Decía Oswald Spengler que los verdaderos éxitos de un país son los de su política internacional. Vencido por la realidad, con el apuro del que está atrasado, el Gobierno ha acordado con la Unión Europea un Acuerdo de Libre Comercio. Para alcanzar este acuerdo, el presidente ha tenido que vencerse a sí mismo y acallar a sus colaboradores que se oponían a tal acuerdo y algunos lo saboteaban abiertamente. Ha tenido que despojar al canciller del manejo del comercio y restablecer el Ministerio que hace no mucho eliminó. Pero la tarea no está terminada. Resta la aprobación del Parlamento europeo y la ratificación correspondiente. El Gobierno necesita moverse con prudencia, evitando actitudes anti-Europa como las realizadas tan frecuentemente en el pasado y que esperamos no nos las recuerden los parlamentarios europeos. De nada nos han servido los desplantes de apoyar a Irán en su programa nuclear, de suscribir con ese país convenios financieros que le suavicen los efectos de las sanciones impuestas por Europa y otros países de Occidente; ni qué decir del apoyo al dictador de Siria, que nos hace solidarios de las masacres a su pueblo; y así continúa un rosario de errores, tales como la solidaridad con Gadafi, con el presidente de Bielorrusia, considerado por nuestros nuevos asociados como el último dictador de Europa; el tener de huésped en nuestra Embajada en Londres a un extranjero que solamente está perseguido judicialmente por la justicia sueca por acusaciones de delitos comunes; de esta manera manifestamos desconfianza en la justicia de británicos y suecos. ¡Y queremos que no juzguen nuestro sistema judicial!

La demora en negociar este acuerdo con Europa tendrá consecuencias negativas para nuestra economía; esperemos que nos sea concedida una extensión de las preferencias arancelarias europeas mientras entra en vigor lo acordado. Pero debe satisfacernos que el Gobierno haya decidido adoptar una actitud pragmática tan necesaria para nuestras vitales exportaciones. Esa misma actitud debe observarse en relación con el comercio entre Asia y las Américas. Constituiría una ceguera imperdonable la de negarnos a apreciar el volumen increíble de ese comercio, y empeñarnos, en cambio, en acuerdos con el Mercosur, que muy poco nos ofrece; no podemos negarnos a esa realidad del Pacífico que la han apreciado nuestros vecinos sudamericanos de esta costa y México. Si miramos el mapa, podremos apreciar la cruda realidad que nos imponen la geografía, la naturaleza; si miramos el mapa, veremos la soledad en la que nos encontramos.

Es necesario conservar el mercado estadounidense y aumentarlo. La competencia de Asia es cada día más fuerte. Se está discutiendo un acuerdo de comercio, el Trans-Pacific Partnership (TPP), que vincula los mercados asiáticos con el americano. En un ejemplo de pragmatismo, este acercamiento comercial cuenta entre sus más decididos propulsores al hasta ayer enemigo de Estados Unidos, el Vietnam. Todos los mercados están tan vinculados: una plaga en las camaroneras asiáticas ha beneficiado enormemente a nuestros productores y a nuestra balanza comercial. Veamos en el mapa dónde está situado geográficamente el Ecuador. ¡Exportar o morir! (Churchill).