En un rincón de la cordillera occidental de los Andes, metida entre las montañas, está Nono. En las épocas de lluvia, como la de ahora, la niebla nunca se va. Sube espesa por las mañanas a la colina y desciende implacable al atardecer. Una llovizna casi permanente amenaza que en cualquier momento el aguacero puede caer. Así estaba Nono la mañana de este domingo de carnaval, con un cielo gris.

A este poblado se llega desde Quito recorriendo unos 20 kilómetros por el flanco norte de las laderas occidentales.

En esa mañana de carnaval, el frío se disipaba con el ánimo encendido de las bandas de pueblo, los bailaraines que se preparaban para ejecutar sus comparsas y los jinetes que repasaban los pasos y las acrobacias a caballo. Era el ambiente previo al Desfile de Colores.

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Entre esa multitud estaba Olga Cerón, una anciana de 74 años. Su cabello abundante, largo y canoso se tejía en dos trenzas que se deslizaban por los hombros. Vestía una blusa blanca y una falda roja ancha hasta los tobillos. Era el uniforme de su grupo de bailarines, todos de la tercera edad. Para decorarlo más, doña Olga, como la llaman, se puso un collar de flores multicolores.

Eran veinte ancianos, todos impecables. Los hombres llevaban un traje de camisa blanca, chaleco, pantalón y sombrero de fieltro negros. Uno, a falta de uniforme, vestía su mejor terno. No era para menos. El grupo encabezaba el desfile.

Cerca de las 09:00 la banda de pueblo empezó a entonar los yumbos y danzantes, ambos ritmos tradicionales del carnaval. Los ancianos bailaban sincronizados y ordenados en filas. “¡Viva Nonooo! ¡Viva la tercera edaaad!”, vociferaban.

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Doña Olga se tomaba las caderas y avanzaba con pasos cortos. Ella no es oriunda de ese sector. Llegó hace 25 años desde su natal San Gabriel, en Carchi, de la mano de su esposo, quien había conseguido un trabajo en una finca. “A mi marido mucho le gustó ser mayordomo de haciendas”, cuenta con añoranza y con doce años de viudez a cuestas.

La principal actividad económica de Nono es la ganadería vacuna. Producen muchos lácteos. Es una labor muy antigua y popular en la zona. De hecho, una cascada situada muy cerca del pueblo lleva por nombre Guagrapamba, que en quichua significa tierra de vacas. Esas aguas, que bajan del volcán Pichincha, son uno de los principales atractivos turísticos de Nono.

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Otro son las escuelas de equitación. Varios negocios ofrecen el alquiler de caballos y clases para aprender a cabalgar. La oferta va dirigida a entendidos y a quienes no han tenido experiencia alguna, incluso niños. La naturaleza ayuda, pues en el sector hay senderos para hacer recorrido cortos o de muchas horas.

En los últimos años, Nono también se ha convertido en un atractivo para quienes buscan una casa de campo. Frente al saturado mercado inmobiliario de los valles orientales de la capital, muchas familias han construido ahí su lugar de escape de la ciudad.

“A mí me gustó de Nono la tranquilidad. Aquí no hay abuso para nadie. No hay robos. La gente nos cuidamos como vecinos”, dice doña Olga. Ella entró al grupo de la tercera edad apenas este se formó, hace tres años, por iniciativa de la Junta Parroquial y el Ministerio de Inclusión Económica y Social. El proyecto se llama Envejeciendo Juntos. Los ancianos se reúnen los miércoles a hacer ejercicios y divertirse con juegos de mesa.

Doña Olga cuenta que fueron a su casa para invitarla a que se integrara. “Han visto que soy de ánimo, que soy entusiasta, ayudo a guiar”, se ríe.

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Cuando se anunció el Desfile de Colores, el grupo se organizó e hizo una comparsa para presentarse. Ellos marcaron el recorrido de aproximadamente un kilómetro, desde la entrada del pueblo hasta el parque central. Atrás suyo iban otras agrupaciones, la mayoría dedicadas a danzar el caporal y el tinku, propios de Bolivia; también jinetes de las escuelas de equitación de la zona.

Al grupo de ancianos lo encabezaba Gonzalo Guachamín, de 85 años. Él se disfrazó de payaso de pies a cabeza, con un enterizo de tela brillante, chaleco rojo, un manto blanco que le cubría la cabeza, un bonete y una careta. Con una pandereta marcaba el paso de la banda de pueblo.

Don Gonzalo ha sido un entusiasta de las fiestas populares desde joven. Participaba en el festival de los turbantes y en la tradición del alma santa. Recuerda que se disfrazaban de soldados romanos y de santos barones.

Estas tradiciones se han perdido. Hoy le quedan a don Gonzalo el carnaval y las fiestas de la Virgen del Camino de Alambi, la patrona de Nono. La tradición cuenta que la Virgen María se apareció a mediados del siglo pasado en la ruta que une al centro de la parroquia con Alambi, un poblado aledaño. En ese lugar se mantiene una gruta con la imagen religiosa. En su nombre, la parroquia celebra sus fiestas cada agosto.

“Hay mucha mucha gente que le tiene devoción y que le atribuye milagros a esa Virgen”, cuenta Gianina Moreno, presidenta de la Junta Parroquial.

Ella lamenta que una ordenanza municipal les haya impedido hacer una corrida de toros de pueblo en este carnaval, pues eso atraía a más turistas. “Esa era la esencia de la fiesta, de los pueblos de la ruralidad. Esa tradición fortalece nuestra identidad como parroquianos y, más allá de eso, era una oportunidad para empezar a reactivarnos económicamente. Hoy hay menos visitantes porque no hay toros”, comentó.

Acabada la comparsa, don Gonzalo se acercaba a sus amigos, con la careta puesta, retándoles a adivinar quién era. Uno de ellos le retiró la máscara y le brindó un trago de puntas, como se conoce al destilado de caña. Él se alzó la copa y en medio de la conversa comentó: “El carnaval Dios nos ha dejado que celebremos, porque dice él que de polvo nacemos y en polvo nos convertiremos”. (I)