Nueva Prosperina es el distrito de la Zona 8 (que incluye Guayaquil, Durán y Samborondón) que acumula el mayor número de homicidios intencionales con 295 entre enero y el 26 de noviembre pasado.

Son 210 más que los ocurridos en el mismo periodo del 2021. Este incluye sectores como Monte Sinaí, Nuevo Guayaquil, Flor de Bastión, Fortín, Paraíso de la Flor y Socio Vivienda.

Los representantes de las organizaciones no gubernamentales que operan en la zona se topan con los hechos violentos propiciados por el enfrentamiento entre bandas en torno al control del tráfico de drogas.

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En medio del noroeste de Guayaquil está Socio Vivienda II, un intento de asentamiento planificado con servicios básicos que es uno de los que registra los mayores niveles de violencia, incluso con áreas inaccesibles custodiadas por bandas.

Los moradores dan cuenta de un punto alrededor de la cancha donde llevan a personas secuestradas, los motines de los robos y hay tráfico de drogas.

De ahí surgen los que se enfrentan a tiros en medio de las casas y en contra de la Unidad de Policía Comunitaria del sector.

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“Allí todavía no se resuelve el tema de la legalidad de los terrenos y hay muchos servicios no garantizados, como escuelas que no se abastecen y funcionan en campamentos donde no hay calidad que garantice la permanencia de los niños, por eso hay mucha deserción escolar”, explica Javier Gutiérrez, director general de la Misión Alianza Noruega.

A ello se suma el hacinamiento en las pequeñas casas donde llegan a vivir ocho o más personas en casas de cuatro por cuatro, agrega.

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“Unieron a familias que nunca habían mantenido contacto previo entre sí, entonces se dio un apresuramiento en acelerar la transición de los habitantes de otra zona de la ciudad que estaban en situación de pobreza, llevándolas al noroeste sin tener claras las condiciones en las cuales estas personas van a recibir los servicios. Esto generó tensión, como un reverbero porque se sintieron abandonados”.

Tras darse los traslados a estas casas de interés social creadas para estas familias vulnerables, lo que se dio fue un cambio de escenario del microtráfico.

La situación empeoró a partir del 2014 cuando comenzó la crisis económica del Estado, dice Gutiérrez, por la reducción de los precios del petróleo.

Entonces las bandas encontraron un lugar propicio para guarecerse, añade. “A los que hacen trabajo de campo de las ONG les han retenido sus vehículos, les preguntan quiénes son, pero como hacemos ayuda social finalmente sí nos permiten ingresar y trabajar. No nos han cobrado ‘vacunas’ como denunciaron en su momento los contratistas privados y los dueños de negocios”.

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Un punto de inflexión fue la aparición de la droga hache, realizada con los residuos de otras drogas y mezclada con componentes dañinos.

Las organizaciones no gubernamentales como la Misión Alianza Noruega trabaja en sectores conflictivos del noroeste de Guayaquil como Socio Vivienda II y Monte Sinaí. Foto: CORTESÍA MISIÓN ALIANZA NORUEGA

A partir del 2008 se empezó a evidenciar este consumo en las zonas del noroeste de Guayaquil. “En 2014 y 2015 ya era normal el consumo y la comercialización de la hache, pero lo del microtráfico con violencia surge con más fuerza a partir del 2017 y se agrava en la pandemia porque en este último periodo se relajaron los controles por los toques de queda y la cuarentena”, explica Gutiérrez.

Las balaceras se dan por lo general durante las noches, madrugadas y fines de semana. Una preocupación es la violencia alrededor de los establecimientos educativos. Hay casos de familias que no envían a sus hijos a las escuelas y colegios.

La Misión Alianza Noruega trabaja en Guayaquil desde 1994. En ese entonces se concentraron en la isla Trinitaria, en el sur de la ciudad, pero a partir del 2002 trasladaron sus proyectos al noroeste en lo que hoy es Monte Sinaí, El Fortín, La Ladrillera y Socio Vivienda II.

Era la nueva zona a la que llegaban miles de personas en busca de trabajo y de mejores condiciones, justo tras la crisis económica de 1999 y de inicios del siglo XXI.

