El presidente electo de Estados Unidos y el huésped en nuestra Embajada en Londres se han unido públicamente para proclamar la inocencia de Rusia ante la acusación que le hacen unánimemente los servicios de inteligencia del Gobierno norteamericano de haber intervenido en la campaña presidencial última. Las agencias de inteligencia norteamericana sostienen que las agencias rusas robaron los correos electrónicos de la campaña demócrata y se los entregaron a Assange, quien gustoso acrecentaría su fama de ladrón de documentos mientras ellos esconderían su responsabilidad. Para refutar a la CIA y al FBI, el presidente electo de Estados Unidos no ha vacilado en aceptar como prueba irrefutable la palabra de Assange, quien niega que Rusia le haya proporcionado los correos electrónicos de la campaña de la señora Clinton. Las cosas se complican en Estados Unidos: El presidente saliente ha expulsado a numerosos funcionarios rusos y ha clausurado agencias de inteligencia rusas. El señor Putin no ha expulsado a ningún diplomático norteamericano. Dice que espera a que asuma la presidencia el señor Trump, con quien ha intercambiado elogios. Todo eso sería para los ecuatorianos indiferente si no estuviera el Ecuador mezclado en el asunto, sin ninguna razón ni provecho, y sí con mucho riesgo, por dar asilo, protección, inmunidad, a un pirata cibernético que ha instalado su oficina en la Embajada y desde la que concede entrevistas de prensa.

En artículo titulado ‘Guarida diplomática’, publicado en EL UNIVERSO de 5 de agosto último, advertí al país que, a vista y paciencia del Gobierno, Assange y WikiLeaks lo estaban involucrando en la campaña electoral de los Estados Unidos. Nuestro canciller importado dijo, inicialmente, que el asilado solamente estaba prohibido de intervenir en política ecuatoriana, aun cuando luego, al apreciar la gravedad de las cosas, el Gobierno ecuatoriano hizo un simulacro tardío de bloquear a Assange el acceso a internet cuando el daño ya estaba hecho y ya nos habíamos convertido en enemigos del gobierno demócrata. Y aun cuando el presidente electo apoye hoy la versión de Assange, en Estados Unidos se recuerda que años antes el señor Trump lo consideraba un enemigo de su país e insinuaba que se le debería aplicar la pena de muerte.

Recordemos que fue la Cancillería la que le ofreció públicamente asilo territorial en nuestro país. Un tiempo después se le otorgó, graciosamente, asilo diplomático en Londres. El Reino Unido no le reconoció tal calidad y no le otorgó el salvoconducto solicitado por Ecuador para que abandone su territorio. En agradecimiento por el asilo recibido, Assange nos calificó de “país insignificante”. Luego nos indujo a proteger a otro espía, Snowden, a quien, desde el consulado en Londres, concedimos salvoconducto para abandonar Hong Kong, en camino a Ecuador, y luego lo abandonamos en Moscú, cuando el vicepresidente de Estados Unidos le llamó a protestar al presidente Correa y este le manifestó que no era enemigo de Estados Unidos. El presidente Putin le sacó del apuro concediendo asilo a Snowden.

Lo de Assange y lo de Snowden son dos casos más de la inconsistencia de la política internacional. (O)