La degradación gigantesca que ha sufrido el país en los últimos 15 años, ha convertido a la política en una inmensa alcantarilla repleta de casos de corrupción, sobre todo en cuanto a robos de dineros públicos. A lo largo de nuestra historia, se han dado varios casos de apropiación indebida de recursos del Estado, pero en generaciones previas tenía mucho peso una palabra que hoy parece de museo: honradez. Los padres remachaban en la mente de sus hijos que la mayor herencia era la de una vida honesta. Un adagio popular, decía “ni ojo en carta, ni mano en platas ajenas”, valorando la delicadeza necesaria frente a la intimidad y a los recursos de los demás.

Pero, a partir del bucaramato, luego en el régimen de Mahuad, más tarde en el gobierno chapucero de Gutiérrez, y, sobre todo en la década de la tragicomedia correista, continuada en el régimen siguiente, esos preceptos de respeto a los bienes ajenos, se fueron por el caño. La malhadada “revolución ciudadana” consistió en el asalto desvergonzado y pandémico del tesoro nacional, por parte de una mafia encabezada por el entonces presidente. El correato no solo robó, sino que corrompió la conciencia ciudadana, estableciendo su impunidad al controlar con sumisos y podridos funcionarios las instituciones del estado, las cortes y los tribunales, salvo excepciones. Y además envenenó el alma colectiva con un tsunami de odio, para favorecer sus planes de perpetuación.

Recuperar la honradez como brújula de la vida personal y nacional, es vital. La sentencia en firme en el caso sobornos, es crucial, gracias a la valentía de una fiscal ejemplar, y de jueces probos: Cuando el capo y su grupúsculo reciben sentencia, se da una lección respecto a que robar dineros públicos es un crimen enorme. Tienen que darse más sentencias en firme en los otros casos pendientes.

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Y es necesario un programa de psicopedagogía social para ayudar a que la gente comprenda que cuando los dirigentes roban dineros públicos, están quitando el pan de la boca a nuestros hijos, privándolos de medicinas, educación adecuada, servicios básicos, nos condenan a morir sin atención en esta pandemia voraz, o a una vida de miseria: nos roban el presente, el futuro y hasta la esperanza.

¡Declaremos constitucionalmente a la corrupción pública de alto vuelo como crimen de lesa humanidad! Hagamos una pedagogía de la honradez a través de la educación, los medios masivos y las redes sociales, exaltando a figuras ejemplares, como Julio César Trujillo, Jorge Rodríguez y la Comisión Anticorrupción, y a la vez mostrando como enemigos públicos a cabecillas corruptos, para que la población no se deje engatusar por candidatos que quieren la impunidad del capo y su mafia, buscando sepultar sus juicios y traerlo de vuelta a fin de que prosiga con su festín, deshuesando lo que resta del país.

La honradez permite una transformación sin violencia, y una genuina democracia. Nuestro voto debe borrar del mapa a los corruptos. ¡Ni un solo voto por ellos, es la consigna! (O)