Objetos y carpas en el suelo, algunas calcinadas, es lo que queda de la protesta de miles de manifestantes frente al cuartel general de las fuerzas armadas de Jartum. Allí se respiraba la esperanza de una transición a la democracia hasta la sangrienta represión del pasado lunes.

En la víspera de la fiesta del Aíd al Fitr, que marca el final del mes de ayuno musulmán del Ramadán, militares irrumpieron en el campamento de protesta levantado el 6 de abril.

Los manifestantes lograron poner fin a una dictadura, precipitando la caída del presidente Omar al Bashir, derrocado por el ejército el 11 de abril tras 30 años en el poder.

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Después continuaron con las protestas para reclamar a los militares el traspaso del poder a los civiles.

Las fuerzas de seguridad habían actuado con moderación hasta esta semana en la que parecieron hacer suyas las palabras del dictador quien, en el comienzo de la revuelta, en diciembre del 2018, pidió “que las ratas vuelvan a sus agujeros”.

En videos difundidos en las redes sociales se ve a manifestantes intentando huir. Algunos llevan a heridos en brazos o en camillas.

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El Comité de Médicos sudanés, próximo al movimiento de protesta, dio la cifra de 113 muertos y más de 500 heridos. El Gobierno aseguró que hubo 61 víctimas mortales.

Los generales sudaneses se hallan bajo presión de la comunidad internacional para que cedan el poder. Mientras, los líderes del movimiento de protesta, nacido tras la decisión del Gobierno de triplicar el precio del pan, llaman a continuar con “la revolución”, a la “desobediencia civil” y a “concentraciones pacíficas”.

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Observadores no descartan que la situación degenere en una guerra civil en un país con una economía crítica. (I)