Keith Bradsher

En la impresionante metrópoli de Chongqing en China occidental, tres enormes plantas ensambladoras de Ford Motor han bajado su ritmo de producción a una fracción de lo que era antes.

En la provincia oriental de Jiangsu, cientos de fábricas químicas han cerrado.

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En la provincia de Guangdong, en el sureste, las fábricas tienen muchísimos trabajadores inactivos.

La gran economía china, importante para impulsar el crecimiento global, desacelera el paso justo cuando el mundo necesita su chispa. Datos revelados desde hace algunos meses por Pekín muestran que la inversión es más moderada, las fábricas no generan rendimientos y los consumidores no están tan dispuestos a vaciar sus bolsillos.

Todo esto ocurre en un momento difícil. En general, el mundo vislumbra un panorama sombrío. La economía estadounidense, que llevaba muy buen paso desde hace algunos años con un crecimiento firme y cifras bajas de desempleo, muestra algunas señales de ralentización; además enfrenta tasas de interés más altas a corto plazo, lo que podría frenarla todavía más. El resurgimiento de Europa también empieza a mostrar señales de fatiga, pues hasta el motor industrial de Alemania lanza chispas.

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En el pasado, China ayudó al mundo a superar este tipo de etapas lentas, en especial durante la crisis financiera global. Por desgracia, en esta ocasión su economía exhibe una evidente debilidad.

Disminuye la inversión y caen las ventas

Las ventas de automóviles en China comenzaron a ir en picada desde el verano. Las ventas de teléfonos celulares están bajando. El mercado inmobiliario se encuentra estancado y algunos desarrolladores que acumularon un endeudamiento significativo se han visto obligados a pagar tasas de interés muy elevadas para refinanciar sus deudas. Por si esto fuera poco, las fricciones comerciales con Occidente, sumadas a las estrictas políticas aplicadas por Pekín a los inversionistas extranjeros, han provocado que las empresas chinas y extranjeras por igual asuman una postura más cautelosa al considerar mayores inversiones en China.

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“Cada vez se reduce más la inversión europea en China”, señaló Cecilia Malmström, comisaria de Comercio de la Unión Europea, durante una entrevista en Washington. “La principal razón es que es más complicado hacer negocios en ese país debido a la obligación de transferir tecnología, la falta de transparencia, la discriminación sufrida en comparación con las empresas chinas y los enormes subsidios que reciben las empresas públicas”.

Los jefes de Estado y empresarios que se reúnen esta semana en Davos, Suiza, para asistir al Foro Económico Mundial quizá concuerden en que la economía es el tema más urgente a tratar, con todo y los enfrentamientos comerciales y la incertidumbre política que afligen en este momento al resto del mundo.

Las ralentizaciones anteriores en China, como las ocurridas en 2015 y 2016, desconcertaron a los inversionistas y líderes empresariales globales y generaron preocupación por la posibilidad de que las empresas multinacionales perdieran los ingresos de sus subsidiarias chinas o las empresas chinas inundaran los mercados mundiales con su producción excedente a precios muy bajos.

La industria en picada

Apple sorprendió a los mercados este mes cuando advirtió que la demanda del iPhone en China podría ser más baja de lo que esperaba. Ford Motor aplicó recortes del 70 por ciento a la producción en su coinversión de Chongqing en noviembre, una medida que Ford explicó como una estrategia para reducir los inventarios de automóviles sin vender. Los expertos de la industria química indicaron que algunas fábricas químicas de Jiangsu, en su mayoría chinas, habían cerrado debido a la escasa demanda y la aplicación de leyes ambientales más estrictas.

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Ahora, la pregunta es cuánto pospondrán los nerviosos empresarios de otras partes del mundo sus inversiones conforme China baje el ritmo y cuántos inversionistas preferirán deshacerse de sus acciones.

“La economía global y los mercados financieros son muy sensibles a las perspectivas de crecimiento de China y de su moneda”, explicó Robin Brooks, economista principal del Instituto de Finanzas Internacionales, con oficinas en Washington. “Los vínculos financieros inmediatos son relativamente moderados, pero están sumidos en redes marcadas por el ánimo”.

