Autos, catres y sillas de plástico se convirtieron en camas temporales para cientos de familias que perdieron sus hogares en el suroeste de Puerto Rico luego de una serie de sismos que sacudió la isla, uno de los cuales fue el más fuerte en un siglo.

El terremoto de magnitud 6,4 que remeció el territorio estadounidense justo antes del amanecer el martes provocó la muerte de una persona, heridas a otras nueve y dejó sin electricidad a toda la población.

Más de 250 000 puertorriqueños seguían sin agua este miércoles y otro medio millón sin electricidad, lo cual también afectaba las telecomunicaciones.

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Otra réplica de magnitud 4,7 sacudió al territorio este miércoles, cerca de la costa sur de la isla, con la misma poca profundidad que tuvo el sismo del martes. De momento no se han reportado daños graves.

Más de 2.000 personas estaban albergándose en refugios del gobierno en el suroeste de la isla, mientras el presidente estadounidense Donald Trump declaró un estado de emergencia y la gobernadora de Puerto Rico Wanda Vázquez activó a la Guardia Nacional.

“La magnitud de este evento es de tal gravedad, que el gobierno estatal y los gobiernos municipales de Puerto Rico no cuentan con la capacidad para responder de manera efectiva”, comentó Vázquez y elogió la decisión de Trump.

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La localidad costera de Guánica, en el suroeste del territorio, fue la más afectada. Más de 200 personas se habían refugiado en un gimnasio tras un sismo el lunes, pero el siguiente terremoto causó daños en la estructura del edificio y les obligó a dormir a la intemperie.

Entre ellos estaba Lupita Martínez, de 80 años, que se sentó en el polvoriento estacionamiento junto a su esposo de 96 años, quien dormía en una cama improvisada, tapado con un abrigo azul oscuro.

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“No hay luz. No hay agua. No hay nada. Esto es horrible”, dijo Martínez.

La pareja estaba sola, lamentando que la persona que los atendía había desaparecido y no respondía a sus llamadas. Al igual que muchos puertorriqueños afectados por los temblores, tienen hijos en Estados Unidos que les instaron a mudarse allí, al menos hasta que la tierra deje de temblar.

Aunque las autoridades dijeron que era demasiado pronto para valorar los daños totales causados por la serie de sismos que empezaron la noche del 28 de diciembre, señalaron que cientos de viviendas y negocios en el suroeste de la isla quedaron dañados o destruidos. Tan sólo en Guánica, una localidad de unas 15 000 personas, casi 150 viviendas se vieron afectadas por el sismo, así como tres escuelas, incluida una estructura de tres pisos en la que los dos primeros quedaron totalmente destrozados.

Afectados por los sismos se han instalado a las calles en la localidad de Guánica.

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En Guánica “estamos enfrentando una crisis peor que la del huracán María”, aseveró el alcalde Santos Seda, aludiendo a la tormenta que arrasó con la isla en 2017. “Estoy solicitando empatía al Gobierno federal”.

Las autoridades creen que las viviendas de 700 familias locales están a punto de venirse abajo, señaló.

El sismo del martes fue el más fuerte en Puerto Rico desde octubre de 1918, cuando se produjo uno de magnitud 7,3 cerca de la costa noroeste, provocando un tsunami y la muerte de 116 personas.

Se han registrado más de 950 sismos y réplicas en la zona donde ocurrió el evento del martes desde el 31 de diciembre, la mayoría de ellos imperceptibles, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés).

El USGS dijo que, aunque es prácticamente un hecho que se registrarán varias réplicas la próxima semana, la posibilidad de que ocurra un sismo similar al del martes, o incluso de mayor magnitud, es de alrededor del 22%.

En Guánica algunas personas sacaron los colchones de sus casas o levantaron pequeñas carpas.

Las autoridades trataban de determinar dónde alojarlos mientras repartían mantas, alimentos y agua a las familias reunidas en el gimnasio por segunda noche seguida. Muchos llevaban sus pertenencias en bolsas de basura y se sentaban en inestables sillas de plástico. Algunos dormían. Otros abrazaban a sus perros y muchos simplemente miraban al vacío. Un anciano se pasó el día entero en su silla de ruedas, negándose a acostarse en un catre.

Mientras tanto, un puñado de gente dormía en sus automóviles, en sillas o en el suelo cuando se acabaron los catres.

“Ya le tengo miedo a la casa”, comentó Lourdes Guilbe, de 49 años, mientras se secaba las lágrimas y decía sentirse abrumada por atender a casi una docena de familiares reunidos a su alrededor, incluido su abuelo de más de 90 años, que estaba sentado en una silla de ruedas con su pijama verde y calcetas.

Guilbe dijo que había grietas en su casa y que la de su hija se había derrumbado, de modo que no estaba segura de dónde vivirían en los próximos días.

Algunos psicólogos se reunieron con Guilbe y con decenas de personas afectadas por los sismos, yendo de puerta en puerta el lunes en los barrios afectados, y visitando a la gente en refugios el martes. Entre ellos estaba Dayleen Ortiz, que colocó un altavoz en el techo de su auto para reproducir alegre música de salsa, repartió crayolas y papel a los niños e instó a los adultos a superar sus miedos.

“Hay mucha incertidumbre”, comentó. “No sabemos si esto va a continuar”.

Una niña le daba golpecitos en la pierna diciéndole: “Quiero jugar a la beauty (cosmetóloga)”. Ortiz rebuscó entre las cajas de botellas de agua, sillas y mantas de su coche y sacó ocho esmaltes de uñas nuevos, ante lo cual la niña sonrió ampliamente. Es un truco que la psicóloga aprendió para entretener a los niños tras el paso del huracán María, que dejó unos 2.975 muertos y más de 100.000 millones de dólares en daños.

La reconstrucción ha sido lenta, y el terremoto representa un golpe más para una isla con una endeble red eléctrica y donde miles de personas ya vivían bajo lonas azules desde el huracán.

“Yo no puedo aguantar esto”, manifestó Zenaida Rodríguez, de 64 años, que estaba sentada bajo un árbol justo cuando la tierra volvió a temblar. “¿Sintió eso?”, dijo Rodríguez. (I)