El domingo 7 de diciembre, en EL UNIVERSO, leí la noticia sobre la intervención, en el Centro Cívico Eloy Alfaro de esa ciudad, de la señora vicealcaldesa de Guayaquil, Doménica Tabacchi, como representante del alcalde, en el homenaje al presidente de Uruguay, José Mujica; y la respuesta del presidente del Ecuador, Rafael Correa, quien criticó las palabras de la señora Tabacchi recordando, entre otros, su apellido extranjero (italiano).

Yo soy con mucha honra italiano, naturalizado ecuatoriano, tengo el máximo respeto para el presidente Correa; también para “mi país” que elegí para vivir, el Ecuador. Esto no significa que no deje de estar dolido y que me sienta conforme con el pronunciamiento, respecto a una evaluación de la diferencia entre ecuatorianos discriminando a quienes no tenemos, como lo tiene la mayoría en el Ecuador, un apellido español.
Ermanno Zecchettin, Isabela, Galápagos

Desde que Cristóbal Colón descubrió América en 1492 comenzaron a llegar los europeos al continente, y entre ellos a nuestro pedazo de tierra que en ese tiempo no tenía nombre. Por lógica, con esa migración al continente americano comenzaron a surgir ciertas etnias producto de la mezcla de la raza europea con la indígena.

Posteriormente, ante la aparente riqueza del mundo americano comenzaron también a migrar personas desde Italia, Suiza, Portugal, etcétera, proliferándose las mezclas de razas que perduran en América Latina. Los portugueses escogieron Brasil; los ingleses, Estados Unidos; los italianos, Argentina, Uruguay, Ecuador, etcétera, afincándose la raza de color especialmente en las islas del Caribe y parte de Colombia.

Esto quiere decir que por lógica, los nacidos de este intercambio adoptaron las características de sus ancestros. Es por esto que en Ecuador y de manera especial en la Costa, tenemos apellidos que nos recuerdan de dónde provinieron nuestros antepasados, sin importar en absoluto el color de la piel, cabello o de sus ojos. Lo que se impone en todo caso es su lugar de nacimiento, la libertad de comunicarse y el cariño que uno pueda sentir por su terruño, con los mismos derechos y aparentes libertades, que puedan tener en un país libre de egoísmos y situaciones adversas al color de la piel. Todos los que somos guayaquileños y queremos a nuestra ciudad tenemos el derecho ineludible, el poder de votar en nuestras elecciones no por el color de unos ojos ni el color de los cabellos, etcétera, sino porque representa a la provincia del Guayas y a nuestra querida ciudad de Guayaquil.
Édgar Diminich Miranda, ingeniero civil, Guayaquil

La mujer ecuatoriana emprendió en la política una tenaz lucha contra la desigualdad y el maltrato.

El presidente Rocafuerte les temía a las revolucionarias porque decía que eran muy peligrosas, razón por la cual no dejó entrar a Manuela Sáenz en Quito. El presidente del Congreso, el cefepista Assad Bucaram, llamó en varias sesiones “señora” a la doctora Isabel Robalino, esta diputada no se cansó de aclararle que era señorita; molesto don Buca le replicó con su característico lenguaje folclórico esta perla: “Vea doctora, aquí no hemos venido a discutir su virginidad”. El drama continúa, ahora se trata de minimizar a la vicealcaldesa de Guayaquil, Doménica Tabacchi, cuando se afirma que esta señora será guapa, rubia, con ojos claros, nombre extranjero, pero hablando en nombre de los ecuatorianos, de los guayaquileños, la auténtica guayaquileña no es. Es decir, una dama que tiene pinta no debe representar a los que la eligieron, entonces la misma suerte debe correr quien esto afirma ya que es alto, atlético, ojos claros. La pinta es lo de menos, la voluntad popular se impone.
César Burgos Flor, licenciado, Guayaquil