En la nueva Constitución de Chile, que tendrá su plebiscito de aprobación el 4 de septiembre, se reconoce a la naturaleza como un sujeto de derechos, tal y como ocurrió con la Constitución ecuatoriana de 2008, pionera en el tema a nivel regional. Alberto Acosta Espinosa, primer presidente de la Asamblea Constituyente que la elaboró en Montecristi, acompañó en los debates constitucionales de Chile y destaca que ambas cartas magnas comparten, además de los derechos de la naturaleza, aspectos como son la plurinacionalidad, los derechos colectivos, el buen vivir, entre otros.

La Constitución ecuatoriana del 2008 sentó un precedente al otorgar derechos a la naturaleza por primera vez en la región. ¿Cree que llegó a influir en el caso de Chile para la redacción de la nueva Constitución en el tema de los derechos de la naturaleza?

Efectivamente, a partir de nuestra Constitución en el mundo arrancó un proceso que se expande cada vez más aceptando que la naturaleza es sujeto de derechos. La influencia del gran paso civilizatorio dado en el año 2008 en Ecuador es, entonces, innegable. De hecho, en Chile y en más de una treintena de países se avanza oficialmente en dicho reconocimiento de la naturaleza a través de diversos mecanismos. Pueden ser leyes, como sucede en Panamá y Bolivia. Otra vía: otorgar derechos a ríos, montañas o lagos, como sucede en Nueva Zelanda, India, Colombia, España, Estados Unidos, para citar apenas un par de casos. Inclusive hay procesos para incorporar dichos derechos en la Constitución en Europa, como el que se lleva adelante con una iniciativa ciudadana en el Estado Libre de Baviera, en Alemania.

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¿Por qué es importante que la eventual nueva Constitución de Chile haya implementado estos derechos y por qué fue importante en Ecuador en su momento?

Dicho reconocimiento en Chile potenciará grandemente el proceso internacional de aceptar que la naturaleza es sujeto de derechos; algo que difiere de los derechos ambientales derivados de los derechos humanos. Es bueno tener presente que estamos frente a dos tipos de derehos —los derechos humanos y los derechos de la naturaleza— que se complementan y potencian mutuamente.

Los derechos de la naturaleza implican transformaciones de alcance civilizatorio en todos los ámbitos de la vida de nuestras sociedades, no solo el jurídico, sino también el político, el económico, el cultural… Son pasos vigorosos para construir relaciones de equilibrio entre los seres humanos y los seres no humanos, es decir, con la madre tierra. Los humanos somos naturaleza. No podemos seguir destrozándola.

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Dicho esto, en medio del actual colapso climático y ecológico, ya es hora de entender a la naturaleza como una condición básica de nuestra existencia y, por lo tanto, también como la base de los derechos colectivos e individuales de libertad. Así como la libertad individual solo puede ejercerse dentro del marco de los mismos derechos de los demás seres humanos, la libertad individual y colectiva solo puede ejercerse dentro del marco de los derechos de la naturaleza. De forma categórica aceptemos que, sin derechos de la naturaleza, la libertad es una ilusión. Es decir que, sin derechos de la naturaleza, los derechos humanos no podrán cristalizarse a plenitud.

¿Qué se puede destacar o mencionar como similitudes entre la recién redactada Constitución chilena y la ecuatoriana?

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La nueva Constitución chilena, la primera que se construye con una amplia participación popular en dicho país, surge de la matriz del nuevo constitucionalismo latinoamericano, como aconteció en Ecuador. Se trata de una constitución que prefigura un proyecto de vida en común y se constituye en una caja de herramientas para la construcción democrática de una sociedad democrática. No es una constitución para sostener el statu quo, sino para desmontarlo a partir de una protesta social gigantesca que sacudió las bases de un régimen que surgió de una sangrienta dictadura.

Y por supuesto que hay, de hecho, muchos aspectos comunes en las dos constituciones a más de los derechos de la naturaleza, como son la plurinacionalidad, los derechos colectivos, el buen vivir, el agua como un derecho humano, entre otros.

La presidenta de la Convención Constitucional, María Elisa Quinteros, y el vicepresidente, Gaspar Domínguez (d), posan durante el pleno en que se entrega el texto final de la propuesta de carta magna chilena. EFE/Alberto Valdés Foto: Alberto Valdés

¿Cómo fue su participación en el proceso constituyente de Chile y en qué temas pudo aportar o guiar a los convencionales para la redacción?

Tuve el privilegio de acompañar los debates constitucionales en Chile desde fines del año 2019. Durante la pandemia lo hice a través de las redes sociales, e incluso en este año estuve presencialmente en la Convención chilena. Pero no podría decir que guie o aporté en la redacción de la nueva Constitución. Lo que sí puede decirse es que aprendí mucho de un proceso muy intenso y complejo, que abre la puerta para transformar la sociedad chilena y que, sin lugar a dudas, contribuiría a cambios profundos no solo en nuestra América, sino en el mundo entero. No nos olvidemos de que Chile fue la cuna del neoliberalismo en muchos sentidos, lo que provocó una serie de reacciones a nivel internacional. Y ahora, cuando Chile se libera de las ataduras neoliberales y continúa en un complejo trajinar para superar la pesada herencia de la dictadura de Pinochet, este país brinda al mundo ejemplos de democracia participativa que repercutirán fuera de sus fronteras.

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¿Cuáles cree que fueron los principales retos que enfrentó la Convención chilena para finalizar la redacción del texto?

El proceso chileno está entrampado en una serie de limitaciones impuestas por el poder constituido. No se trata de un proceso constituyente genuino, como sí lo fue el ecuatoriano. Esos límites se expresan tanto en el reglamento de su funcionamiento o en los temas que no se le permitió abordar (...) como en las transitorias que frenan la plena e inmediata vigencia de la Constitución, que se votará este próximo 4 de septiembre. Sin embargo, a pesar de esas restricciones, la nueva Constitución tiene un potencial enorme: no se trata de un punto de llegada, pues es apenas un nuevo punto de partida para seguir profundizando las transformaciones que demanda la sociedad chilena. (I)