Lía tiene cinco años. Aunque no es nueva en la escolaridad, el cambio del encierro a ver nuevamente a sus maestros y compañeros ha sido abrupto para ella, según cuenta su madre, Rocío Mendoza.

La ventaja de su pequeña hija Lía es que pudo experimentar la cercanía con otras personas en guardería debido al ajetreado ritmo de trabajo de sus padres. Sin embargo, cuenta su madre, el confinamiento por el COVID-19 “ha sido una larga pausa que ha hecho retroceder”.

Aunque por lo general Lía es una niña alegre y dinámica, Rocío asegura que, durante el primer mes, desde su regreso a clases presenciales, estaba muy tímida y callada.

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Sin embargo, destaca que el compartir con compañeros de la misma edad y ver a más personas fuera de su círculo familiar le ha enseñado a ser más sociable.

Un estudio publicado en 2020 por el Banco Interamericano de Desarrollo sobre el impacto de la pandemia en los niños señala que “su estado socioemocional y sus niveles de estrés y ansiedad también pueden verse afectados por una reducción en la cantidad y la calidad de las interacciones con sus cuidadores en el hogar, o por la falta de socialización y contacto personal con sus compañeros de clase, educadores y maestros”.

Con esto concuerda la psicóloga infantil Sandra Saltos, quien destaca que el COVID-19 también va dejando a su paso consecuencias en los más pequeños del hogar, pues hay niños que han pasado sus primeros años en pandemia y no sabían lo que era una escuela de manera presencial porque todos sus estudios han sido a través de la educación online.

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“Los niños aprenden a través de la observación, la imitación y la repetición. Muchos de ellos no han tenido ese contacto con pares u otros niños de su misma edad durante estos dos años, entonces no pudieron tener esa cercanía para aprender esas habilidades sociales”, indica la especialista.

Ante aquello, la psicóloga Susana Barriga rescata que, así como hay niños a los que se les ha facilitado retomar actividades presenciales, hay a quienes se les ha hecho más difícil porque estaban más habituados a comunicarse por canales digitales.

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“Para quienes son un poco más tímidos, el tema de la virtualidad se les hizo un poco más fácil, les permitió romper algunas barreras comunicacionales. Ahora, en lo presencial, nuevamente enfrentan el reto de volver a relacionarse”, señala Barriga.

Gabriela Cevallos ha vivido esto de primera mano, pues desde hace siete años trabaja como parvularia en un centro educativo en el norte de Quito y cuenta que, apenas se retomó la presencialidad, se topó con un problema nuevo, que nunca antes había visto.

“Cuando llegaron era un mundo nuevo porque no hablaban y son niños de 5 años. Ellos siempre hablan, pero se quedaban en completo silencio y nadie decía nada”, indica.

Además, recuerda que le tomó poco más de un mes lograr que los niños de desinhiban. “Les daba miedo porque era algo nuevo para ellos; algunos van por primera vez a la escuela. No tuvieron el período de adaptación porque de un día para el otro (las autoridades) dijeron que vuelven a clases presenciales todos los estudiantes, entonces las habilidades sociales y la comunicación, sobre todo, fueron difícil de recuperar”.

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Un artículo publicado por UNICEF en marzo de 2021 señala que la pandemia del COVID-19 ha agravado la crisis de atención y educación en los más pequeños del hogar, pues “debido a la interrupción de las clases, los juegos con amigos y otras rutinas importantes para los niños, los comportamientos regresivos (un retroceso en ciertas habilidades que antes dominaban, como ir al baño o dormir, o las dificultades a la hora de controlar los sentimientos de ira, tristeza y ansiedad) se están volviendo cada vez más frecuentes”.

El abuso de la tecnología

La Academia Estadounidense de Pediatría recomienda limitar a una hora diaria el uso de aparatos tecnológicos para los niños de entre dos y cinco años.

Con las clases virtuales y momentos de ocio, la exposición a la tecnología de Lía sobrepasaba el límite. Rocío cuenta que, al día, su hija podía estar hasta cinco horas frente a las pantallas del televisor y la computadora.

La psicóloga Barriga explica que “en este período de pandemia, los niños han estado expuestos a tantas pantallas por tantas horas, que es posible que desarrollen dificultades para los procesos de atención, concentración, memoria, habilidades sociales y control de impulsos”.

