Por Frank Bruni

Maravillado ante el misterioso santuario que explora su nuevo libro, el periodista francés Frédéric Martel escribe que “ni el distrito Castro de San Francisco tiene tantos homosexuales”.

Se refiere al Vaticano; y con esto deja caer una bomba.

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Aunque los editores del libro lo han mantenido oculto, obtuve un ejemplar antes de su lanzamiento el próximo jueves 21 de febrero. Se publicará en ocho idiomas y en 20 países con el título “Sodoma” en Europa occidental, y como “In the closet of the Vatican” en Estados Unidos, Reino Unido y Canadá.

En él se afirma que aproximadamente el 80 por ciento de los miembros del clero católico romano que trabaja en el Vaticano, cerca del papa son homosexuales. El libro sostiene que a mayor homofobia demuestre un funcionario del Vaticano, hay mayores probabilidades de que pertenezca a ese grupo y que, mientras más escales en la cadena de mando, más homosexuales encontrarás. Y no todos son célibes. Ni por asomo.

Se supone que debería celebrarlo, ¿cierto? Yo soy un hombre abiertamente homosexual. Y en ocasiones soy crítico de la Iglesia. Albricias por la exposición de la hipocresía en puestos importantes y la afirmación de que algunos de nuestros verdugos tuvieron razones retorcidas. Gracias a Dios por el desafío a su autoridad moral. Que venga la luz. Que salga a relucir la verdad.

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No obstante, me siento intranquilo e incluso un tanto asustado. Cualquiera que haya sido la intención de Martel, “In the Closet of the Vatican” podría no ser un juicio constructivo, sino una acumulación de municiones para los católicos de la derecha militante quienes están ansiosos de iniciar una cacería de brujas de sacerdotes homosexuales, muchos de los cuales son servidores ejemplares (y castos) de la iglesia. Esos mismos católicos se oponen a hacer las reformas necesarias y citan las revelaciones del libro como prueba de que la iglesia ya es demasiado permisiva y ha perdido tanto el camino como la dignidad.

Aunque Martel mismo es abiertamente homosexual, sensacionaliza la homosexualidad al dedicar su investigación a los funcionarios católicos que han sostenido relaciones sexuales con hombres, no a quienes las han tenido con mujeres. La promesa del celibato que hacen los sacerdotes incluye parejas de cualquier sexo y la norma de las enseñanzas católicas que esta práctica quebranta no es solo la del sexo homosexual, sino la del sexo fuera del matrimonio. En ese contexto, el enfoque de Martel en la homosexualidad se concentra en la idea de que es especialmente inquietante y que despierta morbo.

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Su tono no ayuda. Escribe: “El mundo que estoy descubriendo, con sus 50 sombras de homosexualidad, va más allá del entendimiento”. Para algunos lectores podría parecer “un cuento de hadas”. Desafía el conocimiento popular de que el papa Francisco, quien tiene detractores a su entorno, está “en la boca del lobo”, aclarando que “No es del todo cierto: está en la jaula de las locas”. Tal vez se escuche mejor en la versión francesa, pero este lenguaje es profundamente bobo y sumamente ofensivo.

La fuente de la mayoría de la información de “In the Closet of the Vatican” es vaga y otros expertos en el Vaticano me dijeron que la cifra del 80 por ciento no es fidedigna ni creíble.

“No se trata de una acusación basada en la ciencia, sino en la ideología”, comentó el reverendo Thomas Reese, columnista de The National Catholic Reporter, quien visita el Vaticano con frecuencia y ha escrito muchos libros acerca de la jerarquía católica romana. “Uno de los problemas es que los obispos católicos nunca han permitido que haya ninguna clase se investigación sobre el tema. No quieren saber cuántos sacerdotes homosexuales hay”. Estudios independientes consideran que el porcentaje de hombres homosexuales entre sacerdotes católicos en Estados Unidos está entre en el 15 y el 60 por ciento.

En una entrevista telefónica, Martel señaló que el 80 por ciento no es un cálculo suyo, sino de un exsacerdote del Vaticano cuyo nombre cita en el libro. Sin embargo, presenta esa cita sin el escepticismo suficiente y escribe, con sus propias palabras, “Es una gran mayoría”.

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El autor asegura que “In the Closet of the Vatican” recoge la información de aproximadamente 1.500 entrevistas realizadas a lo largo de cuatro años y las colaboraciones de los registros de investigadores y otros asistentes. Yo cubrí los acontecimientos del Vaticano para The Times durante casi dos años, y el libro tiene tal cantidad de detalles que resulta persuasivo. Sin duda se hablará mucho al respecto y se discutirá acaloradamente.

