Los altos sueldos de los directivos de Yachay y los millones de dólares gastados en cosas poco justificables son los árboles que no dejan ver el bosque de la educación superior ecuatoriana. Obviamente, es necesario debatir sobre los recursos asignados al proyecto emblemático del Gobierno y, de manera especial, sobre la forma en que han sido utilizados. El despido al rector, con su amplia repercusión mediática, puso sobre la mesa el tema económico, lo que siempre se agradece en un medio que se ha vuelto opaco y denso en los asuntos relacionados con la plata que entra y sale de las arcas públicas. Es saludable que se debata sobre el monto y el destino del dinero que sale de nuestros bolsillos, especialmente cuando existen sospechas de que se están construyendo elefantes blancos que corren el riesgo de extinguirse cuando llegue el fin del correísmo.

Pero el problema de fondo no está en el valle de Urcuquí, en la pomposamente llamada Ciudad del Conocimiento, sino desperdigado a lo largo y ancho del territorio nacional, en todo el entramado que constituye el sistema educativo. Con una escuela primaria que mantiene métodos y prácticas del siglo pasado y una educación secundaria desconectada de los avances pedagógicos y metodológicos del mundo contemporáneo, es prácticamente imposible instaurar una universidad de excelencia, como se pretende con Yachay. Los estudiantes que llegan al nivel universitario arrastran todas las deficiencias de los niveles previos y tienden a reproducirlas en todas sus actividades. Por ello, en algunas universidades se han instaurado periodos de uno o dos años (más o menos equivalentes al college norteamericano o a los cursos generales de otros sistemas) destinados a llenar los vacíos y preparar a los estudiantes para enfrentar la carrera universitaria.

El precario edificio del sistema educativo nacional exige un conjunto de medidas para asegurar, no siquiera el éxito, sino el adecuado funcionamiento de una universidad de excelencia en el campo de la tecnología de punta. Mucho más si sus estudiantes son reclutados de las universidades públicas, que son las grandes damnificadas de las largas décadas de desinterés estatal y de la mal entendida democratización de la enseñanza (que en realidad fue una masificación que tendió a igualar hacia abajo). Es imprescindible el periodo de nivelación señalado antes, en el que no deben faltar cursos que desarrollen el pensamiento lógico y familiaricen a los estudiantes con las metodologías de investigación y con el lenguaje académico. Incluso, aunque a algunos les suene como un sacrilegio, se debe asegurar el dominio del inglés que, quiérase o no, es la lengua franca del mundo académico.

Pero, ya que el objetivo no es solamente crear una universidad, como bajo el garcianismo fue la Escuela Politécnica, sino un complejo de creación de tecnología, cada una de las actividades debe mantener estrecha relación con el mundo real. Básicamente, es necesaria una vinculación con la economía pública y privada, que es en donde se materializan los potenciales avances.

Estos son los temas que deben emerger cuando se aclaren los montos y destinos de los recursos.(O)