La mañana y tarde del lunes 31 de enero de 2022 fue lluviosa, un partido de ecuavoley se había terminado en la cancha de La Comuna, ubicada entre las calles José Berrutieta y Antonio Herrera. Eran aproximadamente las 18:20 cuando una ola de lodo sorprendió a los jugadores y espectadores. En cuestión de segundos, lo que era un complejo construido con el esfuerzo y el gasto de sus socios fundadores quedó en nada.

Minutos atrás, todo era calma. El sonido del balón rebotando entre jugadores que entraban en calor, pues la capital en un día lluvioso alcanza los 10 grados centígrados, aproximadamente.

Había terminado un encuentro y los amigos acordaron otro. La apuesta mínima era de $ 60 por equipo; es decir, $ 20 por cada jugador. Esto sin tomar en cuenta las apuestas que se hacen alrededor del partido. El equipo de “Jayak” se iba a enfrentar al del “Pesado” (Luis Catota, fallecido) hasta que alguien gritó, alertando a los demás.

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Poll, uno de los directivos de la asociación de la cancha de vóley de La Comuna, que pidió mantener su nombre real en reserva, recuerda que, de pronto, regresó a ver y una avalancha se venía contra ellos. Saltó del graderío y corrió.

Apenas el aluvión llegó a sus pies fue levantado hasta la terraza de la casa colindante con el complejo deportivo, donde terminó agarrado de las varillas del segundo piso.

“Fui uno de los primeros en salir, junto a mí estaba un señor que también es socio de la cancha, le logré desenterrar y salimos juntos de ahí. Ahorita está recuperándose”, dice Poll, mientras recorre la zona del desastre y contiene las lágrimas.

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Explica que la cancha de La Comuna es de una organización de 115 socios, 23 de los cuales fallecieron a causa del aluvión. Ahora solo quedan 92, asegura.

Los partidos se jugaban de lunes a domingo, dice. Y aquel 31 de enero era un día común, en el que estaban los amigos de siempre.

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Antes de iniciar un partido se pagaba $ 1 por persona. Después de terminado el encuentro, el equipo ganador realizaba un aporte de $ 2. Lo recaudado servía para el mantenimiento, suministros de los baños y, en especial, para los agasajos de sus socios en las fechas especiales del año: los días del Amor y la Amistad, del Padre, de la Madre y la Navidad.

El pequeño complejo tenía baños y una bodega. Atrás de la tribuna había juegos infantiles y un parqueadero. Los fines de semana el estacionamiento era ocupado para que los vecinos jugaran cocos (juego tradicional similar a las canicas).

De lunes a viernes el vóley se iniciaba a las 16:00 cuando la mayoría de los socios salía del trabajo. El fin de semana, la jornada deportiva comenzaba a las 14:00. Allí se vendían salchipapas, fritadas, asados, gelatina, bebidas, café con humitas, tamales, etc.

“Hay gente que conozco desde que era niño, como el señor Alberto Almeida, él vivía por mi barrio. A otros les conocí por más de quince años. Éramos como una familia, porque después de los trabajos este era el punto de encuentro. Los niños también tenían su grupo de amigos. Gracias a Dios, esto no sucedió un fin de semana, porque hubieran estado más de 100 personas en la cancha”.

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El retorno a la cancha

Poll recuerda historias más tristes de lo que fue enterándose con el pasar de los días. La de Pedro Bayas y Mariela Cañaveral, quienes dejan una niña de ocho años en la orfandad. “Él jugaba y su esposa vendía chifles”, señala. La de Walter Ruiz, a quien llamaban `Polo´, que falleció sin que hasta ahora se haya encontrado su moto. Sus cuatro hijos están con su mamá, quien también estuvo en la cancha, pero se salvó. La de Luis Miguel Conza (el Cejas), que dejó a sus dos hijos en orfandad y la de Wilfrido Mina, quien vivía al lado de la cancha y lo perdió todo.

QUITO (09-02-2022).- Así está la cancha de ecuavoley, en La Comuna, después del aluvión ocurrido el 31 de enero de 2022 Foto: Alfredo Cárdenas

Diez días después de la tragedia, varios de los socios acudieron a la cancha y no dejan de sorprenderse de cómo desapareció todo en segundos. Ahora, piden a las autoridades “que se devuelva la cancha”, pero esta vez construida con estándares técnicos y muros de contención.

“No queremos ningún camposanto, ningún mirador, queremos nuestra cancha, el área para los niños… Y, eso sí, con algún obelisco para rememorar a nuestros fallecidos, porque murieron haciendo lo que les apasionaba, entonces en honor a ellos queremos reconstruir este espacio”, enfatiza Poll.

Sus manos tienen una gran cantidad de lastimados y moretones, también su rostro. “No sé cuándo vuelva a jugar vóley, creo que hay que guardar luto todavía, las heridas que se van a demorar en cicatrizar son las del alma, por todos mis amigos fallecidos”. (I)