Una tarde de otoño de 2010 un sociólogo estadounidense de apellido Altheide le dijo al diario La Vanguardia: “periodistas y empresarios comprobaron día tras día que el miedo daba audiencia y el terror la disparaba, y los políticos también descubrieron que atemorizar al público mejoraba sus encuestas y luego sus votos. Así que pasaron de exagerar el miedo a crearlo”.

Años antes, Enrique Gil Calvo había publicado un ensayo titulado “El miedo es el mensaje”. Cuando el miedo es el mensaje se incrementan la incertidumbre social y el mismo miedo. En definitiva, sostiene, el miedo/mensaje se contagia.

Pero, ¿qué es el miedo? Pensemos –por un instante– que es una herramienta emocional para condicionar respuestas fisiológicas y de comportamiento.

Publicidad

Circa 2002 Joseph E. LeDoux publicó un artículo llamado “Emotion, Memory and the Brain” sobre sus experimentos con ratas de laboratorio. Los roedores veían una luz o escuchaban un ruido fuerte y recibían un leve shock eléctrico en sus patas –comentó el científico–. Respondían a esos estímulos negativos paralizándose, elevando su presión arterial y con sobresaltos. Luego de varios experimentos similares, los sujetos respondían automáticamente al ruido o a la luz –sin necesidad del shock eléctrico–. “Este condicionamiento sucede rápidamente en ratas –de hecho, les sucede tan rápido como les sucede a los humanos–”, concluyó.

En “El cerebro político: El papel de la emoción al decidir el destino de una nación”, Drew Westen confirma que las emociones controlan las decisiones. Y resalta que es más evidente en la política.

El miedo es una herramienta del poder para lograr obediencia civil, escribí en esta columna hace un año. También es la herramienta de la oposición para lograr desobediencia.

Publicidad

¿Ellos o nosotros? En la política, negocios, religión, o fútbol, caímos en la demonización del opuesto. Etiquetamos a los demás como enemigos. Esto exacerba el miedo. Pero el miedo, al extremo, paraliza. La narrativa de terror (terrorismo, desdolarización, enemigos ocultos, infiltrados, paro nacional) tiene un límite.

Luego de un tiempo, la esperanza resuena más (recomiendo leer The Affect Effect. Dynamics of Emotion in Political Thinking and Behavior).

Publicidad

Coincido con Adam Kahane y su texto Power and Love: A Theory and Practice of Social Change: Los sistemas sociales tienen dos motivadores básicos: poder –el deseo de autorrealización– o amor –el deseo de reunificación–. ¿El problema? En palabras de Martin Luther King Jr: “El poder sin amor es temerario y abusivo, y el amor sin poder es sentimental y anémico”. (O)