Nuestro invitado | Raymond Roman Maugé

Después de concluir la carrera de Agronomía comprendí que la universidad aun dándome criterios técnicos, no me había enseñado el respeto y afecto hacia la naturaleza.

No recuerdo maestro alguno que me transmitiera esa lección fundamental. Los agrónomos somos preparados como técnicos, sí, pero indiferentes a la naturaleza. Antes que ingenieros somos humanos compartiendo la tierra con otros seres. Entrenados para producir sin importar si los alimentos están contaminados o manipulados genéticamente. Muchos colegas decían: “Usemos alta tecnología para alimentar a los hambrientos”. Pero ¿quiénes comen los bananos ecuatorianos exportados?, ¿los pobres del mundo? La agricultura actual es negocio y nada más. Los pobres siguen con hambre. Antes de ser colonizados los pueblos sabios se autoabastecían. No necesitaban empresarios que les vendieran su propia comida. Esclavizados y dependientes están perdiendo sus conocimientos sobre agricultura y nutrición. Son los pequeños huertos ecuatorianos los que nos dan de comer, porque los “grandes productores” solo se preocupan por el dinero del primer mundo. Por eso, una de las grandes carencias en las universidades agrícolas es la falta de respeto a la naturaleza. Decía Masanobu Fukuoka: “La agricultura es un camino de realización espiritual, una vía donde el hombre puede encontrar su verdadera dimensión en este planeta”. La humanidad, una especie reciente, ha generado impactos al ecosistema desestabilizando su armonía natural. Sé que actualmente la universidad enseña temas ambientales pero me temo que siguen el modelo tecnocrático y productivista empresarial. Bajemos de las nubes, busquemos alternativas para existir sin dañar, como lo transmitió Henry Thoreau en su libro Walden: “Fui al bosque porque deseaba vivir de manera libre, a fin de hacer frente a los hechos esenciales de la vida, para aprender y no descubrir al momento de morir que no había vivido”. Es importante que los estudiantes vayan al bosque para que perciban la profundidad y belleza de lo natural. ¿Pero qué profesores existen para ello? Se necesitan maestros sensibles a la vida. Thoreau y Gandhi enseñaron la autarquía, simplificando sus vidas. En 1974, Bill Mollison y David Holmgren denominaron permacultura a un conjunto de técnicas agrícolas antiguas y modernas, interrelacionadas para vivir mejor. Mollison visitó el Ecuador en 1992, impartiendo un curso. Pocos se enteraron de la llegada del ganador del Premio Nobel alternativo. Fukuoka, un microbiólogo japonés, un día cansado de su vida tuvo una revelación cuando caminaba, vio una planta de arroz creciendo sola, pensó que la agricultura actual era un error. La naturaleza es responsable de desarrollar las plantas mientras el hombre solo es un colaborador. Pero el humano siempre quiere hacer destruyendo el ritmo natural. Fukuoka dejó de usar maquinaria y químicos, no volviendo a mover la tierra de su finca por 40 años. Produciendo arroz y trigo superior a plantaciones tecnificadas del Japón. Haciendo poco, la tierra lo alimentaba. Rompiendo así paradigmas agrícolas, denominando a su sistema Agricultura Natural. ¿Cuántos agrónomos conocen de Fukuoka, declarado patrimonio vivo de Japón y que ha muerto? Vayamos despacio, simplifiquemos nuestra existencia de lo superfluo y repitamos como decía Nakano Koji: “Vivir con modestia, pensar con grandeza”.