El impacto global de la ralentización que China experimenta en este momento podría ser limitado si Pekín decide obtener préstamos y los distribuye en gasto para fomentar el crecimiento. Este mes, China ya anunció la aprobación de seis proyectos de construcción de vías subterráneas municipales y tres líneas nuevas de tren urbano, a un costo combinado de 148.000 millones de dólares.

“A medida que los datos muestren bajas, confiamos en que canalizarán muchos estímulos para mantener la economía en movimiento”, opinó Michael Blythe, economista en jefe del Banco de la Mancomunidad de Australia en Sídney.

Muchos de los nuevos proyectos de construcción más ambiciosos se realizarán en las regiones occidentales de China, dijo Wang Min, presidente del gigante propiedad del Estado Xuzhou Construction Machinery Group. Los proyectos han sido positivos para su empresa, la mayor productora de equipo de remoción de tierra de grandes dimensiones en China, y desde hace unos meses los pedidos van en aumento.

El problema es que comunicar pueblos asentados en áreas montañosas y desérticas de escasa población es caro. Estas acciones le suman grandes cantidades a la deuda de China, que ya es muy elevada. Por desgracia, es posible que esta inversión genere muy poca actividad económica nueva que contribuya a cubrir esa deuda adicional.

La deuda acumulada hasta este momento es uno de los principales factores que han provocado la baja de ritmo en la economía general de China desde hace algunos meses.

El vice primer ministro Liu prometió hace un año en Davos que China controlaría el crecimiento del crédito en un plazo de tres años. En ese momento, los funcionarios chinos tenían confianza en que podrían evitar una guerra comercial con Estados Unidos.

Comenzaron por fijar límites estrictos a las amplias redes bancarias clandestinas. Ese tipo de redes habían otorgado muchísimos préstamos a las empresas pequeñas y medianas del país, a las que los grandes bancos públicos de China han ignorado desde hace mucho tiempo por preferir otorgar préstamos a las empresas del Estado.

Escasez de efectivo

Sin embargo, para fines de abril, cuando la economía comenzó a ralentizarse, los funcionarios chinos comenzaron a decir que tres años no era un plazo suficiente. Cuando se suspendieron los créditos y en muchos negocios del sector privado comenzó a escasear el efectivo, los principales reguladores admitieron estar preocupados durante una conferencia financiera celebrada en Shanghái en junio y consideraron la posibilidad de que quizá se habían excedido.

Al mismo tiempo, en Pekín crecía el interés por ampliar la influencia del Partido Comunista y las empresas paraestatales, sobre todo a costa del sector privado. El sector privado genera la mayor parte del empleo en China, por lo que la retórica de Pekín hizo que los inversionistas reaccionaran todavía con mayor cautela.

Menos de un mes después de la conferencia de Shanghái, comenzó la guerra comercial franca. El presidente Donald Trump impuso la primera de tres series de aranceles a las importaciones de China. Los ejecutivos corporativos afirman que, para cuando impuso el tercer grupo de aranceles a finales de septiembre, la confianza de los consumidores se desmoronaba. Las compras de productos costosos, en especial los automóviles, bajaron con gran rapidez.

La mayoría de los economistas predicen que el primer trimestre de este año será débil en China. Muchos predicen que el segundo también lo será.

No obstante, todavía hay varios que confían en la trayectoria constante de China, que durante cuatro décadas ha demostrado que puede resolver con rapidez sus problemas. Los funcionarios chinos han puesto especial interés desde hace algunas semanas en estrategias para recuperar la confianza, y por lo menos intentan garantizarles a las empresas privadas que el gobierno no favorecerá a las empresas públicas en su detrimento.

“Siempre y cuando podamos crear un contexto equitativo”, aseveró Ma Jiantang, asesor económico de alto rango de China, “no hay duda de que las empresas privadas tendrán éxito”. (I)