En 1949, el Partido Comunista de China (PCCh) se hacía con el control del país tras una larga guerra civil, y Mao Tse Tung se erigía como el máximo líder de la que pasaría a llamarse República Popular China.

El partido sigue siendo, 72 años después, la máxima autoridad del país, teniendo ahora como figura principal al presidente Xi Jinping (68 años), quien está en el poder desde 2013.

Desde que Xi sucedió a Hu Jintao —en el poder desde 2002— como presidente del país, se inició una potente campaña anticorrupción que, según sus críticos, se centró en la eliminación de rivales políticos. De la relativa mayor apertura de Hu se pasó a un mayor autoritarismo, según EFE.

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La historia del partido comienza en los meses de julio y agosto de 1921, cuando tiene lugar el primer congreso del PCCh, el fundacional, entre las localidades de Shanghái y Jiaxing. Años después, Mao decidiría que su celebración oficial se fijaría el 1 de julio, en 1941.

Sin embargo, tras el inicio comunista en el poder, las polémicas y trágicas etapas del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural China, llegó la etapa reformista liderada por Deng Xiaoping, que logró que el país siguiera con un sistema de partido único que controla de manera férrea lo que sucede y, al mismo tiempo, daba la libertad económica de mercado. Eso sí, sin dejar que llegue a poner en peligro el orden establecido.

Santiago Pérez, profesor de Ciencia Política y Derecho Internacional, comenta que el tema es interesante, ya que el PCCh ya ha mantenido el poder casi lo mismo que el Partido Comunista Soviético controló los países de la URSS hasta 1991.

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El analista Carlos Estarellas recuerda que el PCCh creció tanto que, pese tener un inicio ligado a los soviéticos, llegó un momento en que no estuvo de acuerdo con estos en política internacional y tomó medidas diferentes.

“Ahora hay un comparación, hasta en la propia China, entre Xi Jinping y Mao Tse Tung en relación a que el primero devolvió ese gran poder que le fue arrebatado a la China durante muchos años con humillaciones internacionales, bloqueos, etc. Xi es (la figura) más influyente desde Mao”, dice Pérez, quien agrega que en los últimos quince años la influencia de China se ha extendido en gran medida por todo el mundo gracias a una expansión de las inversiones económicas, y ha llegado a influir en todos los rincones, incluyendo Latinoamérica.

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Para él, otra cuestión interesante es que, pese a que actualmente el PCCh no tiene los niveles de represión vistos en el pasado, por ejemplo, en los 80, todavía se lo sigue percibiendo como un partido autoritario socialista que coexiste con una economía completamente abierta que atrae capitales desde todo el mundo. Una ambivalencia.

Pérez comenta que la mayoría de chinos vive su vida diaria sin preocuparse mucho por el partido, y este rara vez se entromete en lo que las personas quieren hacer con su vida, sus estudios, sus trabajos y ya ni siquiera en cuántos hijos pueden tener. Pero sí pone límites a la libertad política y de expresión, con duros castigos a quienes los cruzan, como los disidentes. Un ejemplo de esto es lo que pasa en Hong Kong y Xinjiang.

El analista colombiano Sergio Guzmán agrega que el ascenso de China es algo sorprendente desde el aspecto del progreso económico; pero en materia de desarrollo humano, desigualdad, libertades políticas y religiosas y derechos humanos, aún deja mucho que desear.

“Es algo incontrovertible a la luz de muchos hechos. Yo creo que China goza de un beneficio que no tienen todos los países, y es que no tiene que rendirles cuentas a electores y a una población distinta a la de los órganos decisores del partido. En ese sentido, le permite hacer planes a un horizonte mucho más largo sin hacer cálculos políticos domésticos, que es algo que nuestros países tienen que tener en cuenta”, dice Guzmán.

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Respecto a la influencia de China en la región, para Guzmán es notorio que la hay en países como Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela o Brasil. “No esconde que tiene una ambición por unir al mundo con proyectos de infraestructura, con proyectos extractivos de petróleo, minería y gas, y también tiene un voraz apetito por recursos naturales alimenticios... Al no esconder esa intención, yo creo que China es un jugador que está ganando una prominencia importante en Latinoamérica y que todos los Gobiernos deberían pensar estratégicamente sobre cómo hacer y profundizar ese acercamiento”, apunta.

En lo últimos años, Estados Unidos ha tratado de buscar disminuir la influencia de China. Un ejemplo de esto es que el expresidente de EE. UU. Donald Trump buscó revivir la doctrina Monroe, aplicada ahora a China, para no poner en riesgo su hegemonía; y la Administración de Joe Biden va manteniendo bastante esa línea en sus primeros seis meses.

Estarellas opina que Biden tiene entre sus objetivos quitar la influencia de China, particularmente en los Estados latinoamericanos, donde las empresas chinas están por todos lados.

China es desde 2010 la segunda mayor economía mundial en términos absolutos. (I)