La fe sigue intacta y quizás es hasta más fuerte en los últimos meses. Así lo demostraron cientos de feligreses que este martes 30 no pudieron participar del tradicional baño de la cruz, pero que desde las aceras, ventanas y balcones abrazaron crucifijos, encendieron velas y se persignaron, mientras la cruz de madera era llevada sobre un carro como parte de la procesión que recorre Santa Elena hasta Ballenita.

“Yo todos los años cumplía con el recorrido como penitencia, pero debido a la pandemia de COVID-19 nos dijeron que no podíamos asistir, pero desde mi casa he querido participar”, dijo la ciudadana Zoila Tomalá.

Luego de tres kilómetros de recorrido y tras recordar las catorce estaciones del viacrucis, la cruz de madera arribó hasta el malecón escénico de Ballenita. La figura fue custodiada por seis representantes de la Vicaría Episcopal de Santa Elena, entre ellos el padre José Antonio Guerrero.

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“Ahora por la pandemia no han podido participar los miles de feligreses, pero a través de redes sociales hemos querido llegar a los hogares y que vivan intensamente el compromiso con nuestro Señor”, manifestó el religioso.

Los sacerdotes fueron quienes en esta ocasión ingresaron al mar con la cruz, pues antes de la pandemia quienes cumplían con el ritual eran pescadores de Ballenita. Este martes, los pedidos y oraciones fueron por la salud, en especial la de aquellos que batallan contra alguna enfermedad y por las almas de quienes perecieron debido al coronavirus.

Pese a que se insistió en que las personas no asistan y sigan la transmisión por la página oficial de la Prefectura de Santa Elena, hubo aquellos que hicieron caso omiso y se unieron al recorrido aunque mantuvieron cierta distancia.

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En el mirador de Ballenita ya había cientos de feligreses que incumplieron el distanciamiento físico.

Con el sol de testigo, la cruz fue sumergida tres veces (en señal del Padre, Hijo y Espíritu Santo) en el vaivén de las olas. Una tradición que data hace 89 años. (I)