Al tenor de la sabiduría popular sobre que los comentarios son como las pizzas: bienvenidas si uno las solicita, y a la académica posición de que los hechos son sagrados y las opiniones libres, ensayé una recopilación textual sobre lo que defino como fraude periodístico “público-privado” de las elecciones que terminaron por ratificar a Lenín Moreno como presidente del Ecuador.

A riesgo de aparecer en redes sociales tras asumir una posición, recurro al texto de Félix Ortega Gutiérrez: “La política mediatizada” –guía de clases universitarias– para argumentar desde la academia, no desde las vísceras.

“Si hay en la actualidad algún escenario que podamos considerar esencialmente público, ese no es otro que el de la comunicación mediática”. Desde la ritualidad tribal, pasando por Grecia, Roma, Medioevo, Modernidad y el siglo XX, el establecimiento de lo público atraviesa una serie de estadios que terminan por radicar a este en los medios de comunicación masivos como una suerte de “colonización mediática de lo público”.

“Lo que ocupa y preocupa a la atención pública es todo aquello que ha sido filtrado a los periodistas y acaba convirtiéndose en noticias, informaciones, relatos icónicos y mensajes publicitarios. La política no queda descartada de esta matriz cultural… solo que ahora debe hacerlo en competencia con otros esquemas más fascinantes, en una posición subordinada y siempre conforme con las reglas establecidas por la comunicación”. Entonces en los escenarios público-privados, ¿cómo lo hace en términos prácticos?

“De hecho, como agencias privadas que son, los medios de comunicación mantienen una constante confrontación con las instituciones públicas… La corrupción parece ser una conducta que solo afecta a lo público, y cada cierto tiempo la ley del hierro de la información tiene que ‘descubrir’ algún ‘escándalo’ que así lo corrobore; con fundamento o sin él”.

Trazado el terreno, “políticos y periodistas, aun cuando tienen sus propias esferas de acción, comparten inexorablemente el nuevo espacio público”. (Los medios). Para este autor, en el caso de la mediación profesional entre políticos y medios privados, el encaje está en “…disponer de medios de comunicación afines, que les posibiliten tener bajo su control la elección de los profesionales y la orientación a seguir por estos. De otro lado, establecer alianzas con algunos profesionales de la comunicación no integrados en empresas del sector, de manera que las relaciones del político con el espacio público no lo sea a través de una única mediación, sino de una doble mediación”. Y, en los medios públicos: “Lo más probable es que traten de hacerlo –organizar medios de comunicación propios– una vez que se instalen en el Gobierno, usando recursos financieros públicos de una doble manera: bien en empresas de comunicación que dependen directamente del gobierno (medios públicos), bien creando (o apoyando) empresas de comunicación privadas”.

Si bien esta selección de citas textuales del libro de Félix Ortega puede ser arbitraria, lo es también cronológica. Y lo único que pretenden es mostrar en lo que hemos estado inmersos en la reciente campaña electoral: ni proclamaciones de asepsia partidista, ni rasgarse de vestiduras propias de Semana Santa en honor de una evidente ausencia de independencia. Solo reinventarse. Solo reivindicarse.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado. (O)