Nunca imaginó que un tuit posteado a las 11:09 del 10 de marzo de este año por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), a propósito del Día de la Mujer, iba a ubicarla ante los ojos del mundo como un personaje ejemplar, alguien que sin pedir nada a cambio da alimentos y refugio a los venezolanos que, en una parada de su travesía hacia Perú o Chile, golpean la puerta de su casa.

Carmen Carcelén, de 48 años, vive en El Juncal, un pueblo caluroso, de no más de 3 mil habitantes, en su mayoría de raza negra. Está ubicado en el extremo norte de Imbabura y ha sido conocido más por los futbolistas que han salido de sus calles a distintas canchas del mundo que por las hazañas de sus vecinos.

"Mis hijos ven lo que yo hago y sé que alguno de ellos va a ser generoso. Y eso es lo único que importa en la vida".

A pesar de los gratos comentarios que llegaban a sus oídos, no les prestó mayor importancia. Hasta que, en cuestión de días, la prensa empezó a visitarla. A dos semanas de aquel tuit, su historia se ha publicado en medios locales, nacionales, portales de internet... Una nota de la agencia EFE publicada en El Comercio de Perú despertó, incluso, el interés en el exterior.

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El domingo 17 de marzo, Carmen recibe a un equipo de EL UNIVERSO. Por la mañana había conversado con tres medios. Estaba cansada y advirtió que antes de la entrevista debía resolver un asunto urgente: definir con tres amigas mayores y dos jóvenes cómo sería el programa de la Semana Santa.

Al final de la tarde, Carmen nos atiende en la sala de su casa, donde sobresale un televisor de unas 60 pulgadas, con los aparatos de audiovideo y servicio de cable. Se autodefine como “una mujer negra, cuyo único mérito es cumplir una misión encomenda por Dios”. Su misión, dice, le llegó como una revelación en septiembre del 2017, cuando al regresar a su casa desde Tulcán vio en el camino a un grupo de venezolanos al filo de la carretera que pedían un aventón. “Uno puso las manos y otro se tiró al piso. No podían más del cansancio. Entonces, les pedí que se subieran al carro”.

Desde aquel día ha pasado un año y medio en que ha dado posada a miles de venezolanos migrantes, quienes la han bautizado como “madre”, "mami", Candela”, Carmela”, “Carmita”...

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Carmen Carcelén enseña un cuaderno donde anota los nombres de los migrantes venezolanos que llegan a su casa en El Juncal. (Foto: Alfredo Cárdenas)

Hasta octubre de 2018, en cuadernos y hojas sueltas, llevó un registro con los nombres, números de cédula, lugar de origen y ocupación de sus huéspedes. En total, asegura, “serán unos 8.500 los que han pasado por aquí”.

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     - ¿Por qué dejó de hacer el inventario?

     - Porque nos cansamos de esperar ayuda de las autoridades. Los únicos que vinieron, a los cinco o seis meses de que hacíamos esto, fueron Acnur y HIAS (Organización hebrea de ayuda a inmigrantes y refugiados). Para mí fue un orgullo, un honor. Primero, porque yo solo había escuchado de las Naciones Unidas en la televisión. Ellos me ofrecieron ser un puente con los venezolanos para que puedan atravesar el Ecuador en una buseta.

Germán Soto, ciudadano venezolano de 21 años, descansa en el hospedaje gratuito de Carmen. (Foto: Alfredo Cárdenas)

Mientras Carmen da la entrevista, unos diez venezolanos se acomodaban en el patio. Seis descansaban en las habitaciones y un grupo de unos ocho deambula por la calle principal de El Juncal, donde está la casa.

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La relación con las organizaciones humanitarias es coordinada. Cuenta que cuando hay niños y mujeres embarazadas, por ejemplo, Acnur y HIAS se encargan de darles un monto para gastos de alimentación y transporte hasta la frontera con el Perú, que es el destino de la mayoría.

     - ¿Cómo financia los gastos de alimentación, insumos de limpieza, luz, agua, etc. de tanta gente que ha pasado por su casa?

     - Por una larga temporada lo financiamos con nuestro trabajo. He hablado con algunas personas que me colaboran; me dicen 'no les des solo arrocito con papa, ponles un huevito'. Y me traen los huevos... Gracias al video de Acnur ha habido donaciones de comida, de ropa… Lo que tenemos ahorita nos sirve para una semana. Puedo decirle que esto se ha mantenido con la fe.

