La dolarización cumple 20 años en Ecuador, marcada por las ‘fisuras’ que le provocó el Gobierno pasado, que llevó adelante un modelo populista, y en medio de un proceso de “readaptación dolorosa” a la disciplina fiscal, necesaria para mantenerse sana.

Era el 9 de enero de 2000 cuando el presidente Jamil Mahuad se presentaba en cadena nacional: “He llegado a la conclusión de que el sistema de dolarización es un sistema conveniente y necesario para el Ecuador. Es la salida que ahora tenemos, es el camino por donde debemos transitar. La cotización será de 25 000 sucres”.

Así, Mahuad tomó una drástica decisión: abandonar la moneda propia, renunciar a las herramientas de política monetaria y adoptar una moneda dura. Pero tan solo doce días después era derrocado, debido al malestar por la crisis bancaria, medidas de ajuste y temor ante una moneda extranjera.

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Pese a ello, la dolarización se quedó y ahora, según Jaime Carrera, secretario del Observatorio de la Política Fiscal (OPF), es para Ecuador “un patrimonio nacional”, que ha logrado poner a flote la economía, bajar la inflación, estabilizar los salarios y facilitar el crédito.

Carrera distingue tres etapas del sistema en estos 20 años. La primera, del 2000 al 2006, en la cual se manejó con una disciplina fiscal compatible, y así se logró reducir la deuda y generar superávit fiscal.

La segunda va del 2007 al 2018, cuando los últimos gobiernos actúan de manera “poco responsable”, atentando contra los fundamentos de la dolarización. Así se consumieron los fondos de ahorro, creció la deuda pública, el déficit fiscal, se hipotecó el crudo...

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Desde hace año y medio, estima el analista, se vive una tercera etapa de readaptación a parámetros de disciplina fiscal: entre ellos reducir el déficit, atraer inversiones, fomentar exportaciones. Pero “se trata de un camino doloroso y largo”.

Este proceso de readaptación requiere de la colaboración de todos los sectores, señala Carrera. En este punto, la política y las demandas sociales ideologizadas pueden ser fuertes escollos, agrega.

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Es que la dolarización no es compatible con el populismo. Marcos López, actual delegado del Ejecutivo a la Junta de Regulación de la Política Monetaria y Financiera y exdirector del Banco Central del Ecuador, opina que la dolarización fue consecuencia de que Ecuador nunca fuera fiscalmente disciplinado ni ordenado.

“Cuando el país tenía moneda propia, los gobiernos solamente recurrían a la emisión inorgánica para solucionar los problemas”, dice. Esto llevó a una situación insostenible, que mostró su peor rostro en 1999 cuando hubo la crisis bancaria, la hiperinflación...

Para sostener esta nueva moneda se requería de disciplina fiscal, que no tiene que ver con ser de derecha o de izquierda, sino con la responsabilidad social. Por ello, en las leyes y la Constitución se estableció que el crecimiento presupuestario no podía ir más allá de la inflación más un deflactor del Producto Interno Bruto (PIB), y que el Central tuviera los sistemas siempre cuadrados.

Lamentablemente, en el correato se eliminan estas reglas y más bien se genera una emisión inorgánica a través de los préstamos de liquidez dados al Gobierno y que generaron un descalce de $ 7000 millones entre activos y pasivos del Central.

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La mayor virtud de la dolarización es que nos ha ayudado a separar lo político de lo económico, dice Julio José Prado, presidente de la Asociación de Bancos Privados (Asobanca).

Explica que de no haber tenido esta suerte de camisa de fuerza, con el modelo de la década pasada, el destino del país hubiera bien podido ser el de Venezuela o Argentina.

Y opina que el mayor riesgo que ha corrido la dolarización ocurrió entre el 2015 y 2016 cuando los malos manejos económicos presionaron a la economía y generaron una fisura en el Central y las reservas.

Todo empezó a finales del 2014 con los cambios en el Código Monetario y Financiero, que permitió el desbalance del BCE en al menos $ 7000 millones. Esta fisura se la debe resolver, dice Prado.

Ventajosamente, dice, desde hace un año y medio la cobertura del encaje bancario es la suficiente. La meta de equilibrar los balances del Central podría ir hasta el 2026.

En todo caso, no ve en el horizonte una inminente salida de la dolarización. Más bien cree que uno de los grandes consensos, quizás el único que tenemos en Ecuador, es el que 90 % de la población quiere mantener ese sistema.

Más allá de que puede haber políticos que piensan que salir de esta puede permitirles imprimir billetes, esto no tiene acogida en el sector productivo ni en la población en general.

Desde la perspectiva de la banca, la economía dolarizada podría ser más potente si se lograra atracción de capitales financieros y la llegada de la banca internacional.

Al comparar los casos de Panamá y Ecuador, explica que ambas economías tienen una inflación tremendamente controlada y estabilidad.

La gran diferencia, dice, es que en Panamá los depósitos equivalen al 115 % del PIB, mientras que en Ecuador solo llegan al 27 %.

En Panamá se genera confianza a través de una economía abierta, pero cumpliendo las normativas de Basilea.

En Ecuador, una normativa para modernizar el tema monetario y financiero fue rechazada por la Asamblea, pero el Gobierno volvería a intentarlo posiblemente en el primer trimestre de este año. (I)