El libro retrata distintas subculturas sexuales, incluyendo encuentros clandestinos entre funcionarios del Vaticano y jóvenes musulmanes heterosexuales que trabajan prostituyéndose. Cita nombres y, aunque muchos pertenecen a funcionarios del Vaticano y otros sacerdotes que ya fallecieron o cuya identidad sexual ya ha estado bajo el escrutinio público, Martel también dedica su energía a la sugerencia de que el predecesor de Francisco, el papa Benedicto XVI, es homosexual.

Quizá la descripción más gráfica de la doble vida que muestra la mirada de Martel es la del cardenal Alfonso López Trujillo, de Colombia, quien falleció hace poco más de una década. De acuerdo con el libro, acechó las filas de los seminaristas y sacerdotes jóvenes en busca de hombres a quienes seducir y contrataba, de forma rutinaria, hombres dedicados a la prostitución, a quienes con frecuencia golpeaba después de sostener relaciones sexuales. Al mismo tiempo promovía las enseñanzas de la Iglesia que afirman que todos los hombres homosexuales están “trastornados” y aceptaba la expulsión de los sacerdotes que se creía que tenían “marcadas tendencias homosexuales”, ya fuera que las ejercieran o no.

Parte de mi preocupación acerca del libro consiste en el momento de su lanzamiento, que coincide precisamente con una reunión sin precedentes en el Vaticano en torno al abuso sexual dentro de la iglesia. Por primera ocasión, el papa ha convocado a los presidentes de todas las conferencias episcopales católicas del mundo para hablar únicamente de este tema. No obstante, hace poco, el reverendo James Martin, un jesuita autor de libros que han sido éxito en ventas, escribió en un mensaje en Twitter que es evidente que el libro “desviará la atención del abuso infantil hacia la homosexualidad de los sacerdotes en general, mezclando equivocadamente la homosexualidad y la pedofilia en la mente de las personas”. Tiene razón.

El libro no equipara a la homosexualidad con la pedofilia, y de hecho afirma, de manera distinta y relevante, que la cultura de la secrecía de la Iglesia (una cultura creada en parte por la necesidad de los sacerdotes homosexuales de ocultar su identidad) trabaja en contra de la exposición de los acosadores sexuales que son culpables de cometer un delito.

Como me lo dijo David Clohessy, quien desde hace tiempo es defensor de los sobrevivientes de abusos sexuales llevados a cabo por sacerdotes: “Muchos de ellos tienen un gran elemento disuasorio para reportar los delitos sexuales de sus colegas. Saben que son vulnerables a que se les excluya. Es el celibato y la jerarquía secreta, rígida y antiquísima de puros hombres lo que contribuye al encubrimiento”. El abuso no tiene orientación sexual, un hecho que ha sido evidente en muchos casos de sacerdotes que han tenido relaciones sexuales con niñas y mujeres adultas, incluyendo monjas, cuya victimización ha sido reconocida públicamente por el papa Francisco por primera vez este mes.

No obstante, se trata de una sutileza fundamental que se pierde muy fácilmente en la densidad de los signos de exclamación del libro de Martel. Y habrá mucha más gente que lea los encabezados atrevidos acerca del libro que el libro en sí. Es probable que se queden con la siguiente idea: los sacerdotes católicos están trastornados; y los homosexuales son agentes del engaño que se unen en sociedades excéntricas con rituales extraños.

Le pregunté a Martel cuál era su objetivo. Respondió: “Soy periodista. Mi objetivo es escribir historias. No soy católico. No tengo sed de venganza. No me preocupa que la iglesia sea mejor o peor”.

Le pregunté si le preocupaba que los homófobos usaran el libro como un arma. Si hacen la lectura correcta, respondió, se darán cuenta de que erradicar a los homosexuales significaría deshacerse de algunos de los héroes de la iglesia, quienes vituperan en contra de la homosexualidad como una forma de negar o camuflar su verdadera identidad. Los cardenales que aceptan a los homosexuales, dijo, son aquellos que probablemente son heterosexuales.

Haciendo a un lado todo lo demás, el libro es evidencia de la enorme tensión entre una iglesia que con frecuencia denigra y margina a los homosexuales y un sacerdocio lleno de ellos. “Este hecho se mantiene presente como una gran paradoja insostenible”, escribió Andrew Sullivan, quien es católico y homosexual, en un extraordinario relato para New York Magazine el mes pasado. En él explica por qué hubo tantos homosexuales en el sacerdocio, en especial hace unas décadas: no se sentían a salvo en una sociedad que los relegaba. El sentirse marginados los hizo inclinarse hacia la espiritualidad y hacia el deseo de ayudar a otros necesitados.

No estaban ideando una estratagema elaborada ni buscando el equivalente clerical de un sauna. Buscaban, sobrevivir psicológica y emocionalmente. Muchos de ellos siguen intentándolo y me temo que “In the Closet of the Vatican” no será de mucha ayuda. (I)