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El coronel Chávez, ya moribundo, seleccionó a Maduro para que lo sucediera en la Presidencia, y la mitad de los venezolanos respetó su voluntad. En el Ecuador, el presidente Correa quiso hacer lo mismo que Chávez, pero la ciudadanía de las grandes ciudades lo desoyó y no votó por sus candidatos a las alcaldías. Cundió el pánico en el partido verde, que comprendió que Correa no podría escoger y hacer triunfar al eventual Maduro ecuatoriano. La reacción inmediata fue la de proponer la reelección del presidente Correa. Este, luego de decirnos que fue sincero cuando descartó la reelección en 2017, ha manifestado que debe reconsiderar esa decisión para que su revolución continúe. Esto no fue una sorpresa, porque es lo que han hecho todos los países de la ALBA: elegidos bajo constituciones que prohibían la reelección presidencial, todos, apenas elegidos, hicieron anular esa prohibición. Chávez se hizo reelegir hasta cuando ya estaba desahuciado; Ortega ha conseguido la reelección indefinida; Morales hace lo mismo en Bolivia; los Castro: derrocaron a Batista hace medio siglo, y lo reemplazaron con una dictadura que ha suprimido todas las libertades. Sobreviven con el petróleo que les regala Venezuela, y, no contentos con eso, intervienen en su administración.

El presidente Correa fundamenta el reconsiderar su decisión anterior de no ir por la reelección en su obligación de defender el proyecto revolucionario. Víctor Hugo expresó que “la revolución es el paso brutal que da el progreso.” No es, pues, un estado permanente, es solamente un paso; un pueblo no puede vivir en una constante zozobra. Una revolución puede dar lugar a transformaciones profundas, pero, luego, lo que permanece son las nuevas instituciones, no los hombres. La más grande, la Revolución francesa, tuvo un proceso revolucionario de poquísimos años: empezó en 1789, suprimió instituciones caducas, creó otras nuevas que iluminaron al mundo y se extinguió en 1793, bajo el Reino del Terror, cuando los que fueron vitoreados por el pueblo por guillotinar a sus adversarios, luego escucharon los vítores populares cuando, a su turno, fueron conducidos a la guillotina. ¡Así son los pueblos! ¡Así ha ocurrido en el Ecuador!

Si el presidente Correa quiere modificar la Constitución para optar por la reelección, suponemos que le consultará al pueblo para hacerlo; así lo ha hecho varias veces, incluida aquella para “meter mano en la justicia”. Si sus partidarios quieren hacer la reforma eludiendo la consulta popular, se entenderá que ya no tienen confianza en la invencibilidad de su líder, ni este en sí mismo.

Es penoso que en un Estado se modifiquen las leyes para acomodarlas a las conveniencias de un partido o de una persona. ¡Reformar una Constitución para reelegir a una persona! Peor aún, ¡hacerlo para poder desafiar a un supuesto contrincante a probar cuál es el más popular!

Cada una de las modificaciones a esta novel Constitución ha significado un retroceso en perjuicio de la libertad y la democracia. Quizá no esté lejano el día en que mediante un referéndum se pueda reunir una Asamblea Constituyente para restablecer la división de poderes, la independencia de la justicia, la libertad de pensamiento.