Después de cuatro décadas de lucha, primero en armas y luego en democracia, un revolucionario de anteojos que sobrevivió a la tortura y el exilio está cerca de conquistar el poder: Gustavo Petro, a sus 62 años, se convirtió en el primer presidente de izquierda de Colombia.

Petro se ve a sí mismo como un “revolucionario” obstinado. En su tercer y último intento por la presidencia, derrotó a las élites que siempre cuestionó y moderó sus posiciones más extremas. Fue el candidato más votado en la primera vuelta y el domingo enfrentó en balotaje al impredecible Rodolfo Hernández, un millonario independiente de 77 años.

Miope desde pequeño, Petro se sintió llamado a quebrar una “historia” de 200 años. Su fuerte son los debates y la plaza pública. Economista de profesión y nacido en una familia de clase media, fue educado por sacerdotes lasallistas.

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Gustavo Petro, virtual presidente de Colombia; va adelante con el 50,88% de votos

Siempre ha enarbolado las banderas de la ruptura y el cambio. Su ascenso asusta a poderosos sectores que temen que su gobierno sea un “salto al vacío”.

A otros les repele su mesianismo. “Él se cree predestinado (...) la única persona que puede salvar a Colombia”, resumió una fuente próxima que habló bajo reserva al portal independiente La Silla Vacía.

Petro se presenta como progresista antes que izquierdista, para evitar que lo asocien con las guerrillas marxistas que por seis décadas han avivado el conflicto armado y no pocos odios entre los colombianos.

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Pero su pasado en la lucha armada lo persigue y es el caballo de batalla de sus adversarios. Varias veces amenazado de muerte y forzado a un exilio de tres años en Europa, tuvo que blindarse para dar sus discursos en tarima con chaleco antibalas, escudos a su alrededor y al menos 20 guardaespaldas en la tarima.

Casado con Verónica Alcocer y padre de seis hijos, Petro confesó a la AFP su miedo a ser asesinado.

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Época de guerrilla

Petro militó por 12 años en el M-19, una guerrilla nacionalista de origen urbano, antes de firmar la paz en 1990. Admirador del nobel Gabriel García Márquez, en la clandestinidad adoptó el nombre de Aureliano, en homenaje al personaje de “Cien Años de Soledad”.

Fue detenido y torturado por militares, y estuvo preso durante año y medio. Siempre fue un combatiente “mediocre”, recuerdan sus antiguos compañeros de armas. En su biografía lo resalta: “Nunca sentí, a diferencia de muchos de mis compañeros, una vocación militar (...) yo quería era hacer la revolución”.

Su “opción preferencial por los pobres”, sostiene, no proviene del marxismo sino de la teología de la liberación.

También ha hecho suya la defensa del medio ambiente, para lo que plantea frenar la exploración del petróleo (cuyo comercio representa el 4% del PIB)e iniciar una “transición” hacia energías limpias.

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Petro quiere robustecer el Estado y cobrarle más impuestos a los ricos. Camino al balotaje, se mostró como un político moderado, cercano a la gente y al feminismo.

“Cuando se subía en una tarima y hablaba hora y media (...) lo que hacía era profundizar a fondo su modelo económico (...) y eso se vuelve un poco sofisticado”, reconoce Alfonso Prada, jefe de debate del izquierdista.

Ante los miedos que provoca, prometió que no buscaría la reelección, previa reforma constitucional, ni venganzas personales y que respetaría la propiedad privada. “Digo enfáticamente que nunca he pensado ni pensaré en confiscar o menoscabar” los bienes, sostuvo.

Su hija Sofía lo resume: Petro “es un hombre en deconstrucción”.

Fuerzas del orden

Dentro de sus programa también ha planteado reformar la policía, implicada en violaciones de derechos humanos, y regular los ascensos al interior de las Fuerzas Militares, que considera clasistas. Petro podría ser el primer exguerrillero al que las tropas juren lealtad.

Después de firmar la paz, llegó al Congreso en 1991 y más adelante a la alcaldía de Bogotá (2012-2015).

Como parlamentario se destacó por denunciar los nexos de políticos con los sangrientos paramilitares de ultraderecha, pero como alcalde ganó fama de autoritario y se echó en contra a una parte de la ciudad por su caótico plan para estatizar la recolección de basura.

Daniel García-Peña, asesor de Petro en la época y quien se alejó de él por su “despotismo”, aún recuerda sus “dificultades para trabajar en equipo”.

Tiene “un temperamento muy impetuoso y autoritario, y cuando se empeñaba en sacar adelante sus propuestas (...) no supo concitar y convocar a los diferentes sectores para ponerlas en práctica”, comentó el también profesor universitario.

Además, agrega, “casó muchas peleas al mismo tiempo y eso generó mucha frustración en las metas que él mismo se había trazado”.

Petro, el moderado, ganó sin embargo “cierta madurez” y hoy es una “persona más serena, tranquila”, contrastó una fuente que habló bajo reserva con la AFP. (I)