Al asumir José Mujica la presidencia de Uruguay pronunció un conceptuoso discurso en el que expuso su política agrícola, desarrollada luego con éxito durante su gestión que pronto termina. Se resumía en darle suficiente valor a la explotación agropecuaria, razón de ser de la pequeña república oriental, recalcando que para ello no era necesario poblar de chimeneas su territorio sino incorporar a la tierra investigación, transferencia de tecnología, labranza con semillas mejoradas, ingeniería genética, labores culturales apropiadas, insumos amigables con el medio ambiente, riego, drenaje, crédito y comercialización promovida por el Estado, que haga de la actividad en su conjunto un negocio rentable para todos los actores de las cadenas productivas, con suficiente competitividad para sostenerse con ventaja en mercados ávidos de alimentos sanos y de calidad, debidamente certificados, para una población que crece velozmente.

Para aplicar su política agrícola tuvo el acierto y valentía de designar como ministro a un ingeniero agrónomo sin antecedente partidario, formado en el ámbito privado arrocero y ganadero, que lo acompañó durante los cinco años de mandato, con tal lucimiento y aceptación que ha sido confirmado por el electo mandatario Tabaré Vásquez. En el informe ministerial se recalca que al concluir el periodo se cuenta con suficientes alimentos para 20 millones de personas del mundo, cuando antes alcanzaba solo para 9, sin incrementar las áreas cultivadas, solo con innovación tecnológica. Aun cuando las diferencias climáticas con Ecuador son bien marcadas, se encuentran similitudes porque ambos dependen en gran medida de su agricultura y ganadería, que aporta entre el 9 y 10% del PIB, pero incorporando las actividades agroindustriales y los servicios demandados por el sector, ascendería su contribución a más del 20% del PIB; en nuestro caso suman más del 70% de las exportaciones no petroleras. Si ellos tienen una desarrollada ganadería, óptima producción de soya y arroz, nosotros disponemos de banano, café, cacao, maracuyá, flores de corte, camarón, pesca y mucho más, pero pecamos de baja productividad, no invertimos suficiente en investigación, hemos avanzado poco en certificación y trazabilidad de nuestros bienes y mantenemos trabas a las exportaciones.

Sin embargo, estamos a tiempo para dar un golpe de timón, comenzando por adoptar una conciencia agroexportadora, agroalimentaria y forestal, revalorizando el sector, convenciendo a la sociedad ecuatoriana y sus líderes que somos y seremos agrícolas tanto o más que los uruguayos, que los productos agropecuarios, llamados despectivamente primarios, son también el resultado de una serie de labores muy costosas por el monto de las inversiones, que utilizan semillas e insumos de alto nivel, que tienen asesoría profesional, que generan fuentes directas e indirectas de trabajo permanente, cultivados por empresarios pequeños, medianos y grandes, para este objetivo no cuenta el tamaño del predio, lo único que requieren es apoyo financiero, políticas de estímulo y pragmatismo internacional, porque son productos que responden a los mercados, a veces sacudidos por fenómenos como ahora la devaluación de la moneda rusa que tiene en ascuas a los cultivadores de banano, flores y hortalizas. En suma, Ecuador puede ser también un “país agro inteligente”, práctico, de rápidos resultados a favor del bienestar colectivo, sin esperar la ansiada pero preterida industrialización del campo.(O)