El ingreso a estos tres sitios se hacía desde la Perimetral en un viaje que bien podría durar más de una hora desde el asfalto de esta vía, sobre todo en invierno cuando las calles de tierra se convertían en lodo. No había accesos secundarios pavimentados.

Gutiérrez cuenta que fue allí cuando observó el rostro de una pobreza extrema. Menores de tres años con el estómago abultado, indicio de la grave desnutrición crónica que padecían con comidas una vez al día, en algunos casos.

Las casas eran de caña y techos de zinc con agujeros que daban paso al ingreso del agua. La superficie de fango durante el invierno se extendía a los pisos de tierra de las casas. No había servicios básicos. Las calles se improvisaban partiendo el bosque seco que cubría el área.

Allí se asentaban los recién llegados a la ciudad procedentes de otros cantones del Guayas y de otras provincias. Se repetía la forma histórica como ha crecido Guayaquil. En torno a una vía principal cuyos terrenos circundantes son ocupados de forma irregular.

Los traficantes de tierras eran los que disponían por donde irían las calles y cobraban a las familias que iban ocupando los terrenos.

“En estos territorios se fueron dando las condiciones para que las redes del narcotráfico ingresen e incluyan a los niños, adolescentes y jóvenes en sus actividades ilícitas ante la falta de oportunidades. Tienen dos opciones: estudiar con un proyecto de vida o ser parte de una banda delictiva a cambio de un pago”.

A la ausencia del Estado con servicios públicos deficientes se junta la desintegración familiar con miembros jóvenes vulnerables tras la ola migratoria de inicios del siglo XXI. “La salud y educación no se logra ofrecer con la cobertura y calidad necesarios, como en otras zonas del país que sí los tienen, entonces la desigualdad genera violencia”.

El acceso era el principal inconveniente para las organizaciones no gubernamentales que ejecutaban sus proyectos sociales. La inseguridad quedaba en segundo plano a inicios del siglo XXI.

“Las condiciones por la absoluta ausencia de infraestructura y de servicios sociales eran mucho más difíciles que ahora. Las viviendas eran mucho más precarias, básicamente de caña, algunas de construcción mixta. En invierno era casi impenetrable llegar”, afirma Gutiérrez.

El punto más lejano desde la Perimetral era Monte Sinaí, que se veía como un caserío en medio del bosque desde la vía sin asentar.

Las organizaciones no gubernamentales como la Misión Alianza Noruega trabaja en sectores conflictivos del noroeste de Guayaquil como Socio Vivienda II y Monte Sinaí. Foto: CORTESÍA MISIÓN ALIANZA NORUEGA

José visitaba a un tío que vivía en lo que hoy se conoce como la cooperativa Balerio Estacio desde 1999. Recuerda que las calles eran como raudales de agua y lodo en el invierno que arrastraban perros, pertenencias de las personas y hasta a los mismos habitantes.

“Un tanquero repartía el agua y no había recolección de basura. Las personas bajaban con sus desechos desde las lomas y los dejaban en el parterre central de la avenida Casuarina, que aún no estaba pavimentada”, afirma.

Las vías secundarias de acceso recién se pavimentaron a partir del 2006, cuenta Gutiérrez. Si bien había mejor infraestructura a partir de ese año la pobreza seguía siendo el factor común de los hogares.

El representante de la ONG recuerda que en 2013 se topó en Monte Sinaí con la historia de una madre abandonada por su pareja con cinco hijos que no iban a la escuela y que estaban en desnutrición crónica. “Ella laboraba lavando ropa, vivían en una casa precaria con piso de lodo, el agua de la lluvia se colaba por el techo con agujeros. Para dormir colocaban un colchón y una lona. Se veía violencia intrafamiliar. Muchas de estas familias logran mejorar en algo, otras se van, regresan a sus lugares de origen donde sus padres, hay bastante movilidad”.

Una situación de abandono y de falta de oportunidades fue el preludio del nivel de violencia que hoy persiste en las zonas más conflictivas de Guayaquil y Durán. (I)