Respetuoso, educado, caballero, gran hombre, gran ciudadano. Son algunas de las palabras que se han repetido para describir al expresidente Sixto Durán-Ballén después de su muerte. Más allá de diferencias ideológicas o políticas, una gran mayoría de ecuatorianos siente por Sixto ese respeto que inspiran las personas honorables.

Recordar a Sixto nos ha traído también cierta nostalgia por tener un Presidente, uno de verdad, con mayúscula. Recuerdo a Sixto como un hombre que respetaba a los demás, a sus opositores, a la prensa, al ciudadano común. Que entendía y respetaba el valor e influencia de su cargo. Después de Sixto, la banda presidencial ha sido maltratada por varios de sus sucesores, hasta llegar al actual, que tras nueve largos años en el poder todavía no entiende lo que significa ser Presidente de un país.

Con el reciente triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos mucho se ha hablado sobre la política del espectáculo y el escándalo. Esa política convencida de que lo importante es que hablen de ti, bien o mal, da igual, pero que hablen de ti. Que lo que cuenta es estar 24/7 en los televisores, en las redes sociales, en la boca y la cabeza de la gente. Esa política tan vacía de contenido y decencia, y tan llena de odio, verborrea e irrespeto.

Correa, como Trump, ha practicado fielmente esta política populista del show y el escándalo. Ha denigrado la imagen del presidente. Sus constantes insultos, ataques, sarcasmos y burlas han llevado a niveles subterráneos la figura presidencial.

De Sixto a Correa hay kilómetros de diferencia. No veo a Sixto, por ejemplo, demandando a un banco por daño moral, para quedarse con más de medio millón de dólares en el bolsillo. Ni hablar de enjuiciar por millones de dólares a un diario y periodistas. Difícil imaginar a Sixto en un ambiente como el que este Gobierno ha creado en las sabatinas, diseñadas para echar lodo y desprestigiar a críticos y opositores.

Los defensores del correísmo dirán que es cuestión de estilos. Que Sixto es la figura del abuelo bonachón, mientras Correa es más apasionado y agresivo. Pero el estilo aquí es secundario. No extrañamos esa actitud más pacífica de Sixto. Extrañamos, sobre todo, esa calidad humana, esa educación, esa elemental ética que hoy se ha perdido en Carondelet.

Recuperar la decencia será una prioridad del próximo presidente. Hay razones para ser optimistas. Esta elección presidencial nos da la esperanza real de que la figura presidencial será respetada nuevamente. Nos da esperanzas de que esta época del insulto, de la infamia, de la falta de ética en Carondelet habrá sido solo un mal rato que se extendió más tiempo de lo programado, que finalmente quedará en el pasado.

El correísmo nos había hecho olvidar lo que es tener un Presidente de verdad. Sixto nos lo ha hecho recordar. Cuando él terminó su presidencia, dejó Carondelet, se fue a su casa y vivió tranquilo. ¿Podrá Correa hacer lo mismo?

Esperemos poder cerrar cuanto antes este mal capítulo político. Y que finalmente, luego de tantos años de espera, vuelva la decencia a la Presidencia. (O)