Nilce Suárez, de 18 años, su esposo Junior Tiapa, de 22 y su sobrina Jesylet Matute, de 3, ciudadanos venezolanos, descansan en la casa de Carmen en El Juncal. (Foto: Alfredo Cárdenas)

     - ¿Pero no les cobra ni un centavo?

     - No, es un servicio gratuito para Dios. Si Dios me permitió tener esta familia inmensa, en la cocina, las ollas, los platos cabe lo suficiente para todo el que necesite comer.

Carmen lleva tres décadas vendiendo al por mayor tomates y más verduras en los mercados de Tulcán e Ipiales (Colombia). No es una mujer de dinero, pero tampoco es pobre. Su marido es Carlos García y le ha dicho, en tono irónico, que a este paso van a quedar en la ruina. “Siempre me dice: ‘si esa es tu voluntad, negra, yo te apoyo’”.

Esta mujer es la primera voz del coro de la iglesia. Con frecuencia se reúne en su casa con más feligreses para repasar los cantos y la liturgia de cada semana. Al mismo tiempo que recibe a sus huéspedes venezolanos, atiende a sus hijos y prepara la venta de tomates, planea las actividades de la Semana Santa.

Tiene una voz potente. En la misa de las seis de la tarde del domingo, se la escucha hasta la media calle. Trabaja de la mano del cura del pueblo y, tanto para sus actividades diarias como para explicar lo extraordinario, tiene a Dios como principio y fin de sus respuestas.

No terminó el bachillerato. En su adolescencia estudió corte y confección en Ibarra, pero a los 18 años regresó a El Juncal para casarse. Tiene ocho hijos; el mayor cumplió 29 años y el menor, nueve.

     ¿Cree que haya más atención de las autoridades ahora que se ha hecho muy conocida?

“Duele que la prensa venga ahora, porque he rogado siempre; a la junta parroquial, al alcalde… Pero ahora la ayuda está fluyendo, de alguna manera. Yo confío en Dios”.

El asesinato en la vía pública de una mujer en Ibarra a manos de su pareja, un venezolano que ahora está preso en la cárcel de Latacunga, conmovió al país a inicios de este año y provocó fuertes reacciones de xenofobia. Muchos migrantes que llegaron a esta ciudad norteña fueron obligados con violencia a buscar otro lugar donde instalarse.

Pero eso a Carmela no le movió sus prioridades. Por el contrario, le dio más peso a su calidad de “revolucionaria”, como se autocalifica. Incluso, sostiene que el asesino ni siquiera era venezolano y que “la chica sabía en lo que se estaba metiendo”. Es una discusión en la que, digan lo que le digan, no da un paso atrás.

“Al gobierno no le interesó llegar al fondo; a mí que me comprueben lo que dicen que pasó. Pero en último de los casos, yo no les doy posada porque son buenos o católicos como yo, yo les recibo porque son seres humanos muy necesitados”. Asegura que sus huéspedes jamás le han faltado el respeto. "Ni una mala mirada”.

Carmen Carcelén, de 48 años, provee de jabón a un grupo de migrantes venezolanos, en su casa en Imbabura. Ella les proporciona hospedaje, alimentación y otras ayudas para que puedan continuar su viaje hasta Perú. (Foto: Alfredo Cárdenas)

Carmen los saluda con firmeza y les da consejos, les pide que crean en Dios y que no hagan “cosas malas” en el camino. Ellos la escuchan en silencio y asienten.

“Pensaban que porque yo era negra y pobre no podía ayudarlos; cuando les dijeron que había una mujer que les abría la puerta de su casa creían que se iban a topar con una blanca, con mucho dinero. Se sorprenden, porque siempre ha habido mucho racismo”, dice.

Las normas de la casa establecen que los visitantes -entre los cuales se han colado unos cuantos argentinos, chinos y estadounidenses- solo pueden permanecer ahí uno o dos días como máximo. Solo en casos de emergencia les acepta quedarse más tiempo.

Carolina Sandoval, por ejemplo, es una caraqueña que le ayuda ya varios meses con mandados y en la logística del albergue improvisado. Se ha convertido en su mano derecha. Ella relata que en El Juncal hay bastantes venezolanos que arriendan piezas, pero que “nadie lo hace gratis como Carmela”.

     - Carmen, ¿no le tienta la política o le han llamado los políticos, a propósito de estos tiempos de elecciones?

     - No, porque yo me caracterizo por hablar la verdad. No voy a olvidar que los políticos se quedaron detrás de sus escritorios y nunca estuvieron. Recuerdo que la (ex)gobernadora (de Imbabura) Marisol Peñafiel llegó un día a mi casa y me pidió que deje de recibir a los venezolanos.

