Marilyn Cahuana solloza en su casa de paja en el desierto en el norte de Perú. “Acá empezamos de la nada”, dice. Es uno de los miles de migrantes climáticos que perdieron su hogar y sustento por las lluvias torrenciales provocadas hace cinco años por el fenómeno conocido como El Niño Costero.

Allí, en el precario campamento adonde fueron desplazados por las inundaciones del río Piura, Cahuana cría a sus tres hijos sin electricidad ni agua potable.

Y recuerda con nostalgia su vida en el antiguo pueblo a 20 km de aquí, ahora desaparecido: “Allá tenía todas mis cosas, estábamos tranquilos, pero todo se lo llevó el agua”, cuenta a la AFP la mujer de 36 años.

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Vista aérea del 'Refugio Santa Rosa', en Piura. Foto: -- ERNESTO BENAVIDES

“Antes teníamos todos los servicios básicos, escuela cercana, teníamos una salud cercana, teníamos nuestros cultivos cercanos y todo a la mano. Sin embargo, aquí ya tenemos cerca de cinco años y seguimos a la intemperie”, lamenta su marido, Leopoldo Namuche, de 40 años.

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Los Namuche-Cahuana tienen por vecinos a otras 2.000 familias que, como ellos, tuvieron que emigrar por causas climáticas al “Refugio Santa Rosa”, un campamento de casas precarias de paja y carpas, instalado en 2017 por la Defensa Civil junto a la ruta Panamericana, 980 km al norte de Lima.

“Nosotros no teníamos previsto esto, simplemente fue por el fenómeno de El Niño”, dice Leopoldo.

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Agua de pozo

A cinco kilómetros de allí está el “Refugio San Pablo”, otro campamento temporal que pasó a ser definitivo para 600 familias desplazadas por El Niño Costero.

En ninguno de los campamentos hay electricidad, agua potable ni alcantarillado. Los vecinos extraen agua de pozos, que sirve además para regar los cultivos de legumbres y verduras de algunas familias. Detrás de cada vivienda hay una letrina.

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'Refugio San Pablo', un precario campamento instalado desde 2017 en el desierto de Perú. Foto: -- ERNESTO BENAVIDES

La temperatura al mediodía supera los 35 grados Celsius, pero hay pocos árboles que den sombra. El termómetro desciende drásticamente por la noche, pero nadie tiene calefacción. Para cocinar, todas las familias usan la leña que recogen en un bosque de algarrobos cercano.

No hay centro de salud, por lo que los enfermos deben ser llevados al pueblo de Catacaos, un trayecto de más de media hora en auto o mototaxi.

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La única construcción sólida es un pequeño jardín infantil, que cerró por la pandemia. También dejó de funcionar una improvisada escuela, así que los niños no tienen clases desde marzo de 2020. Los menores carecen de computadoras e internet para recibir lecciones virtuales.

“Estamos olvidados”

De noche, algunos vecinos iluminan sus casas con energía de baterías de autos o de pequeños paneles solares del tamaño de un folio. Otros usan velas.

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“Estamos totalmente olvidados por el propio Estado”, se queja Leopoldo, que ya no cultiva la tierra. Ahora se gana el sustento transportando a vecinos en un mototaxi. Su esposa cocina y vende bizcochos.

La pareja además cría patos, pavos y cerdos para mantener a sus hijos Greysi, de 12 años, Hans, de nueve, y Gael, de dos. Un cuarto niño viene en camino.

No hay tiendas en los campamentos, por lo que muchos vecinos venden alimentos. Cuando una familia mata un cerdo, ofrece parte de la carne con un megáfono. Cuando alguno trae pescados desde el pueblo, también pone algunos a la venta.

300.000 desplazados

La migración interna no es nueva en Perú, pero el creciente número de desplazados por causas climáticas supone un gran reto.

El Niño Costero, que afecta a Perú y Ecuador, es producido por el calentamiento anómalo del mar debido a los vientos cálidos que llegan del centro del continente americano. Como resultado, el fenómeno causa lluvias e inundaciones más fuertes y frecuentes.

Las lluvias torrenciales de 2017 dejaron 101 fallecidos, 353 heridos y 19 desaparecidos, según cifras oficiales.

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También ocasionaron el desplazamiento de casi 300.000 personas, de acuerdo a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una agencia de la ONU.

Carmen Navarro, de 63 años, en el 'Refugio San Pablo', a un lado de la vía Panamericana, en Piura. Foto: -- ERNESTO BENAVIDES

Muchas de estas familias se marcharon a Lima, donde viven en viviendas precarias en las laderas de cerros y se ganan la vida de manera informal. Pero otras, como los Namuche-Cahuana, se instalaron cerca de Piura, ciudad cercana a la frontera con Ecuador.

“Hoy podemos observar inundaciones a nivel mundial, pero en particular también en Perú, que es uno de los países más afectados por este tema del cambio climático”, dice a la AFP el jefe de la OIM en Lima, Jorge Baca.

Explica que “el 10% de la población del Perú [más de tres millones de personas] se va a ver afectada de manera directa o indirecta por el cambio climático”, que causa con mayor frecuencia inundaciones y derrite los glaciares de los Andes.

Debido al cambio climático “numerosas comunidades urbanas y rurales del país están viviendo o podrían vivir el fenómeno de la migración forzada en un futuro cercano”, advierte la OIM en un informe.

Manuel Pulgar Vidal, exministro de Medio Ambiente de Perú, explica a la AFP que “la ciencia está más cerca de demostrar que esos eventos [de variabilidad climática como El Niño] se incrementan en frecuencia y severidad por el cambio climático”.

“La mayor agresividad de los huracanes, por ejemplo, es resultado del cambio climático, que está cambiando incluso el comportamiento de los eventos de variabilidad climática”, agrega Pulgar Vidal, líder de la práctica global de clima de la Word Wide Foundation (WWF) que presidió la COP-20 de Lima en 2014. (I)