Las naciones han tomado conciencia de la necesidad de actuar con presteza frente a los estragos de los fenómenos atmosféricos derivados del cambio climático, ampliamente difundido y de cabal comprensión general, dando énfasis hacia la mitigación de sus impactos en el abastecimiento de alimentos y en la salubridad pública, que podrían adquirir niveles de catástrofe de llegar a convertirse en realidad las tenebrosas predicciones que señalan los expertos. En esa tónica, Ecuador oficializó, con escasa difusión, la denominada Estrategia Nacional de Cambio Climático 2012-2025, que destaca las acciones por tomar en materia de reducción de daños, así como en la necesidad de ejecutar programas de adaptación a su irremediable presencia. Antes, mediante Decreto Ejecutivo 495, del 8 de octubre del 2010, se creó el Comité Interinstitucional de Cambio Climático, instancia de alto nivel político para la articulación de medidas, integrado por varios ministerios y secretarías de Estado, no incluyéndose increíblemente al Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuicultura y Pesca (Magap), siendo el que impulsa, regula y controla las actividades más seriamente afectadas, de obligatoria preservación.

A pesar del tiempo transcurrido, se desconoce lo realizado en nuestro medio para la obtención de variedades o tipos de plantas cultivadas que mejor se comporten frente a las adversidades del clima o recomendar labores que busquen su fortalecimiento a través de prácticas agrícolas que las ayuden a enfrentar exitosamente los cambios imprevistos de temperatura, las irregularidades en los regímenes de precipitación o los intervalos notorios de sequía e inundaciones, así como las variaciones sensibles en los tiempos de brillo e intensidad solar, que interfieren la fisiología de los vegetales; los trastornos en los suelos, en especial a su parte viva fundamental para los procesos nutritivos y la lucha contra las enfermedades y plagas. En los informes de rendición de cuentas 2014 por estación de Iniap, que aparecen en su página web, no consta nada concreto en este campo, mientras se señala que se han aumentado significativamente las asignaciones económicas para fortalecer la investigación agrícola.

La agricultura reclama el convencimiento público y político de que es extremadamente vulnerable al cambio climático, habiéndose comprobado que el aumento de temperatura, factor clave de esa anormalidad, reduce la producción de las principales cosechas, aun cuando hay evidencias de que ciertos cultivos podrían ser beneficiados, pero la expectativa es que la mayoría de ellos tendrá resultados negativos, poniendo en peligro la seguridad alimentaria mundial, siendo las más afectadas las poblaciones de más bajos ingresos y los pueblos reacios a tomar las precauciones que la comunidad científica internacional aconseja. Es urgente que se asignen recursos suficientes para financiar estudios que potencialicen la capacidad que tienen las plantas y animales (también el hombre) para superar condiciones negativas o resiliencia, como las alteraciones meteorológicas u otras, que deben ser estudiadas a profundidad, sin olvidar las singulares características de nuestro medio ambiente ecuatorial. El desafío es inmenso para lograr cultivos y ganaderías con éxitos aceptables de productividad aun en las más adversas variaciones climáticas, siendo la biotecnología y agroecología las ciencias adecuadas para lograrlo, dentro de un serio y consistente programa de innovación tecnológica con total apoyo político, que no admite postergaciones. (O)