Además, la especialista comenta que enfrentamos posibles consecuencias de las que no podremos saber a ciencia cierta, sino hasta dentro de unos años cuando se vean sus resultados.

En este sentido, Rocío optó por designar dos horas del día para que su pequeña hija pueda hacer uso de la tecnología, restringiendo esta actividad del resto del día.

Es un compromiso de toda la familia, cuenta, pues mientras Lía no tiene permitido usar pantallas, Rocío, su esposo y su hija mayor también evitan usar sus aparatos tecnológicos a fin de lograr su objetivo. Incluso esconden el control remoto del televisor para que Lía no tenga la tentación de usarlo.

Al inicio fue difícil, resalta Rocío, y asegura que su hija atravesó un proceso complicado de adaptación porque ya se había acostumbrado al uso de la tecnología. Sin embargo, logró adaptarse al nuevo ritmo. Encontró en actividades como salir en familia o juegos de mesa el desfogue ante la necesidad del uso del celular, computadora, televisión, tablet y demás aparatos electrónicos.

La psicóloga Sandra Saltos indica que cuando se aísla a los niños de la tecnología, ellos atraviesan un proceso similar al de una adicción.

“Que los chicos se comuniquen a través de dispositivos electrónicos provoca que el cerebro se acostumbre a estos estímulos y es una forma de adicción. Si no intervenimos a tiempo puede darse una especie de síndrome de abstinencia cuando los chicos no están frente a un dispositivo electrónico”.

Con esto concuerda el psicólogo Pablo García, quien asegura que con el abuso de dispositivos electrónicos “se están construyendo personalidades adictivas desde temprana edad, así que es posible que con el paso del tiempo ellos puedan generar adicciones a otras cosas y no necesariamente consumo de sustancias, pero sí series, juegos, etcétera”.

Esto, según el experto, podría desencadenar en el autoaislamiento de la comunidad y, consecuentemente, disminuir las habilidades sociales del menor.

¿Cómo mejorar las habilidades sociales de los niños?

Gabriela cuenta que lo más común en sus alumnos era la timidez. Una de sus estudiantes incluso tenía problemas con ir al baño, pues aseguraba sentir miedo al cerrar la puerta sin la luz encendida.

Pablo García considera que hubo una regresión durante los dos años de pandemia. “Estamos hablando de niños que empezaron a los tres años en inicial uno, vino la pandemia y ahora están en jardín o primero de básica y perdieron todas las habilidades sociales aprendidas porque se reinsertaron en la casa”, afirma.

Gabriela recuerda que al retomar sus clases presenciales y ante la evidente incomodidad de los niños, incrementó los juegos de socialización para que ellos entren en confianza de a poco.

Es así como durante un mes aplicó actividades para socializar por lo menos dos veces al día y finalmente logró que los pequeños se sientan seguros con sus compañeros y maestros.

Entre sus actividades principales recuerda juegos de presentación, trabajos en equipo y recorridos por la institución educativa en pequeños grupos.

García señala que los padres deben entender que hubo un freno en el desarrollo de sus hijos y sugiere estar en constante comunicación con los maestros, dejarse asesorar e implementar las técnicas de la escuela en casa para actividades cotidianas como comer o lavarse las manos.

A esto se suma Saltos, quien recomienda compartir tiempo de calidad con los hijos y dedicar mucho a enseñarles lo cotidiano, porque, asegura la experta, “enseñarles a saludar o a compartir con los demás hace que vayamos criando esos vínculos con otros para relacionarnos en armonía”.

Además, aunque los niños tienen una alta capacidad de adaptabilidad, cuando ha pasado más de un mes y medio y siguen recurriendo a autoaislarse e incluso presentan actitudes de agresividad, recomienda buscar ayuda profesional para encontrar la raíz del problema.

Si bien al inicio fue difícil, Rocío cuenta que hoy Lía es la más entusiasta por ir a su escuela. Todas las mañanas se despierta muy motivada y con ganas de compartir con sus amigos y profesores. Además, al volver a casa, le cuenta a su familia cómo ha sido su día y con notoria emoción espera el día siguiente para volver a su escuela. (I)