Por Sonia Yánez Blum (Twitter: @soniayanezblum)

El terror en la vida real y en la digital se difunde a pasos acelerados y sin importar quién está tras la pantalla. Muchos episodios violentos los sufrimos en las calles y carreteras. Otros, en plataformas digitales, webs y redes sociales.

En momentos de conmoción social y política, cualquier tuit, foto o declaración tiene una dimensión que se extiende al mundo real de forma impredecible.

Publicidad

Sin importar en qué grupo estés, en los últimos 17 días hemos sido testigos de la escalada de la violencia.

La relación entre quienes somos, lo que leemos y publicamos, nos convierte en activistas de teclado o de la calle.

Los niños y adolescentes –expuestos a esta realidad sin filtros y manipulada en TikTok y YouTube– están conociendo un Ecuador fragmentado. ¿Cómo sanar esa memoria y su relación con nuestras raíces indígenas que no podemos negar? En las escuelas saben qué van a explicarles a estos niños ávidos de respuestas que ni los adultos tenemos.

Publicidad

En una crisis, lo importante es aislar el problema y abordarlo. Aún no vemos eso. Por el contrario, el problema nos rodeó y absorbió a todos generando olas de temor, miedo, depresión y división.

Paro nacional: Estos son los siete pecados de comunicación de Guillermo Lasso

Publicidad

Los periodistas enfrentan la violencia en las calles como nunca antes se vio. Cascos, cámaras antigás, chalecos antibalas son ahora su equipo para comunicar.

Los persiguen, golpean, echan morocho caliente, latiguean sin importar si son hombres o mujeres haciendo cobertura. En una suerte de justicia –reprimenda indígena que las comunidades no ven mal– lo justifican.

Mientras presentadores de noticias y reporteros hacen un llamado para que los dejen trabajar sin amenazas, desde el otro lado de la pantalla, los que tienen que escuchar y comprender ese llamado, no lo hacen. Ni siquiera los sintonizan. Ellos tienen su propia trinchera digital, sus reporteros y canales favoritos. Además de que en los mensajes claves no ha existido ni siquiera la traducción al quichua que se habla en las comunidades afectadas, por qué les va a interesar ver los medios en donde no se sienten representados, tanto que prefieren dar paso a medios internacionales y no a los locales.

No tenemos los mismos parámetros y códigos cuando se trata de estructura organizativa que las agrupaciones indígenas, la toma de decisiones y acuerdos es completamente diferente y eso debemos entender cuanto antes.

Publicidad

Todos quieren ganar en cada tuit y cada post

¿Por qué esta crisis se torna más grave que otras?

Las comunidades indígenas y otros grupos están en las calles, pero también en las pantallas y en la web. Y eso –aunque hace visibles sus reclamos– también difunde sus excesos con el doble de efectos negativos:

  • Alienta a más violencia por el contagio social y por la validación e impulso que da ser vistos por millones.
  • Las reacciones, temores y respuestas a favor y en contra son instantáneas con un live, una entrevista en vivo o avalancha de comentarios, siendo más importante que acciones reales de negociación

Ser visible y la adrenalina que eso genera en las masas –antiguamente invisibilizadas– es peligroso y cuesta vidas, daños materiales y pérdida de confianza a una velocidad que no veíamos venir ni los medios, ni las autoridades.

Canales online en YouTube que transmiten en directo o vía Facebook las marchas, los golpes y la sangre, sin filtros, y con un sesgo claro de llamado a la lucha, no dejan espacio para un diálogo cercano.

Desde afuera, en medios internacionales, lo que se ve claramente es gente en las calles: indígenas, ciudadanos y militares. No se distingue marcha por la paz o marcha por los pedidos indígenas, ni presencia de fuerzas del orden en acciones de control de violencia. Solo vemos un país donde ecuatorianos están por miles, en poncho, vestidos de civiles o con traje militar, exponiendo sus vidas y caldeando los ánimos.

La intensidad de los enfrentamientos sube y así lo reflejan los contenidos producidos por ciudadanos, medios informativos y políticos. Vemos cómo paramédicos, policías, periodistas y cualquier ciudadano que no esté en el lugar “adecuado” corre el riesgo de un linchamiento que de seguro luego será grabado y transmitido sin pudor.

