Aun después de renunciar al trabajo que desempeñó por cinco años en un puerto de Guayaquil, Julián, de 35 años, no está tranquilo. El temor por las represalias que podría sufrir por haberse negado a contaminar con droga un contenedor lo acecha con frecuencia. No tiene paz. Sin embargo, por minutos se llena de valor y, bajo la condición del anonimato, cuenta la experiencia que vivió cuando lo intentaron reclutar las mafias del narcotráfico que operan en los puertos de la ciudad.

¿Cómo llegó a los puertos?

Yo trabajé en el puerto casi cinco años. De ahí, yo renuncié. Yo no recibí amenazas, recibí propuestas muy comprometedoras en el sistema del narcotráfico, me ofrecían para que colabore con ellos en la contaminación de los contenedores.

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¿Cómo se le acercaron?

Ellos no interceptan a las personas, como usted dice, no. Ellos ya tienen ponchados los teléfonos de todos los que trabajamos ahí, bueno que trabajaba, porque ya no trabajo ahí. A uno lo llaman al celular, esta gente trabaja así: a uno para amedrentarlo le escriben, así hacían los narcos mientras estuve ahí. Los narcos son mexicanos, son de la mafia mexicana, no recuerdo nombres, pero son bien sanguinarios. A mí me contaron muchas cosas los compañeros que estaban ahí, incluso algunos compañeros que hicieron la vuelta. La vuelta es cuando uno se involucra con ellos y hace todo el trabajo con ellos. Después ellos ya no vuelven a hacerlo más, se van del puerto, se van de su casa, de la ciudad y del país, porque a uno no le ofrecen $ 2.000, $ 3.000, no. A mí, en la última llamada, me propusieron dejarme $ 50.000 a la casa y listo, pero yo nunca quise. La primera vez era $ 7.000 por coger un contenedor y pasarlo a un camión, porque yo manejaba ya grúas. El proceso allá es crecer en el puerto como obrero, primero, luego como camionero. Yo hice un curso para ir a máquina y estando ya en máquina, ahí es cuando viene la gente, los narcos, que lo molestan a uno.

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¿Cuándo le hicieron la oferta?

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El año pasado. Yo renuncié cuando ya había recibido las propuestas. La primera vez me ofrecieron $ 7.000, la segunda vez $ 25.000 y la tercera vez $ 50.000. Nunca acepté. De ahí, la tercera vez me dijeron que tenía que coger el contenedor, alzarlo y coger un camión de ahí mismo, llamar a un compañero, porque ahí las personas nunca trabajan solas, siempre hay más involucrados: el camionero, el portero, el que revisa los camiones, el de máquina. La historia es muy larga. Yo tengo muchos compañeros que están presos, muchos están muertos, todos eran compañeros míos, a todos los conocí, y algunos estaban involucrados y otros no.

¿Por qué asesinan a quienes los han ayudado?

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Lo que pude ver es porque unos hacen la vuelta, se involucran y luego ya no quieren y siguen ahí mismo trabajando; otros, porque son campaneros. Adentro hay campaneros, toda operación de los narcos tiene precio, incluso personal de recurso humano también está metido, a las mujeres también las involucran. (I)