Nuestro invitado |

La amenaza de renuncia del presidente si sus correligionarios no le dan gusto en la legislación sobre el aborto, y la siguiente, de hacer que los mandatos de los que no cumplan sus instrucciones sean revocados, me ha traído a la memoria lo que me ocurrió con el presidente José María Velasco Ibarra, por cuya propuesta integré yo su lista de diputados por Pichincha, en 1968.

Por disposición de la Asamblea Constituyente de 1967, los alcaldes serían en adelante elegidos por cuatro años, en vez de dos, y las elecciones seccionales tendrían lugar en un tiempo intermedio entre las presidenciales; para poder empatar estos nuevos periodos, los alcaldes, primeramente elegidos luego de este cambio, durarían solamente tres años, hasta 1970. En 1969, a los alcaldes se les ocurrió solicitar al Congreso que se les extendiera su periodo a cuatro años, con lo cual se alteraba todo el plan inicial. Contaban con popularidad y constituían una poderosa fuerza, principalmente en Guayaquil con Asaad Bucaram y, en Quito, con Jaime del Castillo. Durante las votaciones de los diputados, el Congreso fue rodeado por los partidarios de estos líderes populares. Votaron a favor de la prolongación de los periodos los bloques liberal-cefepista y el velasquismo oficial. La solicitud de los alcaldes fue negada y las muchedumbres se tomaron Quito y envolvieron al Congreso pidiendo reconsideración. Las manifestaciones de los alcaldes cobraron gran fuerza y el presidente Velasco Ibarra decretó el estado de sitio para restablecer el orden. Yo había votado en contra de la posición del velasquismo de aceptar la prórroga demandada. Al día siguiente, durante la sesión matutina, recibí una llamada desde la casa presidencial para decirme que el presidente Velasco me invitaba a almorzar; como la ciudad estaba sitiada, me enviaron una tanqueta de la Policía que me trasladara del Congreso a Carondelet. En la mitad del almuerzo, el presidente de la República se dirigió a mí y tuvo lugar el siguiente diálogo:

–Usted habló anoche en el Congreso, doctor Gándara Gallegos.

–Sí, señor presidente.

–Salud, doctor Gándara Gallegos, dijo, levantando su copa de vino.

–Salud, señor presidente, contesté, levantando la mía.

No hubo explicaciones; se respetaban las posiciones; el respeto es la base de la amistad. Meses más tarde me invitó a ocupar la Secretaría General de la Administración. Todo esto me ocurría en mis veinte y tantos años.

Traigo esto a colación por la humillación que por disentir han sufrido las asambleístas de Gobierno. En el caso que relato, había de mi parte una convicción jurídica, pero no una de conciencia como la relacionada con el aborto. En los casos de principios fundamentales no se puede obligar a las personas a votar contra su conciencia, y menos humillarlas. A menos que el correísmo se haya transformado en religión y su pontífice máximo tenga el don de la infalibilidad. Lo más penoso, se ha degradado a la mujer, que quiere hacer política en plano de igualdad. Asimismo se aprobó, sin discusión, la reforma al Código Penal que sacrifica la libertad. ¡Tenemos que resistir y lavarnos este INRI!