Al morir el día, en el barrio Corona Real, unas cuarenta personas se mueven dentro y fuera de la casa del prioste. Hay tinas abarrotadas de gallinas, un cerdo sobre una mesa, una vaca, en presas, colgada del tumbado de un cuarto en medio de una ruma de jabas de cerveza, cajas de ron y barriles de chicha. Unas mujeres mueven con un palo el contenido de unas ollas gigantes que cuecen vísceras para el caldo de manguera.

Licán, una parroquia rural de nueve mil habitantes, es uno de los poblados más antiguos del cantón Riobamba y aquí, en el barrio Corona Real, un prioste se prepara para la fiesta Rey de Reyes que se festeja desde hace 100 años.

Aquella noche del sábado 5 de enero, el prioste Édgar Vega, de 45 años, policía retirado, y su esposa, Fanny Cujigualpa, pasan revista a los preparativos para la gran celebración del 6 de enero, donde los Reyes Magos adoran al Niño Jesús.

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Desde los 9 años ya bailaba representando al muchacho (vasallo) de la fiesta, dice Édgar. Recuerda que cuando veía al prioste, al (Rey) Herodes y a los vasallos, decía: “Algún día voy a ser vasallo, algún día voy a ser el prioste. Podría decir que es uno de mis sueños cumplidos, personalmente siento eso”, cuenta, mientras el brillo de los ojos delata su felicidad.

“Dios le pague la ayuda y la colaboración de la familia que nos han prestado las manos para que el evento salga lo mejor posible. Esto es una colaboración general, es un compartir. La familia está unida, Dios le pague”, dice Fanny.

El domingo 6 de enero amaneció despejado, el sol abrigaba los campos y los barrios de Licán. El Chimborazo mostró sus 6.263 msnm, y los personajes se visten alegres para la fiesta. Una vez que las comparsas están listas, enfilan al sector de la Media Luna. Ahí, la banda de pueblo enciende el festejo y en un kilómetro y medio los personajes demuestran su destreza para bailar hasta llegar a la plaza.

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Cada prioste cabalga su caballo, rodeado de doce vasallos, que son sus sirvientes. El distintivo principal de ellos es llevar el rostro pintado de negro, un machete en una mano y en la otra, un cuy atravesado en un palo y adornado con un pan y una manzana.

Cuando conquistan la plaza, los reyes y vasallos ingresan a la Iglesia de las Nieves, construida en 1681, y el párroco Mauricio Riquelme, acompañado de dos sacerdotes invitados, celebra la misa con la gente que logró entrar. Los cinco priostes, que representan al Rey Ángel, al Rey Mozo, al Rey Negro, al Rey Viejo y al Rey Herodes, además del Embajador, llevaron sus imágenes del Niño Jesús a la misa.

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Al finalizar la eucaristía, los reyes, uno por uno, adoran al Niño Jesús, que permanece en brazos de una doncella en la puerta de la iglesia.

Este año, el Rey Herodes ha sacrificado 2 cabezas de ganado, 12 chanchos grandes y uno pequeño y 330 gallinas para alimentar a toda la gente que participa en la fiesta. Entre las bebidas constan 3 barriles de chicha de 180 litros cada uno, afirma Luis Vega, sobrino del prioste.

“El dinero, creo que es lo de menos. Más es la fe”, responde el prioste cuando se le pregunta por los gastos de la fiesta. “Dios da para todo y, a veces, sin sentir, el Niño bendito nos ha dado para atender a nuestros invitados”.

A media tarde, el sol brilla intensamente. ¡De pronto!, el cielo se encapota y la brisa fresca arremolina las hojas muertas en la plaza y una ligera garúa se convierte en la primera lluvia del 2019. (I)

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