¿La Conaie tiene secuestrado al Gobierno?: ‘corredores humanitarios, cobro de ‘peajes’, guardias comunitarios que obligan a cerrar negocios son figuras que aplica y riñen con la Constitución’

El activismo digital llegó para quedarse. Monitorearlo y generar espacios de opinión en redes sociales es urgente. La estrategia de comunicación no consiste en tener contratadas granjas de trolls que instalan hashtags como tendencia que nadie cree. Ese es un mercado apetecido que hace olvidar lo importante: mensajes de valor segmentados para los diferentes grupos que coexisten.

Jubilados, adolescentes, comunidades indígenas, líderes de opinión, estudiantes, trabajadores, burócratas, ciudadanos del campo, de la ciudad, hay un mar de ecuatorianos que están siendo contactados por la curiosidad y la adrenalina que genera esta manifestación. Hay que producir contenidos que reconecten con los que se sienten relegados. Sin olvidar que fuera de las redes y de lo digital está un mayor porcentaje de ecuatorianos en territorio que no se sienten representados y son los que están en las calles o en las carreteras impidiendo que la comida llegue a su mesa, que las calles sean de libre tránsito y que los pozos petroleros trabajen.

¿Cuál es la voz de la prudencia en TikTok? Los videos en vivo transmitiendo ataques con voladores, piedras, escudos y lanzas son transmitidos como un reality de alta sintonía, ¿alguien los monitorea?

El Gobierno busca palabras, salidas y genera propuestas.

Los ciudadanos estamos buscando la forma de hacernos escuchar.

La Conaie y los grupos en protesta siguen insistiendo en sus exigencias, no van a ceder y aunque hacen un llamado a la calma, hemos visto que la masa no se frena.

Respecto a las comunidades indígenas, no conocemos mayormente de su problemática ni del grado de violencia por infiltrados o no en las filas de la Conaie; además, no estamos familiarizados con su cultura, organización y formas de liderazgo, y esa es nuestra debilidad. Hasta hace poco, ni siquiera sabíamos que en digital ellos estaban mejor organizados que otros segmentos de la población.

¿Cómo conciliar por la paz en tiempos de violencia y exposición digital?

Difícil respuesta. De lado a lado se escuchan palabras como exigencias, batalla, lucha, muerte…

Las mujeres indígenas en su marcha hacia la Asamblea lo han dicho: se sienten descalificados por el resto y no regresarán a producir sus sembríos hasta que acepten todo lo que exigen y más. En Wambra TV se escuchaban sus amenazas en directo, con megáfono en mano hablaban directamente a policías y militares, diciéndoles: “Nosotros producimos la comida y ahora no haremos nada, nos quedaremos sentadas hasta que nos escuchen”.

¿Quién tendrá el respeto y la voz que convenza a la Conaie a sentarse a dialogar y ceder para ganar la paz? Esa es la pregunta a contestar, porque aunque nos neguemos a aceptarlo, aunque los ecuatorianos han perdido empleos, clientes y oportunidades en estos días de paro, hay que sentarse a negociar.

Cualquier gremio u organización candidata a ser mediadora pasará por el escrutinio digital e ideológico de los grupos contrarios, además de trolls, activistas digitales y movimientos políticos que sacarán réditos en las próximas elecciones frente a este caos.

Imágenes sangrientas, declaraciones desafortunadas serán la prueba y el anzuelo para –en la poscrisis– seguir ahondando en las diferencias si no se construye un camino que las aborde ahora.

En medio, los ecuatorianos de todas las edades, que no estábamos acostumbrados a leer entre líneas. Entre memes grotescos y campañas de fake news. Esa es una guerra para la que no teníamos armas.

Y a pesar de nuestros deseos de paz, necesitamos expertos que solucionen conflictos e interlocutores que respeten a ambas partes.

Si no es así, la solución no pasará por el diálogo y la violencia seguirá escalando, igual que el número de horas de todos los videos en vivo que presenciaremos.