La expresión vale para trece acepciones según el DRAE, pero todos tenemos una, la más atractiva, en la memoria: ir de ferias supone emprender una pequeña aventura de hallazgos, de sorpresas, de descubrimientos. Toda clase de objetos puede exponerse a los ojos de los potenciales consumidores, actividades recreativas acompañan a los curiosos en sus recorridos.

Ir de ferias tiene de festejo, de algazara, de oportunidad de encuentros. Son numerosas las personas que saludamos en una de ella, a otras las conocemos por primera vez y, codo a codo, frente a un tenderete o stand hacemos nuevos amigos. Hay que estar preparado para algún apretujón, para el manejo adecuado del tiempo, para estirar la mano y que otra se nos adelante. Algunas madres o padres empujan el cochecito del bebé, los niños se nos escurren entre las piernas, un sano barullo recorre los pasillos pero se detiene a raya cuando cruzamos la puerta de algún acto programado.

Cuando la feria es de libros, la convocatoria es amplia y heteróclita. Los asistentes no son, exclusivamente, lectores consumados. La gama es variada: están desde aquellos que no pueden vivir sin los libros hasta los que quieren iniciarse en la inmersión en la lectura, pasando por una gama muy variopinta entre curiosos distantes, gente que quiere hacer un regalo, los que van “llevados” por otro que sí lee, padres que consideran básico que los niños se enamoren de los libros.

El lector consumado sabe a lo que va: un título que lo tienta hace rato, una editorial de prestigio que expone por primera vez, unas rebajas que le vienen bien a su bolsillo. El lector que se inicia va en pos de libros recomendados, de autores de los que ha oído hablar con frecuencia y muchas veces se deja atraer por portadas o títulos llamativos. No descarto el asistente que acude para “ver qué pasa”, es decir, para analizar el fenómeno en sí, que todavía mantiene apasionado y entusiasta a un sector de la humanidad, digan lo que digan de la muerte del libro impreso.

Se ha hecho habitual que las ferias de libro ofrezcan un programa paralelo a la mera exposición de ejemplares para la venta. Ese programa se convierte en un atractivo mayor porque permite conocer en directo a autores leídos o por leer, porque materializa la imagen de esos seres invisibles que nos hablan por medio de páginas y de quienes podemos sentirnos tan cercanos sin el menor contacto directo. Ese programa le pone una columna sólida a las ferias de libros y saca a la luz los fantasmas de la creación, las luchas, dificultades y metas de una gama grande de ejecutores de la literatura.

Porque detrás de los libros no hay solamente autores sino una lista amplia de trabajadores de la edición y la circulación, que ha permitido que el objeto libro llegue a nuestras manos a cumplir su cometido de portador de lenguajes múltiples, de fetiche, de tesoro, de posesión icónica, casi sagrada.

Ir de ferias, por tanto, puede representar no una manera de pasar el rato, sino una incursión significativa en un mundo que jamás agota todas sus sorpresas. Guayaquil se va de feria de libros esta semana.(O)