el Maestro.

Que pueda decir con Nelson Mandela, el líder referente de la unidad en un país que decenas de años de injusticia y segregación tenían al borde del abismo, “A diferencia de algunos políticos, puedo admitir errores”, y aglutine y oiga en ese quehacer a los mejores ecuatorianos. Dicen las estadísticas que en los primeros seis meses se esboza y comienza la manera de gobernar que marca un camino, después ya se produce un acomodo. Así que estamos a la espera de ese remezón crucial. (O)