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¿Se puede reducir el costo de cultivar la tierra, ajustando la cantidad de insumos y fertilizantes, sin afectar la producción?

La agricultura de precisión requiere inversiones adicionales, pero el resultado conlleva una mayor productividad, dicen expertos.

ESTERO HONDO, Los Ríos. Un agricultor fumigaba la mañana de ayer una plantación atacada por el gusano ejército que se hospeda en la mazorca y se come las pelusas.

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La prosperidad no termina de evidenciarse en las zonas rurales del país. La mayor parte de los agricultores enfocados en producir para el mercado local solo tienen la capacidad de sembrar en periodos específicos, por lo que la cosecha se junta y los precios caen ante la sobreproducción.

Es el caso del maíz, el arroz, la papa y hasta el banano que se evidencia en la eterna disputa de los agricultores que reclaman, algunas veces con amenazas y paralizaciones, el respeto de los precios mínimos de sustentación.

La denominada agricultura de precisión, que implica la implementación de estudios del suelo antes de cada siembra o al inicio de esta, es una alternativa con el fin de conseguir una mayor rentabilidad de las cosechas.

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Eduardo Chávez, director del laboratorio de suelos y nutrición vegetal de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), afirma que “los suelos tienen la capacidad de retener ciertos elementos para luego dárselos a la planta”. Esto se denomina intercambio. “Se hace de forma natural o lo que el productor aplica como fertilizante. El tipo de suelo determina si tienen más o menos capacidad de retención de estos elementos”.

El fin del análisis del área por sembrar se basa en cuantificar esa capacidad en el laboratorio. La idea es hacer programas de fertilización más específicos comprando lo que finalmente se va a requerir en cada proceso de siembra.

Cuánto el suelo proveerá de forma natural a la planta y cuánto debo asistir como productor colocando el fertilizante que haga falta según el tipo de suelo. Ahorrar en uno y poner lo que haga falta de otro, de forma muy específica, dice Chávez.

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La aplicación de tecnología es una de las claves para dejar de basarse tanto en la experiencia de los vecinos o familiares al momento de cultivar.

“Hay mucha presión en el tema productivo. Antes hace 40 o 50 años un productor de maíz podía sobrevivir con menos producción, ahora ya no, los híbridos de maíz nuevos requieren trabajo, ciertas características del clima y del suelo, que si el agricultor no las conoce simplemente se deja llevar por el potencial productivo de la variedad de las semillas y al final del día no cumple las expectativas”.

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Convertir la siembra en una actividad próspera requiere las mismas herramientas que se aplican, por ejemplo, cuando se instala un negocio en la ciudad tras la realización de un estudio de mercado en el que se analizan los costos y la demanda.

Lo mismo debe ir ocurriendo en el campo, agrega el especialista, lo que se logra cuando el agricultor entiende que hay técnicas de manejo. “La creencia de que el cultivo se maneja igual que hace 50 años se convierte en un problema”.

Estos cambios en la forma de concebir el negocio agrícola se dan a largo plazo con el recambio generacional.

Hay productos de calidad en los que la empresa que los vende se encarga de asesorar durante todo el proceso y hay otros más baratos que se aplican sin consejo técnico y aquello finalmente influye en el nivel de productividad.

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La situación es que la calidad del suelo, la falta de ciertos elementos y la sobra de otros, no se observa a simple vista como el caso de las enfermedades en las plantas de los sembríos que se denotan, por ejemplo, con las hojas que adquieren una tonalidad amarillenta. De ahí la necesidad de hacer los análisis del suelo en los laboratorios disponibles.

El costo de los análisis de suelo en el mercado varía según lo que se quiere finalmente observar. Uno completo que indique todos los compuestos químicos del área puede costar entre $ 35 y $ 120. El valor depende del número de muestras que se colecten.

La Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol) realiza análisis de suelo que se hacen en un laboratorio para mejorar la eficiencia de lo que se aplica en los sembríos. Foto: Xavier Ramos

En una hectárea basta con una muestra que incluye la toma de varios puntos. “El estudio dirá si el suelo tiene características ácidas, alcalinas o neutras”. Estos son los tres niveles de pH que se deben definir.

“También te indica cuál es la capacidad del suelo de retener ciertos elementos, cuál es la cantidad de materia orgánica que tiene, lo que nosotros comúnmente vemos como tierra negra. Cuando vemos que una tierra es más negra que la otra, muy probablemente tiene más materia orgánica, hay descomposición natural de todo lo que nosotros ponemos encima”.

De esto depende la estrategia que se aplicará. El suelo más ideal es el neutro. Si es excesivamente alcalino o ácido, hay problemas de manejo y se puede producir pero a un mayor costo, según Chávez.

En Ecuador hay muchas variaciones. Hay suelos que están bajo hielo todo el año, todo depende de la evolución.

Otra clasificación de tipos de suelo es según el tamaño de sus partículas. Aquí hay tres grandes categorías: limosos, arcillosos y arenosos, lo que también se determina en el análisis.

El primero se observa cuando el río se seca y queda esa tierra de río que es muy fértil porque los torrentes arrastran y dejan nutrientes. Este es, por lo general, neutro y se localiza en la provincia de Los Ríos y en algunas partes de Guayas, asevera Chávez.

Los arcillosos se caracterizan por tener partículas muy finitas, por lo que se compactan fácilmente. “Eso dificulta, por ejemplo, la penetración de las raíces de las plantas porque una vez que se compacta se vuelve como una roca, es un tipo de suelo más complejo de manejar”, añade. Al tener la inferencia del mar se ubican en partes de Manabí, Esmeraldas, Guayas y Santa Elena.

