Los registros históricos detallan que el 26 de junio de 1877 el volcán Cotopaxi tuvo una gran fase eruptiva que sorprendió a los científicos de la época debido al daño que provocó. Los flujos piroclásticos derritieron parte del glaciar del coloso y esto produjo lahares (flujos de lodo y escombros) que llegaron a los ríos Pita, Cutuchi y Tamboyacu.

Los lahares provocaron extensas inundaciones de lodo y destrucción en las zonas aledañas. Además, tardaron algo más de media hora en llegar a Latacunga, poco menos de una hora para arribar al Valle de los Chillos, cerca de tres horas en llegar a la zona de Baños (Tungurahua) y les tomó 18 horas llegar a la desembocadura del río Esmeraldas en el océano Pacífico.

Por este tipo de actividad, el Cotopaxi es el volcán que mayor riesgo le generaría al país si erupciona con fuerza y por eso también es uno de los que tiene una red de monitoreo más amplia. “Los municipios cercanos a este volcán no solo deben pensar en salvar a las poblaciones en riesgo, sino a medios de vida como carreteras, puentes. Además, no permitir la construcción de viviendas por donde saben que bajarán los lahares de darse una erupción fuerte”, dice Rodrigo Rosero, viceministro del Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias.

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En 2015 el Cotopaxi también tuvo un proceso eruptivo, aunque fue considerado pequeño obligó a cerrar la zona para el turismo y no se permitió el acceso a su cumbre durante un año. La caída de ceniza afectó a poblaciones aledañas y, especialmente, a la agricultura y ganadería, agrega Silvana Hidalgo, directora del Instituto Geofísico.

El periodo de recurrencia de una erupción de este volcán está entre los 80 y 150 años. Maurizio Mulas, docente de la Escuela Superior Politécnica del Litoral, afirma que la historia eruptiva fuerte del Cotopaxi debe generar un estado de alerta constante en la población ecuatoriana: “La historia, la ciencia nos dice que si en el pasado hubo una erupción fuerte, en el futuro también la habrá. Hay que monitorear todos los volcanes, pero se debe priorizar estos que pueden generar mayores daños”.

Entra en erupción el volcán Wolf de la isla Isabela, en Galápagos; allí habitan las iguanas rosadas

A El Reventador, en Napo, también se lo tiene como uno de los más activos y cuya actividad volcánica puede ocasionar perjuicios económicos graves para el Estado. Sus flujos piroclásticos llegarían a la carretera E-45 (troncal amazónica), al Oleoducto de Crudos Pesados (OCP, que recientemente fue afectado por la caída de rocas), al Sistema de Oleoducto Transecuatoriano (SOTE) y a otros sistemas estratégicos. Además, hay una población que sufriría por la ceniza.

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“Este Gobierno está pensando que la E-45 pase por la vereda de enfrente, en términos sencillos, para que no esté expuesta a nada de El Reventador. Además, un proyecto para Petroecuador es que, a mediano plazo, cambie la tubería del SOTE y del OCP para que también pasen por al frente”, dice Rosero.

Una erupción fuerte de El Reventador, por ejemplo, ocasionaría daños en proyectos estratégicos. Foto: Cortesía Instituto Geofísico

Sangay, Guagua Pichincha y el Tungurahua también son volcanes a los que se los monitorea intensamente, ya que a través de su geología se ha determinado que sus erupciones pueden tener un largo alcance. “El Tungurahua se estima que tiene una erupción por siglo, el Pichincha tiene un periodo de recurrencia entre 400 y 600 años. Aunque las erupciones pequeñas no entran en el registro geológico de los volcanes y esto puede afectar el periodo de recurrencia, señala Hidalgo. (I)