Fue estimulante recibir las opiniones de quienes se animaron a escribirme a raíz de mi anterior artículo del mismo tema que este, publicado por EL UNIVERSO, el 26 de abril de 2017.

En él me referí a que, según la investigación realizada, por encargo del Rimisp, el sistema educativo actual, su orientación y su aplicación en las zonas rurales no motiva suficientemente a los jóvenes, varones y mujeres, a permanecer y desarrollar su vida en el campo, sino que los impulsa a abandonarlo e irse a las ciudades en busca de mejor vida.

Les comparto algunas de las opiniones que me hicieron llegar los primeros lectores, que atendieron gentilmente mi petición:

Vivir de la tierra no es nada fácil.

Pienso que los trabajadores agrícolas no tienen suficientes incentivos para dedicarse exclusivamente al campo. Por más amor que se le tenga, se necesita dinero y el campesino vive con lo mínimo.

¿Tú podrías vivir del agro únicamente?

Es un círculo vicioso ya que el señor de las tierras no incentiva la educación de los campesinos y de ahí la fuga hacia la ciudad.

Qué tristeza, cuando el campo nos da tanta paz y la maravillosa naturaleza.

A veces me parece que es un plan político perverso para hacer que las personas abandonen el campo, se aglomeren en las ciudades y así tener más votantes en ciudades grandes y, por otro lado, el campo abandonado será expropiado por no usarse adecuadamente.

Es una vergüenza que hayan pasado tantos años y el problema siga siendo el mismo.

Es impactante que apenas el 1% de los estudiantes del campo quieran estudiar ciencias del agro. Eso refleja una equivocada orientación hacia los ciudadanos.

Coincido con el estudio pedido por el Rimisp, pero creo que deben aumentarse los siguientes puntos que impulsan a los jóvenes a salir desde el campo hacia las ciudades:

Los problemas generados en la cuestión agraria: la tenencia y propiedad de la tierra, acceso a recursos productivos y tecnológicos.

Las políticas públicas encaminadas al sector rural siguen siendo paternalistas, lo que no ayuda a cambiar su realidad.

La educación formal, en todos sus niveles, no está orientada a una cultura rural, porque es “urbanocentrista”, forma para ser empleados públicos o privados u obreros de las grandes fábricas.

Hay otros y muchos factores que inciden en lo que algunos denominan la “descampenización”. Es urgente tratarlo, puesto que de la producción de los pequeños y medianos productores campesinos tenemos el 80% de lo que comemos en Ecuador.

No cabe duda de que estas y otras opiniones, tal vez como la suya, si no la ha expuesto, deben motivarnos a seguir impulsando el cambio que se necesita realizar urgentemente en la educación campesina, para su bien y, en consecuencia, de toda nuestra nación, evitando su expulsión del campo y procurando su enraizamiento en él, en condiciones de salud y cultura apropiadas para su hábitat.

¿Está de acuerdo usted con tales planteamientos? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)