El ambiente de confrontación invade casi todos los espacios. Y en época de precampaña electoral parece ser la tónica que nos acompañará los meses venideros. Llega a los adultos mayores. En la Metrovía por poco se van de golpes dos ancianos que discutían sobre si el presidente tenía o no razón de imponer la censura previa a los asambleístas de PAIS para hablar del aborto y legislar sobre ello. Como el pugilato no podía llegar a mayores (en sentido propio y figurado), era interesante observarlos. Sí podía darle a alguno un ataque al corazón, pero eso no sucedió…

No podía dejar de sonreír, porque no parecía un tema muy adecuado para sus edades, ni para su sexo: en realidad más que discutir sobre el tema de fondo, en que podían aportar poco… era sobre la amenaza del señor presidente, el meollo de su enfrentamiento. ¿Tiene derecho, no tiene derecho el señor presidente a imponer su voluntad al bloque legislativo? ¿Es correcto o no? Ese era el motivo de su exasperación. El partidario de la mano dura y firme, que no es lo mismo que manos limpias, argumentaba que así debe ser, disciplina y orden. Sostenía que con solo mostrar el látigo que tenía colgado en la pared sus hijos, y ahora sus nietos, le hacían caso sin chistar. El mayorcito democrático argumentaba que hay separación de poderes (¿hay?) y que el problema es complejo. ¿Para qué queremos una asamblea que hace todo lo que pide el presidente? ¿Para qué se paga a sus miembros con dinero de todos nosotros si en realidad no hacen falta? Los jóvenes universitarios, apretados compañeros de viaje, estaban más atareados respondiendo a sus celulares que oyendo la discusión. Las señoras intervenían: ya dejen de discutir que no pueden arreglar nada… Al fin, bajaron en la misma parada, enojados, y casi sin hablarse.

Varias cosas llamaron mi atención. Es interesante que esas discusiones se den en el día a día, que ocurran en medios de transporte es una novedad.

Pero también llama la atención lo polarizada que está la sociedad. Comienzan a sentirse divisiones en las familias de acuerdo a las simpatías o antipatías políticas. Y las etiquetas y apodos afloran en la manera de saludarse. Me hacen recordar las dictaduras del Sur cuando familias enteras estaban enfrentadas, separadas, enemistadas.

Pareciera que la manera de buscar claridad en las opiniones y en las decisiones que tomamos debe pasar por los debates de entre dos personas, dos grupos, dos bandos. No hay mucho lugar para terceros que podrían aportar visiones diferentes, y tender puentes. Se refuerza la tendencia a analizar las ideas y cualquier temática en términos absolutos y a dar respuestas dualistas. No hay mucho margen para la creatividad. El ambiente bélico de la política se extiende a casi todos los espacios, a las relaciones interpersonales y al entorno.

Sin embargo, necesitamos disponer de varios caminos capaces de conducirnos al objetivo que queremos.

Desde el Consejo de la Judicatura se está apostando a la formación de mediadores y a impulsar una cultura de paz en el país. La paz es mucho más que la ausencia de guerra y de enfrentamientos, es una manera de ser, pensar, proponer y construir que se basa en la escucha, el respeto y la necesidad de diversidades para crear propuestas y convivencia. Tarea imperiosa y necesaria que es bienvenida.