Los rumores de que ya se iban a sentar para retomar el diálogo los líderes indígenas y representantes del gobierno de Guillermo Lasso no impedían que, la mañana de este jueves, poco a poco manifestantes se fueran concentrando al final de la avenida Maldonado, a la altura de Cutuglagua, límite cantonal de Quito y Mejía.

Para Víctor, quien llegó a la capital desde Saquisilí (Cotopaxi) hace una semana, nada estaba seguro, no se había conseguido aún lo que buscaban y por ello se debía seguir en las calles. Se le notaba cansado al joven de 29 años. Pese a su posición radical de que se les cumplan los diez puntos que exigía la Conaie, él aseguraba que ya era hora de que se resolvieran las cosas por el bien de todos.

Con Víctor estaba otro hombre que mientras afilaba contra el piso la punta de una varilla, decía que si no iban a responderles debía dejar Lasso el poder. Más allá, un grupo de indígenas hablaba a sus comunidades de los escenarios que le quedaban al país.

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Todos ellos estaban rodeados por una mayoría de indígenas llegados de diversas provincias del sur del país (Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua, Bolívar), unos vivían hace años en la zona, otros, como Víctor, arribaron hace pocos días. Varios integrantes del movimiento Unidad Popular con banderas en mano también apoyaban la manifestación.

El tránsito vehicular estaba impedido de circular desde el puente de la escuela Riobamba hacia el sur en Cutuglagua y desde ahí hacia el sector de Santa Rosa. Volvían a caminar los habitantes del lugar y personas que buscaban llegar ya sea al norte de Quito o salir de la capital hacia las zonas del sur. Un grupo de policías se alistaba para contener cualquier desmán que pudiera darse.

De retorno al centro-norte de la capital de los ecuatorianos, en la vía eran visibles pocos buses, muchos carros privados, todos muy apurados, y casi nada de negocios abiertos. En los comerciantes existía aún el temor de que no se alcancen acuerdos y que un día más rebroten los actos de vandalismo que han sido evidentes en las últimas jornadas.

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Ya por el centro-norte de la urbe varias marchas hacían sentir a los capitalinos que el paro no había terminado y que los indígenas estaban en la ciudad aún en pie de protesta. Camionetas y camiones tapados sus números de placa se movían de un lado para el otro, aunque no con la bulla de otros momentos, ni con el número de personas en su interior. Todos querían llegar o al parque El Arbolito o a la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, lugar en el que se indicaban unos a otros se reuniría Leonidas Iza, presidente de la Conaie, con el Gobierno.

A media mañana, una marcha salió desde la Universidad Salesiana con rumbo a la Casa de la Cultura Ecuatoriana, otro grupo caminó desde la Universidad Central y pretendía llegar al parque El Arbolito, mientras que otros indígenas decidieron tomar a pie la avenida 10 de Agosto con rumbo al centro histórico para luego retornar hacia los exteriores de la Conferencia Episcopal.

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Por el lado occidental de Quito fueron visibles controles conjuntos de policías, militares y agentes metropolitanos de tránsito a vehículos de todo tamaño, en especial a camiones. Por las vías internas de la ciudad era posible transitar, pero mientras más uno se acercaba a los extremos de la urbe la cosa cambiaba.

En Calderón, en el extremo norte de Quito, agentes de tránsito colocaban sobre la Panamericana una cinta amarilla para evitar que el tránsito pase hacia el sector de San Miguel del Común. Ya a esas horas el diálogo se había iniciado y en el lugar donde se registraron enfrentamientos con la Fuerza Pública estos 18 días de paro no había manifestantes, solo quedaba una montaña de tierra que bloqueaba la mitad de la vía que conecta a Quito con las provincias de Imbabura y Carchi.

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En el puente de Gualo, sobre la avenida Simón Bolívar, el paso vehicular era normal, pero muy cerca de ahí los manifestantes no abandonaban el sitio. Estaban pendientes de sus celulares y las transmisiones en vivo que se hacían del diálogo mediado por la Iglesia católica.

La jornada se acercaba al mediodía y por las calles aledañas a las zonas de paz de las universidades Salesiana y Central, a la Conferencia Episcopal y a la Casa de la Cultura, el ir y venir de indígenas manifestantes era evidente. Todos estaban pendientes de sus celulares y una fugaz alegría se evidenció en ellos cuando se pensó que ya se firmaría un acuerdo dando fin al paro. La felicidad no duró mucho, pues sus líderes indígenas no estaban totalmente conformes con lo que se iba a firmar y solicitaban que se incluyeran varios puntos más en el acuerdo.

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Los indígenas no abandonaban los exteriores de la Casa de la Cultura y el parque El Arbolito. Ahí cualquier sombra era buena para sentarse a escuchar lo que se decía en la reunión en la Conferencia Episcopal o para comer los alimentos que desde varias camionetas se les entregaban gratuitamente a indígenas que formaron largas filas.

QUITO (30-06-2022).- En el sur de Quito, en la avenida Maldonado, policías motorizados se apuestan al costado de la vía a la espera de posibles movilizaciones desde el sector de Cutuglagua. Carlos Granja Medranda / EL UNIVERSO Foto: El Universo

Lo que sucedía en la sede de la Conferencia Episcopal no era solo del interés de manifestantes. En tiendas y los pocos restaurantes abiertos se alcanzaba a escuchar el eco de las voces de quienes hablaban sobre la reducción de los combustibles en un porcentaje mayor a los $ 0,10 que inicialmente se ofrecía desde el Gobierno.

También los policías que resguardaban edificios como el de la Contraloría o la Fiscalía General, lugares que fueron atacados en varias ocasiones durante las protestas, estaban conectados a sus celulares para saber si el paro tenía o no fin. A muchos de ellos se les trajo para brindar seguridad a la población, interrumpiendo su periodo anual de vacaciones.

Mientras escuchaba en su celular lo que se daba en la Conferencia Episcopal, Mariana Arcos, dueña de una tienda por el sector de La Mariscal, decía que desde hace varias noches mantenía una vela encendida y oraba para que el paro se termine. Ella decía que las deudas de su negocio, la enfermedad de un familiar y la falta de ventas le estaban generando problemas económicos graves a su familia. (I)