Los arenosos son suelos en los que la planta puede penetrar fácilmente, pero son muy pobres en nutrientes. Estos no son frecuentes en el país.

Gustavo Pazmiño, líder agronómico de Yara en la región Costa, afirma que los análisis de suelo son esenciales en el contexto actual con un mercado con altos costos de los insumos y el incremento de los valores de producción. “Mano de obra, combustibles, por ejemplo, quien usa maquinaria tiene que gastar más dinero para secadoras. El agricultor tiene que comenzar a realizar los análisis para que el dinero rinda. Como el recurso es limitado sabré en qué destinar. Probablemente como he aplicado tanto tiempo fertilizantes puede ser que no haya necesidad de aplicar eso y quizás haga falta otro elemento, esto es agricultura de precisión”.

Un bananero lo hace por lo general dos veces al año, un cacaotero lo mismo y el maicero un análisis antes de cada ciclo de producción, recomienda.

“Yara tiene un laboratorio de suelos ubicado en Inglaterra y damos el servicio. Hemos enviado más de 900 muestras en 2021 cuando comenzamos con el proyecto. La mayor parte de los clientes son los grandes y medianos agricultores en cultivos de alta inversión como banano y flores”, indica Pazmiño.

Una de las consecuencias de hacerlo es reducir el uso de fertilizantes luego del análisis y resulta más eficiente. El costo en Yara oscila entre $ 45 y $ 60, afirma.

“El objetivo es llegar a la agricultura de precisión”. El muriato de potasio, que se usa mucho en las plantaciones bananeras, valía $ 21 y en los últimos dos años subió a $ 53. “La planta necesita 16 elementos esenciales para llegar a sus producciones máximas, son compuestos que la panta no es capaz de producir por sí misma como el nitrógeno, potasio, fósforo, magnesio, azufre, calcio”, menciona Pazmiño.

Los técnicos deben hacer seguimiento de los cultivos

La marcha de los productores bananeros recorrió parte de la avenida Pedro Menéndez Gilbert, en el norte de Guayaquil., en marzo pasado Foto: api

La tónica en el campo es que el agricultor acude al técnico para recibir una recomendación para el ciclo de cultivo y luego se olvida del especialista, cuya función es ir a observar el impacto de los fertilizantes en el desarrollo de la planta y la producción, indica Chávez.

“Con este seguimiento, al siguiente ciclo el técnico puede deducir que la plantación tenía exceso de nitrógeno, entonces ya no se necesita tanto ese compuesto”.

Las pruebas de ciertos productos en parcelas específicas como ejemplo para que los campesinos de la zona evidencien los resultados positivos y lo usen en los siguientes ciclos con mayor confianza son otra forma de introducir los nuevos compuestos que están disponibles en el país.

El boca a boca sigue como forma efectiva de masificar el uso de determinados productos, lo que conviene a las empresas de insumos, ya que permanecen en el mercado.

Otro de los inconvenientes es que la hoja de ruta de construir proyectos de riego para que la producción dependa menos del clima impredecible incluye en la mayoría de los casos solo a los canales principales. Pero también el uso depende del desarrollo de las redes terciarias, que están en manos de las prefecturas, y de que los agricultores se conecten a estos canales y bombeen el agua hacia sus parcelas, lo que requiere de más inversiones.

“Esos planes de riego estatales debieron estar acompañados de asesoramiento a los productores desde el inicio del proyecto y de acompañamiento financiero para que ellos saquen sus créditos con los que puedan montar sistemas de riego. Eso les permitirá producir más y con ese exceso de producción pagar por el agua y tener utilidad, normalmente eso no se hace y al final nadie o pocos los utilizan”.

Hay herramientas estatales que ayudan como el mapa agropecuario o planes de monitoreo, que no son tan exactos y también se elaboraron con base en información muy antigua, ya que el último censo agropecuario se hizo en 2000, hace 22 años.

“A veces queremos hacer un plan de muestreo, tenemos el mapa agropecuario del Ecuador que nos dice que en determinada área hay banano, pero al ir ya no lo es, el productor ha cambiado de cultivo sin decirle al Ministerio de Agricultura y Ganadería”, explica Chávez.

Esto tiene efectos en la distribución equivocada de los insumos con la consecuencia de que no hay el tipo de fertilizante específico necesario en ciertas zonas que tienen un determinado cultivo.

Salomón Altamirano es ingeniero agrónomo y en su trabajo tiene contacto permanente con los agricultores, sobre todo los que cultivan arroz.

La ganancia siempre estará sujeta, indica, a factores como el nivel de educación de los que cultivan la tierra o también la extensión que cosechen. “No es lo mismo tener 100 hectáreas de arroz que tener una, la productividad jamás será la misma, ya que permite tener más ingreso por volumen de producción”.

Una clave es que los pequeños agricultores vean el pago de un análisis de suelo como una inversión y no como un gasto impuesto. Esto se logra evidenciando su utilidad, afirma Altamirano. “Sean más eficientes con lo que aplican para mejorar el rendimiento”.

Los costos de producción están disparados. El saco de 50 kilos de urea que se aplica en los cultivos de arroz costaba $ 18 hace dos años y el precio subió a $ 52 a finales de diciembre pasado. “En una hectárea de arroz suelen echar hasta nueve sacos de urea”. (I)

La Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol) realiza análisis de suelo que se hacen en un laboratorio para mejorar la eficiencia de lo que se aplica en los sembríos. Foto: Xavier Ramos

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