En semanas pasadas se constató un hecho que podría ser muy común: al degustar un pepino fresco, recién adquirido en un renombrado supermercado, se percibió un fuerte contenido de agroquímico, notorio por esa estrecha relación que existe entre olor y sabor, a causa del elevado y peligroso residuo tóxico de pesticida, que probablemente no alcanzó a degradarse en la planta hasta volverse inocuo, incumpliéndose con el periodo de abstención, tiempo en días que debe transcurrir entre el último tratamiento fitosanitario y la cosecha. Esta información debe constar en la etiqueta de los envases que contienen las sustancias que se emplean para el control de plagas y enfermedades de los cultivos, de estricto cumplimiento para los agricultores y motivo de obligado control de las autoridades sanitarias y agrícolas. Esos saldos venenosos en los alimentos pueden acumularse y provocar enfermedades crónicas de suma gravedad.

El incidente trajo a la memoria las dolorosas consecuencias que produjo el irracional uso, en los años 60 y 70 del siglo pasado, de los denominados Fumazone o Nemagón, DBCP, empleados para mitigar las poblaciones de minúsculos gusanos llamados nematodos, algunos benéficos, que pueblan los suelos, que supuestamente reducían la producción de banano, todo ello a exigencia contractual de las comercializadoras extranjeras, aun luego de su prohibición en los Estados Unidos porque ocasionaba esterilidad masculina, total o temporal, tanto en los obreros de las fábricas como en los trabajadores de las fincas donde los inyectaban, sin los cuidados y equipos que su peligrosidad demandaba. Se manifestaba en el escaso número, ausencia o muerte prematura, alteraciones morfológicas y movilidad de los espermatozoides o bajo volumen de líquido seminal, que produjo desesperanza, frustraciones, eliminación de autoestima en miles de varones que quedaron impotentes, privados de descendencia, con severa depresión, sin trabajo, víctimas de alcoholismo, drogas y tendencias suicidas. Hace poco un medio costarricense (La Nación, 27 de septiembre del 2014) informaba de nuevos reclamos, 37.500, con solicitud de altas indemnizaciones, ahora con pruebas contundentes de ser además causa de cáncer e insuficiencia renal.

La historia recoge con enorme dolor lo acontecido en Bophal, India, el 03 de diciembre de 1984, cuando por negligencia se produjo el escape de un compuesto, materia prima de plaguicidas, formándose una nube tóxica que causó entre 16 mil y 30 mil fallecidos y más de medio millón de desplazados. Paradójicamente, en 1999 se produjo la fusión de la Unión Carbide Corporation, propietaria de la planta de Bophal, y una de las dos creadoras del DBCP, Dow Chemical, sin que hasta ahora, en ambos casos, se haya debidamente resarcido a los afectados o sus familiares, con juicios inconclusos que dormitan en cortes del Norte, Centro y Sudamérica.

Lo relatado, ejemplo de cientos de sucesos de similar índole, sin mencionar el impacto a la fertilidad de los suelos por la destrucción de su población microbiana, obliga una campaña de capacitación dirigida a agricultores, vendedores, aplicadores, estudiantes de escuelas y colegios rurales y consumidores en general, para crear una conciencia de seguridad y protección en el uso de agroquímicos, hasta su anhelado reemplazo por biológicos u orgánicos menos dañinos, dentro de un plan integrado de control de plagas. (O)