Eran las cuatro de la tarde del jueves 7 de marzo, un día soleado pero con brisa en la cuarta ciudad más grande de Venezuela, donde habitan unos dos millones de personas. A esa hora empezó todo.

Hasta antes del apagón, el día pintaba bien en la zona este de Barquisimeto, donde contrastan la apariencia de lo que un día fue la mayor economía del subcontinente y la sensación de pobreza que aumenta con cada nueva restricción, como la de electricidad, que al cabo ya de cinco días no se ha podido restablecer con normalidad, o como la del agua, que llevó a la gente a reciclar el líquido o sacarlo de pozos y fuentes, como pasó en el hospital central, donde los familiares de los enfermos llevaban agua en baldes a las distintas áreas.

Hay grandes edificios, algunos vacíos, y casas de barrios humildes. “Pero aquí en todos ellos se pasan necesidades”, decía Iris, una estudiante universitaria de 18 años que trabaja vendiendo artesanías en la parroquia Santa Rosa, hogar del santuario de la Divina Pastora.

Publicidad

Aquel jueves, un grupo de ecuatorianos le hizo el gasto. Una compra mínima de $ 10 ya era más que todo el salario mínimo mensual que se paga en Venezuela: 18.000 bolívares soberanos, $ 5,14 aquel día, por el tipo de cambio.

Dentro de la iglesia que está a unos metros se escuchaban oraciones; afuera, música. En una bonita plazoleta sonaban los instrumentos que tocaban los niños del sector, que son parte del Sistema Nacional de Orquestas y Coros, un programa que existe desde mucho antes que el chavismo llegara al poder, pero que aún persiste entre los programas sociales del gobierno de Nicolás Maduro.

“Aquí en Venezuela el niño que por las tardes no está en clases de música está en las escuelas de pelota (béisbol), pero aquí no se permiten jóvenes desocupados”, decía el joven profesor Daniel Zabeta, mientras sus alumnas tocaban la viola, el violín y la flauta.

Publicidad

BARQUISIMETO, Venezuela. Niños participan en un programa social que enseña a tocar instrumentos en los barrios (Marco Carrasco, EL UNIVERSO)

En la zona del centro sí hay niños fuera de los programas sociales, están limpiando parabrisas en los semáforos en rojo a cambio de algunas monedas locales. Uno se emociona y se santigua sin soltar el billete de un dólar que una mujer extranjera le regala.

Impulsados por el poder adquisitivo de los dólares en una economía en aprietos, el grupo de ecuatorianos llegaba al centro comercial Sambil, que desde el aire se ve que tiene forma de guitarra. “Es que Lara (el estado que tiene a Barquisimeto por capital) se precia de ser tierra de músicos”, decía Ernesto, un guía turístico que elogiaba al chavismo hasta justo antes de que todo se apagara.

Publicidad

Un apagón a las cuatro de la tarde en un centro comercial con techos de cristales que permiten el paso natural de la luz no debería causar susto, pero el escenario lo provocaba para casi todos allí. Los que atendían en las tiendas se encerraron con cadenas y llaves, dejando incluso a clientes con ellos adentro y que luego saldrían poco a poco. La gente presurosa buscaba las salidas del lugar.

¿Por qué tanto alboroto? “Con los apagones suelen venir los saqueos”, decía un hombre sin detener su paso hacia afuera. Que se resolvería en tres horas, decían las autoridades del gobierno discutido de Maduro. Ya van cinco días.

Lo que pasaba en Barquisimeto se replicaba en los 24 estados de Venezuela. “La guerra energética” que Maduro imagina que le hacen desde el exterior ha causado muertes en hospitales que ya agotaron sus generadores. Tiene molestos a los dueños de negocios, que se ven obligados a cerrar; las familias, que ven cómo se echa a perder la poca y cara comida que se puede conseguir en un país donde un hotel de 4 estrellas te sirve un sánduche como almuerzo y te da otro en la merienda porque es lo que ese día se pudo conseguir, o donde comer una chuleta con papas fritas llega a costar $ 9. ¡Haría falta dos meses de sueldo mínimo!

La molestia también la sienten los visitantes, como los jugadores de Emelec que debían enfrentar la noche del jueves al Deportivo Lara por la Copa Libertadores, y los periodistas que acompañaban al equipo.

Publicidad

Un viaje que debía ser de un día para otro terminó siendo de cuatro días. Y sin luz, sin agua, sin telefonía celular, sin internet y por último, sin camas.

Es que cuando el Gobierno anunció el viernes que la luz volvería el martes, los venezolanos que sí tienen recursos coparon el hotel que horas antes había dejado el grupo ecuatoriano, que no pudo salir de un aeropuerto sin luces en la pista y que tuvo que volver al sitio de alojamiento, aunque esta vez la única opción era dormir en el piso y los más afortunados, en los sillones del lobby.

Sueldo mínimo

En enero, cuando Nicolás Maduro decretó que el sueldo mínimo fuese 18.000 bolívares, un alza del 300% en relación con el sexto aumento salarial que ordenó en 2018, ese dinero significaba $ 20 americanos. Pero al cabo de tres meses, debido a la superinflación, son $ 5,14. Lo perciben casi 4 millones de trabajadores en Venezuela. (I)