     - ¿Qué le respondió?

     - Vino y me dijo 'te ordeno que cierres esto, porque es insalubre y no es un albergue'.

     - ¿Y usted qué le contestó?

     - ¡Uy ni me pregunte! Yo soy la reina de mi casa. Y le dije que esta casa no le pertenece ni a Maduro ni al presidente Moreno. ¿Desde cuándo yo le tengo que pedir permiso a la autoridad para hacerle bien a la humanidad? ¡Ese es mi problema! Mi marido le soltó otras groserías y les dijo se me larguen de aquí. Y se fueron.

Para esta nota, este Diario llamó a Marisol Peñafiel y le pidió su versión del incidente. La llamada se cortó y no volvió a contestar. Se le dejó un mensaje escrito sobre el tema, pero tampoco respondió.

Carmen Carcelén es critica del gobierno y extraña a Rafael Correa. Cuestiona mucho la manera en que se manejó la muerte de un joven tras el disparo de un uniformado en el control policial de Mascarilla, a pocos minutos de El Juncal. “El chico que murió era pariente directo de mi esposo. La Policía y la prensa dijeron que era un delincuente más. Por eso ahora que el gobierno (de Moreno) dice que quiere mujeres luchadoras como yo, creo que conmigo se equivoca”.

La casa de Carmen Carcelén -ubicada en la calle principal de El Juncal, a trescientos metros de la Panamericana- tiene tres pisos y está rodeada por un patio trasero que se conecta a un lado con el garage, formando una L, donde pueden entrar cuatro o cinco vehículos.

La construcción es amplia y sólida, de cemento y cerámica. En total, tiene una sala, un comedor, una cocina, once dormitorios y cuatro baños completos.

Los dos cuartos y el baño que están en la terraza son de uso exclusivo de los venezolanos. Uno tiene tres literas y el otro, dos colchones sobre el piso. También se suele adecuar la parte del patio que tiene un techo de zinc levantado sobre una estructura metálica. Cuando hay muchos visitantes, allí descansan sobre colchonetas los hombres, que cubren los lados con unos plásticos para protegerse del frío de la madrugada.

Carmen tiene ocho hijos, pero no todos viven con ella, por lo que en las ocasiones de alta demanda sus habitaciones son utilizadas por niños y madres.

De los cuatro baños, dos son para los extranjeros. La lavandería cubierta está permanentemente ocupada con montones de mochilas, ropa, zapatos y cobijas.

Sin embargo, reconoce que falta mucho aún. “Necesitamos una carpa para ponerla en el patio o en la terraza, colchonetas, colchones, cobijas, sábanas, ropa, zapatos… Hoy (17 de marzo) amanecieron aquí 16 personas. A las 08:00 llegaron 14 y al mediodía, otros 18. Tuvimos que cocinar tres veces. Hay veces en que se llenan los dormitorios con niños y mujeres, y los hombres deben quedarse abajo (en el patio). Cuando llegan más de 60 también duermen en la sala, en el camión y donde se pueda”.

 

Mariana Rojas, ciudadana venezolana de 24 años, en la casa de Carmen Carcelén, donde varios migrantes reciben hospedaje, alimentación y otras ayudas para poder continuar el viaje hasta Perú. (Foto: Alfredo Cárdenas)

 

     - ¿Hasta cuando va a hacer esto?

     - Hasta el último suspiro de mi vida

     - ¿Por qué?. ¿qué le mueve a hacerlo?

     - Pienso en mis hijos, en un legado. Con todo lo que estoy haciendo, no les voy a dejar una casa, un terreno, un camión… No, no, no. Yo siempre les digo que se superen como personas, que estudien para que sean grandes en la vida.

     - Usted conoce Venezuela por las noticias y los comentarios de quienes pasan por aquí, ¿le gustaría conocer ese país?

     - ¡Pero por favor! Yo quiero conocer ese país y venir caminando, porque eso es lo que me hace falta para poder estar completamente en los zapatos de los venezolanos.

     - ¿Confía en que algún día pueda  ir con alguno de los que han pasado por su casa?

     - Ellos siempre me dicen 'madre, cuando volvamos por aquí te vamos a llevar a las mejores playas de Venezuela'.

     - ¿Y usted les cree?

     - Claro, yo les digo que están en deuda conmigo, que adonde vayan hagan harta plata para que cumplan su promesa y me lleven en avión. (I)