Lleva más de cinco años trabajando para una empresa privada en la provincia de Manabí. Joaquín aún recuerda aquel 2020 cuando se salvó de ser despedido y pasó a trabajar en su casa. Ya en el 2021 regresó a su oficina, aunque cuando se detectaba el contagio de algún compañeros, volvía a teletrabajar.

De hecho, Joaquín se contagió dos veces del COVID-19. Para el 2022, el joven trabajó 100 % presencial, aunque esperaba que la empresa adoptara la modalidad mixta o híbrida, esto es, estar en oficina unos días y otros laborar desde casa.

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“Primero evitábamos el contagio, aunque todavía hay, luego el tema del tráfico y el ahorro de tiempo, pero volvimos como antes y hay que aceptarlo”, dice Joaquín, quien en el futuro aspira a encontrar un empleo netamente digital.

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En Ecuador, la cifra de teletrabajadores ha ido cayendo. Con la pandemia alcanzó su mayor escala con más de 80.000 contratos con esa modalidad. En 2021, se mantenía entre los 1.000 y 6.000. Y para el 2022 pasó de 2.530 contratos en enero a 107 en noviembre pasado.

De esta cantidad, 88 están en Pichincha, diez en Guayas, dos en Manabí y Chimborazo, uno en Imbabura, Cotopaxi, Los Ríos, Azuay y Tungurahua. 40 son mujeres y 67 hombres, de acuerdo a datos del Ministerio del Trabajo.

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Adriana Gutiérrez, magíster en Dirección de Talento Humano, afirma que las cifras no significan que la modalidad, incluida desde el 2016, esté perdiendo fuerza sino que se trata de desconocimiento.

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“Considero que la pandemia nos brindó la oportunidad de hacer algo a lo que nos resistimos, o que le teníamos miedo y creíamos que no éramos capaces de hacer que los colaboradores trabajen desde casa. Si esto no se hubiera hecho, considero que muchas empresas hubiesen tenido que cerrar sus puertas y operaciones porque no podían continuar con su ciclo laboral. El teletrabajo no está perdiendo fuerza, lo que ocurre aún es que existe desconocimiento de las leyes y de los beneficios que el teletrabajo puede aportar a la organización y al equilibrio familia-trabajo”, explica Gutiérrez.

Mientras, Ider Salgado, docente de Legislación Laboral en la UISEK, asegura que lo que ha perdido fuerza es el 100 % del teletrabajo y está pasando a una jornada híbrida. “Todo el tiempo de manera telemática ha perdido fuerza, por cuanto también se necesita la presencialidad y la interacción”, menciona.

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Salgado agrega que ese tipo de trabajo es el que se va a mantener. “La forma en que terminará este año es la misma que sucedió en el 2021, es decir, con una modalidad de teletrabajo parcial; esto es, un tiempo de manera presencial, aproximadamente 20 horas, y otro tiempo en modalidad domiciliaria o a distancia por otras 20 horas semanales”, señala.

El Global Remote Work Index, que mide a los 66 países para trabajar de manera remota, colocó a Ecuador en la posición 64. Eso para Annabelle Figueroa, subdecana de la Facultad de Administración y Negocios de la Universidad Casa Grande, significa que el país aún no está en los estándares digitales que se requieren.

“Nos falta bastante, aunque va a bajar. Y cuando la generación centennials sea más requerida en las organizaciones, las empresas se van a ver obligadas a brindar estas modalidades porque es mucha competencia y como empresario buscas el mejor perfil y el mejor viene con requisitos”, comenta Figueroa, quien indica que estas modalidades también se ajustarían por proyectos y no por horas.

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En tanto, el Ministerio del Trabajo también registra cifras de denuncias sobre teletrabajo en el sector público. Este año fueron nueve y en 2021, once. Las denuncias, según expertos, pueden ir ligadas al incumplimiento de ese tipo de contrato. Del sector privado no hay datos al respecto en la página web de la cartera de Estado.

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Según Figueroa, estas denuncias pueden surgir por esa falta de control de ambas partes que termina en el incumplimiento del trabajo como, por ejemplo, el exceso de la jornada.

“Es difícil evaluar de la misma forma a un colaborador presencial que en remoto, a pesar de que hay herramientas tecnológicas que permiten hacerlo. Las empresas no están dispuestas a invertir en ellas. Entonces, hay desconfianza, sobre si estará o no trabajando. Y al no poder ejercer este control en una oficina y no querer actualizarse en herramientas tecnológicas, no hay forma de evaluar si funciona y no. En las multinacionales no ocurre esto, sino en pymes y empresas locales. Las multinacionales se han dado cuenta de que los costos fijos de alquiler y servicios básicos han disminuido muchísimo adoptando el trabajo remoto y el híbrido”, argumenta Figueroa. (I)