Ferdinand Marcos Jr., homónimo de su padre el dictador filipino, quiere terminar de “rehabilitar” a su familia accediendo a la presidencia del país.

Los Marcos regresaron a la política de manera asombrosa en las tres décadas siguientes al levantamiento popular que derrocó al dictador, en 1986, y tras un exilio en Estados Unidos.

Marcos Jr., apodado “Bongbong”, actualmente de 64 años, encabezó este retorno. En 2016, perdió ajustadamente la vicepresidencia cuando Rodrigo Duterte accedió a la primera magistratura en una consulta paralela.

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Los vínculos de Marcos Jr. con su padre, un sangriento represor durante largos años bajo ley marcial, dividen al país.

Pero su campaña en las redes sociales apuntando a los más jóvenes, que no vivieron la dictadura, se ha revelado muy eficaz, afirmando su popularidad y, para los críticos, “reescribiendo” la historia.

Los sondeos lo ponen camino a una victoria aplastante el 9 de mayo, lo que marcaría el regreso al palacio presidencial de una familia que huyó al exilio hace más de 35 años.

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Marcos Jr. estaba en un pensionado británico en 1972, cuando su padre impuso la ley marcial, desencadenando una represión sangriente de los disidentes y una corrupción a gran escala.

Defendió al régimen de su progenitor con el fuerte crecimiento económico y del gasto público bajo esta ley como argumento, encubriendo la corrupción y la pésima gestión que empobrecieron al país.

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Aunque ha reconocido que aquel periodo estuvo marcado por violaciones a los derechos humanos, las minimiza.

Según la Policía, unas 1.500 personas, con una gran pancarta con el lema "Marcos no es un héroe" hicieron frente a la lluvia, el viento y el barro en el parque Rizal de Manila para pedir a Duterte que reconsidere su decisión de que el dictador Marcos sea enterrado en cementerio de héroes.

El candidato presidencial afirma que entonces era muy joven como para asumir cualquier responsabilidad relativa a la dictadura paterna, pero sus detractores recuerdan que fue gobernador provincial de Ilocos Norte, feudo familiar, entre 1983 y 1986, cuando el “patriarca” del clan Marcos aún ostentaba el poder.

Además, en 1985 fue designado presidente de una empresa de servicios satelitales bajo control gubernamental.

“Los envidiosos van a odiar”

Esta compañía era una de tantas tapaderas utilizadas para transferir al exterior ganancias ilícitas, de acuerdo a una agencia de recuperación de activos instaurada tras la caída del padre.

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El dictador murió en Hawái en 1989, y después a la familia se le permitió retornar a Filipinas, donde retomó la carrera política explotando lealtades locales para alcanzar sucesivos altos cargos.

El presidente actual, Rodrigo Duterte, fue un apoyo mayor, refiriéndose al exdictador como “el mejor presidente de todos los tiempos”, organizando su entierro en el Cementerio de los Héroes, en Manila.

Además, la familia se vio favorecida merced a que los posteriores gobiernos han sido también denunciados por corrupción y a la cólera alimentada por una sempiterna división entre ricos y pobres.

Vuelto del exilio, Marcos Jr. logró el escaño de su padre en el Congreso de Ilocos Norte, en 1992, seis años después ser gobernador provincial y senador nacional en 2010, igual que su hermana actualmente.

Imelda, su madre, ocupó un escaño en la cámara baja parlamentaria durante tres legislaturas, dejándoselo luego a un sobrino.

Duterte, cuya victoria de 2016 la atribuyó al patrocinio de los Marcos, apoyó durante mucho tiempo a “Bongbong”.

Ambas familias fraguaron una alianza temible, en la que Marcos Jr. formó equipo con Sara, la hija de Duterte, hoy candidata a la vicepresidencia. No obstante Duterte padre ha sido más crítico en los últimos meses con Marcos hijo, tildándolo de “débil”.

En una reciente entrevista respondió a esta crítica con un estribillo de la canción de Taylor Swift “Shake it off” (Me muevo).

“¡The haters gonna hate!” (Los envidiosos van a odiar), lanzó. (I)