Hace 33 días se desató en Chile un estallido social, el peor en su historia reciente, que derivó en protestas multitudinarias. La mayoría de los manifestantes son pacíficos, pero también hay enmascarados que protestan con violencia y han aumentado hasta transformarse en un virtual ejército de vándalos.

Los saqueos y daños incluso afectaron a un par de iglesias católicas en la capital chilena y a la catedral metropolitana.

Los desmanes no han frenado las protestas que se suceden casi a diario ni los anuncios del presidente Sebastián Piñera, que ha ofrecido leves mejoras sociales y un histórico acuerdo de todos los partidos políticos –excepto los comunistas– para convocar en abril próximo a un plebiscito que preguntará a los chilenos si quieren una nueva Constitución.

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Hasta el momento no hay un líder evidente detrás del movimiento. En los inicios del estallido social centenares de enmascarados dañaron la mayoría de las estaciones del subterráneo y saquearon centenares de supermercados y farmacias. Luego prevalecieron las multitudinarias protestas.

Después de los grandes supermercados el foco se centró en pequeños comercios, tiendas de artículos eléctricos o de departamentos. Según el Gobierno, 6800 pymes se vieron afectadas por las protestas.

El vandalismo de enmascarados violentos que han aumentado numéricamente se extiende por todo el país, como en Valparaíso, que tiene a la mayor parte de su comercio destrozado.

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Otras urbes sufrieron el incendio de edificios institucionales. Los comerciantes cierran sus puertas entre tres, cuatro y cinco horas antes del que era su horario de atención normal.

El ministro de Hacienda, Ignacio Briones, anticipó que unas 300 000 personas quedarán sin trabajo porque laboraban en las tiendas dañadas.

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Los manifestantes pidieron un alza en las jubilaciones del 60 % de los más pobres. También se solicita el fin de la existencia de una salud y educación para pobres y otra para ricos. Además exigen viviendas sociales y un ingreso mínimo superior al ofrecido. (I)