La bandera de Tuvalu tiene nueve estrellas amarillas, una por cada una de las islas que integran este minúsculo archipiélago del Pacífico, donde viven 11.000 personas. Con 26 kilómetros de extensión es el cuarto país más pequeño del mundo.

Actualmente, dos de los atolones están a punto de desaparecer bajo las aguas, una consecuencia de la crisis climática, que ya ha provocado daños irreversibles y hará que el país sea inhabitable en las próximas décadas.

Tuvalu, llamado Islas Ellice hasta 1974, es un país insular de Oceanía integrado dentro de la Polinesia. Su capital es Funafuti. Localizado en el océano Pacífico, aproximadamente a 4.000 km de Hawái y de Australia, sus países más cercanos son Kiribati, Samoa y Fiyi.

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Tuvalu sigue siendo uno de los 10 países y territorios del mundo sin casos confirmados de COVID-19, de acuerdo a datos de las Naciones Unidas.

Algunos estudios científicos calculan que su desaparición podría suceder en los próximos 50 a 100 años, aunque los habitantes del lugar estiman que eso sucederá mucho antes si no se pone remedio al cambio climático.

¿Qué pasa cuando un país desaparece bajo las aguas y toda su gente tiene que abandonarlo?

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“Esta es exactamente la idea detrás de la Rising Nations Initiative (Iniciativa para los Países Emergentes), convencer a los miembros de la ONU de que reconozcan nuestra nación aunque estemos bajo las aguas, porque es nuestra identidad”, explica a la AFP el primer ministro Kausea Natano, quien participa en la Asamblea General de la ONU.

Los mensajes de simpatía y las vagas promesas de la comunidad internacional han servido de poco a los países isleños del Pacífico, que se embarcaron el miércoles en un proceso legal formal para mantener su estatus de Estado aunque ocurra lo peor.

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El plan pretende reafirmar el compromiso de la comunidad internacional con la soberanía de Tuvalu y otros países isleños, crear un repositorio para el bagaje cultural de las islas, designarlas Patrimonio Mundial de la Unesco y aumentar la financiación para tomar medidas que les ayuden a adaptarse.

La situación ya es desesperante.

Al igual que las denominadas “islas flotantes”, que no están directamente conectadas con la tierra debajo, los atolones se sitúan sobre “espejos” de agua dulce, cada vez más permeados por el agua salada de los océanos que aumentan su nivel.

Esto les ha hecho dependientes del agua de lluvia para consumo personal y la agricultura, pero Tuvalu lleva seis meses sin que caiga una gota de agua.

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“Tenemos que hacer plantas desalinizadoras, pero son muy caras y consumen ingentes cantidades de electricidad”, explica Natano.

Las islas del archipiélago están prácticamente al nivel del océano. El punto más alto tiene apenas de 4,5 metros, pero en otros sitios solo tienen un metro o metro y medio.

Esto hace que las islas estén expuestas a los oleajes que barren los cultivos e impregnan la tierra de sal, explica Natano.

La situación es profundamente injusta: las naciones isleñas del Pacífico son las que menos responsabilidad tienen en el calentamiento de la Tierra, con solo 0,03% de las emisiones globales.

Pero aunque los países más contaminantes del mundo corrijan su curso y cumplan el objetivo del Acuerdo de París para limitar el calentamiento a 1,5 ºC, para los países más vulnerables como las Islas Marshall y Tuvalu será demasiado tarde.

“Vivimos como una comunidad”

Natano dice que mucha gente empezó a irse del país -a Nueva Zelanda, Australia o Estados Unidos- después del paso del devastador ciclón Pam en 2015, aunque las oportunidades para la migración siguen siendo limitadas debido a las estrictas políticas migratorias.

“En Tuvalu vivimos como una comunidad”, dice Natano, visiblemente emocionado. “Hasta las personas que se van no lo quieren hacer, miran a sus hijos y nietos y ahora tienen que buscar un futuro para ellos”.

El país se ha sumado al mecanismo de compensaciones por “pérdidas y daños” que han ofrecido los países ricos, por su contribución histórica y actual a la crisis climática, pero el problema está lejos de estar resuelto.

Natano todavía espera recibir la asistencia que su país necesita para que la gente pueda quedarse en la isla. (I)