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En la Columna de los Próceres, que se levanta en el Parque Centenario, no constan nombres de mujeres, pero los historiadores reconocen que participaron activamente en la causa independentista. Foto Ronald Cedeño Foto: El Universo

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Hay poca documentación histórica que dé cuenta de la participación femenina en el proceso independentista de Guayaquil que se cristalizó finalmente el 9 de Octubre de 1820. No se ha efectuado una investigación profunda al respecto. Pero sin duda estuvieron ahí, coinciden los historiadores guayaquileños Jenny Estrada y Ángel Emilio Hidalgo. Y su aporte en todos los ámbitos de la sociedad local se mantiene 201 años después.

“La saga de tragedias (piratas, incendios, pestes), sufridas por los habitantes de Guayaquil desde los primeros siglos del período colonial forjaron y fortalecieron el carácter de la mujer porteña y su participación directa en los asuntos de la comunidad, porque eran ellas quienes debían asumir y resolver los problemas cuando sus esposos, padres o hermanos morían asesinados por los piratas o por enfermedades. Al tiempo de la Independencia la población de la ciudad era relativamente pequeña y desde que el proceso independentista comenzó a gestarse las mujeres deben haberse involucrado directa e indirectamente porque el tema de la libertad era compartido en las tertulias familiares y de amigos”, refiere Estrada.

Hidalgo señala que se ha considerado a las mujeres como “actrices secundarias” de la independencia, “cuando en realidad también pelearon en el campo de batalla, montaron a caballo, empuñaron las armas, organizaron las vituallas en el Ejército, confeccionaron los uniformes y cocinaron para las tropas…”.

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Ambos citan varios episodios en los que quedó registrado su apoyo decidido a las actividades revolucionarias de sus familiares y amigos.

Así, recuerdan a Isabel Morlás, quien a sus 14 años le pide a José de Villamil que haga una fiesta en su casa para recibir al joven militar venezolano León de Febres Cordero; la reunión fue organizada por la esposa de Villamil, Ana Garaicoa, el 1 de octubre de 1820. Y mientras los invitados bailaban en el salón principal, en una habitación contigua los patriotas, encabezados por José de Antepara, “conspiraban” contra las fuerzas españolas y juraron luchar por la Patria hasta morir. Es lo que se conoce como la Fragua de Vulcano.

Con el monumento a la Fragua de Vulcano se recuerda la cita en la que los patriotas organizaron la gesta libertaria, el 1 de octubre de 1820. Foto Archivo

Luego las mujeres alentaron a sus hijos y hermanos a enrolarse en el ejército llamado “División protectora de Quito”, liderado por Luis Urdaneta, creado por los patriotas guayaquileños para llevar la libertad a las poblaciones de la Sierra.

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Y el 28 de julio de 1821, un grupo de mujeres de la élite local publicaron en El Patriota, un manifiesto de rechazo al intento de golpe contrarrevolucionario del coronel Nicolás López en Guayaquil y que fracasó. Le dicen: “¡Traidor! ¿Aún te atreves a pronunciar los nombres de la inocencia y el pudor, después de haber profanado este suelo con tus crímenes?... ¡Hombre detestable! Tu lenguaje es igual a tus intenciones, y el desorden de tus palabras, igual a la desorganización de tu alma corrompida. Huya para siempre de ellas la victoria, que sería el triunfo de los vicios, y antes de experimentar este día de horror, pereciendo el último de sus defensores, las damas a quienes hablas, incendiando con sus manos esta hermosa ciudad, sepultarán su honor y su decoro en las cenizas de Guayaquil”.

Hidalgo señala que los nombres de estas mujeres de la alta sociedad criolla trascendieron porque aparecen en los tres relatos fundamentales de la independencia (de los próceres Manuel Fajardo, José de Villamil y Juan Roca), pero “hay un sinnúmero de mujeres populares que participaron de mil maneras a las que no se nombra… esto porque usualmente la historia se escribe desde una visión masculina, de las élites, de los sectores dirigentes”.

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El historiador quiteño Mauricio Alvarado-Dávila explica que, aunque no haya registros, la participación femenina fue clave porque “la sociedad guayaquileña es matriarcal... Si los hombres hacen las cosas es porque las mujeres se lo permiten, es un asunto sociológico que influye en los hechos históricos, al menos en Guayaquil. Los hombres son lo que son gracias a sus madres, esposas, hermanas... definen el presente y el futuro de la ciudad y de su gente. No figuran, pero sin ellas los próceres no hubieran hecho lo que hicieron”.

Estrada recuerda que precisamente el espíritu solidario de las mujeres las lleva a fundar luego las primeras instituciones de voluntariado. Y que fueron pioneras en otras luchas, como las liberales, en las que las mujeres del pueblo se enrolaron en las huestes de Eloy Alfaro y las de élite colaboraron directamente con bienes y personas para el triunfo del liberalismo.

“Hoy sería imposible negar el aporte de la mujer guayaquileña al desarrollo económico, cultural, político y profesional de la ciudad y del país”, agrega la historiadora. (I)

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