La Universidad de Guayaquil, más que centenaria, ha sido una de las instituciones más importantes en la vida de la ciudad y del país. En su momento, voz crítica seria acerca de los problemas legales, económicos y sociales del país.

Como en otras, la supresión de los exámenes de ingreso hizo que el número de alumnos aumentara en 300% de un año para otro, sin que la universidad tuviera cómo responder académicamente a esa nueva realidad; no estaba lista ni con el número de profesores, por lo que tuvo que improvisar, ni con laboratorios, ni con bibliotecas, ni con aulas. A ese descenso brusco se sumó la politización malentendida que confundió a la universidad con sede de determinados partidos. Por eso no fue sorpresa que en la evaluación, su categoría fuera la D.

Ahora, con ese mismo sistema de evaluación ha pasado a B, lo cual es bueno. Solo conocemos datos numéricos que dicen que evidencian el cambio; de esos aspectos sí, pero aún falta la evidencia del cambio en lo más importante: lo académico, la generación de pensamiento crítico, la capacidad de elaborar pensamiento, de investigar, de producir conocimiento; no lo sabemos. Esperamos que hayan progresado y desarrollado la capacidad de mantenerse y mejorar más allá de los números, por el bien de la ciudad y del país. (O)