El 31 de enero pasado, la Confederación de Cultivadores Directos de Italia, conocida como Coldiretti, organización de productores agrícolas de gran influencia económica y política sectorial del Viejo Continente, con motivo de su septuagésimo aniversario, fue recibida en audiencia especial por el Santo Padre, ocasión propicia para que hiciera declaraciones que marcan un horizonte en la concepción moderna de la agricultura y de su sostenibilidad, mucho más avanzadas de las ya conocidas manifestaciones del Vaticano respecto de los campesinos, del rol que desempeñan en el abastecimiento de alimentos y el reconocimiento de sus legítimos derechos. Hemos de resaltar su pensamiento cuando le da a la tierra la categoría inmarcesible de madre y reclama para ella el tratamiento delicado y amoroso que debe otorgársele en la noble misión de cultivarla con esmero, creatividad, sin afectar su integridad y entorno, minimizando el impacto en el cambio climático y reivindicando su papel básico en la supervivencia de la humanidad.

Al recabar su cuidadoso trato, aun dentro de su necesario cultivo, está proclamando la necesidad y compromiso de la conservación adecuada de los suelos, evitando la sobreexplotación, la contaminación por el irracional uso de pesticidas y fertilizantes, la erosión de todo tipo y su desastrosa degradación, que atentan contra el bienestar del hombre, de su supervivencia y el equilibrio social. Es reconocer que en una cucharadita de suelo fértil habita armoniosamente tal cantidad de microorganismos que equivale al número de personas del mundo, contribuyendo a la salubridad de los vegetales, a la transformación de los minerales del suelo en substancias aprovechables y a los volúmenes óptimos de las cosechas. Propone “custodiar la tierra haciendo una alianza con ella a fin de que siga siendo, como Dios la quiere, fuente de vida para la entera familia humana”. Razón tiene el papa cuando dice que se atenta contra la tierra cuando es motivo de deshonroso tráfico y cruel acaparamiento, destinándola a menesteres supuestamente más redituables que la distancian de su noble misión y fustiga a los irreverentes al expresar “también aquí domina el dinero, cuando se dice de aquellos seres que son capaces de vender hasta su propia madre, aquí hablamos de vender la propia madre: la madre tierra”.

Es evidente el pontifical espaldarazo a la tesis de la centralidad y revalorización de la agricultura como generadora de riqueza y bienestar de millones de personas que viven directa o indirectamente de ella, ser fuente inagotable de ocupación permanente y, para algunos pueblos, única e inmediata posibilidad de alcanzar el desarrollo pleno si se le incorpora innovación tecnológica, que impulse el aumento de la productividad, transferencia de conocimientos, comercialización a precios remunerativos, infraestructura territorial y condiciones óptimas de vida que hagan del espacio rural un lugar cómodo para vivir y un atractivo para los jóvenes, que revierta la negativa tendencia de envejecimiento de la población campesina. El papa reclama la promulgación de normas que destraben la marcha agrícola, que se asegure su rentabilidad que da firmeza a la seguridad alimentaria. En definitiva, consolida maravillosamente tres principios que deben regir el cultivo de la tierra: productividad, sostenibilidad y equidad. (O)